Plebiscito, chantajes y política tradicional

No deja de ser frustrante enterarse de grupos de personas con intereses particulares en plan de chantaje al Gobierno Nacional con su apoyo o rechazo al plebiscito: o la administración de Juan Manuel Santos les garantiza algo que los favorece, o ellos prometen no movilizarse el día de la refrendación de los acuerdos. ¿De verdad vamos a someter una de las decisiones más importantes de la historia del país al tan arraigado “cómo voy yo (CVY)”?

Son varios los casos que se han presentado en los últimos días. Se sabe, aunque en voz baja, de políticos que le piden al Gobierno algo a cambio de movilizar sus bases el día del plebiscito. En el reciente escándalo de los manuales de convivencia y el Ministerio de Educación, no sobraron las voces que amenazaron con votar negativamente el plebiscito, a menos que se removiera a la ministra Gina Parody del cargo. De hecho, en la desautorización de las cartillas que se habían trabajado con el Fondo de Poblaciones de Naciones Unidas justo a la salida de la reunión del presidente Santos con los altos jerarcas de la Iglesia católica, quedó el tufillo de haber sido una decisión pensada en los votos para el plebiscito más que en la calidad del documento.

Sin embargo, el premio del descaro se lo lleva el gremio de los taxistas. Hugo Ospina, su líder en Bogotá, dijo lo siguiente: “Lo que les hemos dicho a los compañeros es que si el Gobierno no va a acabar con las aplicaciones en el país y con los operativos para terminar con esta ilegalidad, pues le diremos no al plebiscito, puesto que nuestro compromiso en años anteriores fue darle votos al Gobierno actual y no han cumplido con sus compromisos”. Nada podría resumir mejor la actitud de un preocupante número de personas y grupos de poder frente a la decisión más importante de la historia reciente de nuestro país.

Tan frustrante es esta actitud como la propia del Gobierno y su coalición, que han trasladado su manera de hacer política a la estrategia por el Sí en el plebiscito. La sola conformación de la campaña del Sí, ligada casi por entero a las figuras políticas nacionales y regionales, invita a pensar que lo que está en juego es una votación más. Como si el plebiscito fuera un candidato más. Como si estuviéramos de regreso a la reelección, eligiendo una simple opción de poder y no definiendo si este país cree que con los acuerdos que se firmen es posible tener un mejor país.

¿Es necesario explicar que la decisión por el Sí o por el No tiene efectos mucho más allá de la coyuntura santismo vs. uribismo?

Pero, además, buena parte de lo que significa un acuerdo con las Farc es permitirle a una sección marginada de la población —que creyó en la lucha con armas y ahora sin ellas adhiere a las reglas del juego democrático— acceso real a espacios políticos. Esto significa igualdad de condiciones, campañas y elecciones motivada por reglas claras y no por las mismas dinámicas clientelistas de siempre. ¿Con qué autoridad podríamos decir que, si el plebiscito se gana con esas mismas dinámicas, algo va a cambiar una vez se aterricen los acuerdos de La Habana?

Nunca hemos tenido una propuesta tan concreta para terminar el conflicto armado con las Farc. Es compleja, sí, pero por eso mismo requiere de liderazgos excepcionales. Que cada colombiano que vote o se abstenga de votar entienda las consecuencias de su decisión, que van a marcar el panorama del país por muchos años. Lastimosamente, la clase política, junto con varios ciudadanos, están fallando en la tarea de cambiar, por primera vez y para siempre, la democracia del país.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/editorial/plebiscito-chantajes-y-politica-tradicional-articulo-650146