Politiquería y renovación política

La persistencia de Gaviria en defender la democracia basada en partidos con ideología definida y democráticamente organizados no es inoportuna, aunque el país se encuentre embelesado con el sambenito de la “unidad nacional”.


OPORTUNA LA ENTREVISTA DE CECIlia Orozco a Carlos Gaviria Díaz el domingo en El Espectador.

Superados ocho años de retórica de un gobierno de derecha y cuestionado por sus relaciones con paramilitares, nos aprestamos a sufrir un gobierno pragmático, derechista y disfrazado de socialdemócrata. No basta nombrar a conservadores como Juan Carlos Echeverry en Hacienda, Juan Camilo Restrepo en la cartera de Agricultura, Carlos Rodado Noriega en Minas y Energía o María Ángela Holguín en la Cancillería para dejar atrás la politiquería, aunque no debemos negar que estos nombramientos alivian y generan grandes expectativas si se comparan con los ministros del desgastado gobierno saliente.

Ante el imperio del capitalismo salvaje, hoy más que nunca es necesaria la renovación política de los partidos, en particular del Polo. Los electores merecen una representación política de sus intereses por organizaciones con ideologías y propuestas claras que contrasten y compitan respetuosamente en la solución de los grandes problemas del país: pobreza, desigualdad, desempleo, violencia y decadencia moral. Este propósito va en contravía del unanimismo del gobierno entrante, afecto a la politiquería y a comportamientos camaleónicos que santifican los medios ilegítimos empleados con la superioridad de los fines buscados.

Santos ha prometido continuar el asistencialismo del programa Familias en Acción.
Migajas para los pobres y gasolina para la segunda reelección. La intención de Restrepo, consistente en devolverle la tierra a los desplazados del campo, se verá a gatas con las políticas del próximo presidente, quien no encarna propiamente el progresismo de un López Pumarejo. Las riquezas minerales del país se entregarán en su gran parte a los inversionistas extranjeros en desmedro de los más pobres y de las riquezas biológicas y culturales. Tampoco está asegurada la aprobación de la reforma constitucional al régimen de regalías en el Congreso con la repartija de cuotas parlamentarias que acostumbra Juan Manuel para lograr mayorías, práctica por la cual el propio presidente Uribe pensó en denunciarlo como puede testimoniar el ex ministro Junguito. Por su parte, la experimentada futura canciller nada cambiará frente a la presencia de ejércitos extranjeros en las bases militares colombianas ni en el manejo de las relaciones internacionales colombianas desde Washington.

La izquierda, si no se reforma y cambia sus prácticas autorreferenciales, está condenada a la automarginación. El valor moral de su compromiso con los expoliados, los débiles y los excluidos es loable pero insuficiente. Grandes males carcomen al Polo, entre ellos el caudillismo de sus líderes, como acertadamente lo anota Gaviria. La ventaja de una ideología de izquierda firme, que contraste con el sincretismo de los verdes o el lentejismo del liberalismo, puede fácilmente perderse si el Polo no se renueva políticamente y persiste en la tentación clientelista. Para que la reivindicación de la ideología no derive en sectarismo y exclusión del pluralismo es urgente, como afirma Gaviria, tramitar las bienvenidas disensiones con “una alta dosis de ecuanimidad”, una “actitud receptiva al argumento del otro” y “un propósito unitario”. Son deberes políticos de la izquierda ejercer la función de partido de oposición, avanzar a nivel regional en 2011 y prepararse con seriedad para gobernar el próximo cuatrienio.