Peregrinos en la Cuenca del Jiguamiandó – Día 2

101 personas que participan en la Peregrinación Internacional Macro Ecuménica y Ecológica ahora han conocido la Zona Humanitaria “Pueblo Nuevo”. Reconocieron la biodiversidad, la hermosura de las aguas arriba del Jiguamiandó, la capacidad de recreación del espacio, de la madera, los restos de la memoria africana, los restos de la vida aún por vivir frente a la destrucción de la biodiversidad.

Unos nuevos textos de los Peregrinos, caminantes, navegantes con algunas fotos del Segundo Día.

Bogotá, D.C Agosto 08 de 2005
COMISION INTERECLESIAL DE JUSTICIA Y PAZ


SEGUNDO DIA
Peregrinación
Macro Ecuménica y Ecológica
En el Jiguamiandó y el Curvaradó

(Zona Humanitaria de Pueblo Nuevo, agosto de 2005) Salimos en medio de un sol que tímidamente sonríe la piel, de la Zona Humanitaria de Bella Flor Remacho nos embarcamos en las pequeñas cortezas de árboles labradas por los afrodescendientes y que llaman cascos. Partimos a la Zona Humanitaria de Pueblo Nuevo, a travesamos por el margen derecho aguas arriba de donde aún se encuentran los vestigios del poblado de “Bella Flor Remacho”, donde fueron tiroteados sus habitantes, quemadas algunas casas y obligados a hacerse al margen derecho del río Jiguamiandó por las acciones paramilitares. El sol creciente poco a poco inició a tostar nuestras pieles, en el hermoso río de aguas a veces cristalinas, pequeñas montañas con vegetación primaria, acompañada de cantos de pájaros, nuestras voces se hacían eco. Entre semicírculos, en vueltas de serpientes, entre las aguas azulosas y verdosas llegamos a Pueblo Nuevo a la entrada una pequeña pancarta decía: “Zona Humanitaria”.

dv189.jpg

Allí desde niñas y abuelos abrieron sus rostros con sonrisa, abrazaron nuestros cuerpos, tomaron nuestros equipajes, nos hicieron memoria, hablaron de la violencia y de la fe en la vida, algunos entristecieron sus ojos, otros pasaban saliva.

Y los afrodescendiente hablaron de sus vidas en resistencia, de sus huidas en la selva cuando se realizan las operaciones militares que la mayoría de las veces se han orientado contra la población civil, de la acogida de Dios entre los árboles que los acogieron como brazos de madre para no ser asesinados.

Animados por la Palabra de Dios en ellos, partimos en dos botes hasta el antiguo caserío de Pueblo Nuevo. Mucho miedo expresaron sus rostros, sus palabras, algunos temblaban. Algunos preguntamos, y ellos respondieron: “yo hace más de cinco años no voy por allá”, “por allá uno no atraviesa, por que atravesar el río desde la margen derecha es correr el riesgo de una detención, una tortura, un abaleo o la muerte. El poder de las armas quiere acallar el de la vida, el de Dios, el de la madre naturaleza”.

Media hora después, llegamos a la orilla de lo que fue el antiguo poblado de Pueblo Nuevo. Al bajar no veíamos absolutamente nada de ninguno poblado, poco a poco algunos de sus antiguos habitantes abrieron caminos con machetes, la maleza lo invadía todo, impedía ver más allá de un metro, pero poco a poco todo se hizo claro. Llegamos a los vestigios de algo que fue bello. Descubrimos los rastros de casas amplias hechas en madera, un conjunto de viviendas perfectamente diferenciadas en áreas y en armónica disposición con frutales de muchas especies, y también el paso de los años 4 años de desplazamiento, arrastraderas sobre la madera como velo que quieren negar la existencia.. En las paredes leímos inscripciones firmadas por paramilitares: “sapos de la guerrilla”. Alrededor de pie árboles de coco, zapote, guayaba, limón, a la mano, como fruto de la creación.

