Reeleción de equipo

Si la Corte Constitucional cierra el paso a las pretensiones reeleccionistas del presidente Uribe, la política colombiana conocerá un número muy grande de huérfanos del poder. Si sucede lo contrario, sufriremos el adelgazamiento cada vez más pernicioso de la democracia y el empoderamiento arrogante de una generación de altos funcionarios, fieles al patrón que les renueva sus contratos.
No valdría la pena lamentarse por tanta orfandad: ocho años de chamba en ministerios, asesorías, secretarías, institutos descentralizados, servicio exterior y otras entidades públicas crean adicción. Sobre todo adicción. Por eso, el funcionariado más cercano al Presidente anda reclamando una nueva dosis, cuatro gramos, digo, cuatro años más de privilegios.

Pero no solo piden más los funcionarios de élite. Piden más los empresarios, aunque las gabelas que les han dado no han impedido el crecimiento del desempleo ni la curva ascendente de la informalidad, a medida que suben las ganancias en el sector financiero. Piden más los traficantes de la salud privada y más los agricultores ricos que mamaron en AIS.

El reclamo de una nueva dosis lo hacen también los partiditos nacidos hoy de las cenizas de los quemados ayer. No nacen para alimentar a la oposición o fortalecer la democracia desde la independencia, sino para chuparle rueda al nuevo gobierno, en el supuesto de que el nuevo gobierno sea de Uribe o de uno de sus cachorros.

La manguala con el Ejecutivo justificará el esfuerzo de inversiones incalculables en propaganda electoral. Sólo el Ejecutivo uribista (o su clonación) podrá ayudar a pagar las hipotecas burocráticas firmadas en las regiones a cambio de votos. No se equivoquen los colombianos: esas colchas de retazos con marcas novedosas no son partidos políticos sino empresas, filiales pequeñas de las existentes.

Lo van a ver: sin esas filiales, el partido de ‘la U’ no irá muy lejos. La señora Zuccardi -por poner un ejemplo- deberá entenderse con un tal Alfonso López, hijo de la ‘Gata’; o el bueno de Juan Lozano con la parienta de Vicente Blel. La falta de escrúpulos que dominó en los últimos ocho años para hacer mayorías parlamentarias dominará en los años que vienen. La gobernabilidad va a ser más difícil y cara para el uribismo.

Se equivocan quienes piensan que una segunda reelección del Presidente es un asunto estrictamente individual. No. Se trata de una empresa colectiva. Si Uribe corona por tercera vez, con él corona también el funcionariado que actúa a veces en Sábados felices, perdón, en los Consejos Comunitarios.

Los consentidos del Gobierno hacen de todo para no quedar huérfanos de puesto. El más patético, después de Andrés Felipe Arias, es el antiguo asesor, jefe oficioso de la propaganda. Adula por un lado, señala por el otro, fanfarronea por ambos. No es que vaya a ocupar nuevo puesto en el Gobierno. Le sirve más haberlo ocupado y negociar con influencias.

Los empujados por la puerta giratoria que saca de lo público y empuja hacia lo privado harán negocios sin cortar el cordón umbilical que los amarra al Gobierno. Ellos también quieren la reelección. Vista desde estos ángulos, la reelección no es solo la obstinación de un individuo, sino el esfuerzo desesperado de un colectivo que espera atornillarse al poder.

Un día habrá que hacer el inventario de los daños que ha dejado la obstinación de un individuo en el discurrir de la democracia colombiana. Lo que ha hecho no lo hizo solo. Tuvo a su lado individuos tanto o más ambiciosos que él, jefes de cuadrillas burocráticas que le cuadraron la agenda. “Si usted se queda, nos quedamos nosotros”, se dijeron.

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