Proceso de paz: aventura, no temeridad

Cuando nosotros, como ciudadanos, manifestamos nuestro apoyo al proceso de paz confiamos en la expresión de voluntad de las dos partes en el propósito de alcanzar la paz.


También teníamos claro que el resultado no estaba garantizado y que las conversaciones en La Habana eran una aventura. Es decir, una empresa de resultado incierto que presenta riesgos.

Algo similar sucede cuando nos proponemos ascender una montaña. Se identifica la montaña, se define la ruta y la altura a la que pretendemos llegar. El objetivo, la meta, se identifica con claridad. Se reconocen los riesgos y dificultades que se enfrentarán y, para superarlos, se selecciona un grupo de personas que por su historia y condición hayan demostrado tener capacidad para adelantar las actividades requeridas. Se definen claramente los roles, y se confirma la voluntad y capacidad de cada uno para cumplir con las tareas asignadas. Se define el plan y la estrategia, y se inicia su ejecución, buscando avanzar para alcanzar la meta. Aun así, el resultado no está garantizado.

En el proceso de paz, como en la montaña, antes de iniciar el camino, es conveniente definir los principios que regirán nuestras acciones. En la montaña, antes de iniciar, acordamos que ninguna cumbre vale más que la vida de un miembro del equipo. Por ello evitamos actos temerarios. El segundo principio es que el respeto entre los miembros del equipo prima para avanzar en la búsqueda del objetivo. En el proceso de paz se deben identificar, acordar y precisar cuáles son los principios que definen y regulan la posibilidad para avanzar en las conversaciones de paz. Estos son mucho más complejos y tienen muchas más aristas que aquellos necesarios para alcanzar la cima de una montaña. Por ejemplo, no pactar el cese al fuego significa que de parte y parte las hostilidades seguirán durante las conversaciones de paz; esto tiene muchas implicaciones.

Como ciudadanos tenemos arte y parte en este proceso, pues vivimos los impactos de la guerra y hemos delegado en el gobierno nacional nuestra representación. Hay preguntas y aspectos a los que la opinión pública se refiere permanentemente: ¿a qué estamos dispuestos los colombianos para mantener abiertos los diálogos de paz? ¿Cuáles son los límites aceptables de las hostilidades para que el proceso continúe? ¿Qué consideramos que genera una ruptura y es manifestación de falta de voluntad y compromiso de las partes para seguir en las conversaciones? ¿Qué costos estamos dispuestos a asumir para que el proceso de paz alcance su objetivo o, por el contrario, qué costos estamos dispuestos a asumir si optamos por apoyar la confrontación armada y seguir la guerra? Corresponde al Gobierno ejercer el principio de representación y autoridad, y tomar decisiones. Por su gestión y resultados los evaluaremos.

Estamos dispuestos a apoyar el proceso de paz y asumir los riesgos que esta aventura nos trae, pero no somos temerarios, queremos identificar los riesgos y definir los límites. Quizá es el momento de hacer un alto en el proceso y aclarar diversos aspectos antes de avanzar o detener las conversaciones. Alcanzar la paz exige concesiones y sacrificio de parte y parte, y para todos significa altos y diversos costos. Lograr la paz o hacer la guerra tiene costos, debemos ser conscientes y aceptarlos o rechazarlos.