Símbolo

Me pregunto si quienes están circulando el “manifiesto de juristas por los derechos humanos en Venezuela-Libertad para Leopoldo López” estarían dispuestos a extender su argumento a los casos de Francisco Toloza y Húber Ballesteros en Colombia, a casos que podrían ser similares en España (dado que el redactor del documento es un académico peninsular) o al uso táctico del poder judicial con fines políticos en contra de partidos progresistas en otros lugares del vecindario como Brasil, por ejemplo.


Hice esa pregunta a los promotores del documento en Colombia. Al hacerlo apuntaba que si la respuesta era negativa, sea porque la referencia es al caso venezolano de manera exclusiva y unívoca o por alguna otra razón, habría que preguntar entonces qué hace a ese caso ejemplar, exclusivo o único y por qué de ello no resulta una contradicción con el sentido universal de los derechos humanos.

En su respuesta, que de nuevo se cuida como el documento de no hacer referencia alguna al caso de los presos políticos colombianos o españoles, al menos uno de los promotores acepta que el de Venezuela no puede ser un caso único ni exclusivo, “pero sí es emblemático”.

Confieso no entender la respuesta. Un emblema es simbólico. Como tal, se trata de una instancia ejemplar y entonces de un tipo único. Así que, a pesar de la confusa respuesta, resulta que a Venezuela se la describe en efecto como un caso único y particular. Habría entonces que responder qué la hace tan particular, y si ese es el caso cómo es que de ello no resulta una contradicción entre afirmar esa supuesta particularidad y negarla bajo el imperativo universal de los derechos humanos.

Quizás sea yo quien se equivoque por académico al esperar de los académicos un mayor rigor en el uso del lenguaje y los argumentos. Quizá la respuesta es más simple. Circula en medios sociales un mensaje atribuido a Óscar Iván Zuluaga que responde a la intención de comparar casos de corrupción como el de Petrobras con casos domésticos. Según esta, lo que hace único y ejemplar a casos como el de Petrobras y por lo tanto incomparables con los casos colombiano o español es que el primero sí es corrupción porque es de izquierdas. En cambio en el caso colombiano, quizás también en el español, se trata de “confianza inversionista”.

Aristófanes usa el término symbolon para referirse a dos mitades que solo son verdad cuando se las observa en conjunto. Propongo como la mitad que hace falta al “manifiesto” y a la simpleza atribuida a Zuluaga, el hecho de que el discurso moralista que vocifera corrupción allí pero no en casa es político: como el lacerdismo jurídico en el Brasil predictatorial, se invoca la corrupción para manchar a la izquierda, y solo a esta. Y así justificar su salida por todos los medios. Se trata de un golpe, suave o no.

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