dvr189.jpg

Y escuchamos, lo sufrido, lo vivido, palabras escalofriantes hablaron del horror, en horas de la mañana del 2001 ingresaron paramilitares, algunos con insignias de la Brigada 17, disparando indiscriminadamente a los habitantes que allí se encontraban. Asesinaron a un niño de 15 años con dificultades para caminar y a una mujer embarazada, “nos asesinaron a tres personas, un niño, una mujer y un bebe en el vientre, asesinaron la vida naciente y eso hoy está siendo perdonado con esa ley injusta de “justicia y paz”, “si no respetan la vida, si no respetan las criaturas que nacen del amor, se nutren del amor, no hay respeto por nada ni por nadie, si el llevar un hijo en el vientre no genera ternura, es que no tienen sentimientos solo tienes pensamientos de mal, si no tienen la solidaridad con el desvalido es que el mínimo de humanidad está perdido, por eso nos vimos obligados a cruzar el río Jiguamiandó y refugiarnos al otro lado, protegidos por Dios por el caudal del río que nos vio nacer, que nos da la vida, que ahora nos protege”. Y entonces oficiamos como Testigos, sus propietarios colectivos dejaron en una placa de madera la siguiente inscripción mejora del Territorio Colectivo del Jiguamiandó, una forma de habitar en la ausencia, ausencia obligada por el terror.

dver189.jpg

Y volvimos a embarcarnos aguas arriba hasta el antiguo caserío de Puerto Lleras, nosotros Peregrinos reconociendo lo bello de la creación, vegetales, plantas, animales, sonidos, colores, flores percibimos desde el agua con el sol abierto, como quien toma conciencia de la luz, por que este Territorio es parte de lo que es considerado Patrimonio de la Humanidad. Cativo, Roble, Cedro, Cedro macho Abarco Guino, Caidito, Caracolí, Canime, Olleto, Chingalé , Bálsamo, Tometo, Pantano, Amarillo, Jigua negro, Mora, Mangle duro, Iguanero, Mangle chispero, Níspero, Surramono, Aceituno, Punto, Trontago, Aceite, Lechero, Sangregallo, Manogagua, Hobo, Tachuelo, Higuerón, Guarumo, Baboso, Jaguo, Bonga, Balso, Azufre, Caimito, Borojó, Guamo, Chunima, Pacó, Papayuela, Cacahué, Castaño, Guayaba, Velitas, Coronillo, Trupa Bolaetoro, Pera, Chontaduro, Guagua. Y animales como Venado, Ñeque, Manao o Puerco de monte, Zahino, conejo, Hicotea, Mico, Perico Sonzo o Perezoso, Iguana, Babilla, Avache, Morroco, Gurre o Armadillo, Bocachico, Barbudo, Doncella, Mojarra, Pemá, Agujeta, Coco.

Y llegamos a Puerto Lleras, protegido de la mirada externa por los arbustos, por la maleza, solo reconocible desde fuera por quiénes allí han habitado. “600 familias vivíamos aquí” decía uno de ellos, mientras limpiaba el monte que nos guiaba a un poblado perfectamente diseñados, y de pronto nos encontramos con nuevos letreros que decían: “No queremos una Colombia de Comunistas” y debajo Bloque “Elmer Cárdenas” era cerca de las 6:00 de la tarde, el sol se hacia fresco, el temor se hizo de todos o por lo menos la tensión y a pocos metros en un santuario natural con un techo en zinc, que se encontraba a la distancia escuchamos la historia de la lapidación de 2 afrodescendientes y del asesinato de 1 con machete.

Eso fue en el 2001, en la incursión rodearon el caserío, reunieron a toda la comunidad, se identificaron como paramilitares pero algunos de ellos, en la práctica del cinismo, iban con prendas de la Brigada 17, ellos tomaron piedras en sus manos y molieron a golpes la cabeza de los jóvenes. Después amarraron a un miembro adulto de la comunidad a quien cogieron a machetes. Todo enfrente de ellos, en medio de palabras de defensa pero con el terror en el alma, y escuchando la siguiente afirmación: “Váyanse de aquí estas tierras son de nosotros, ustedes son unos invasores” en medio de las imágenes cruentas de aniquilación con piedras, “terror, físico terror”, hoy aún están allí en Puerto Lleras, los signos de esa muerte cruel, indigna e injusta, hoy en sus habitantes se revivió la razón del por qué se encuentran al otro lado del río, del por que se siembra palma y se amplia la ganadería en su territorio Colectivo. Hoy la noche empieza a hacerse larga, elaboración colectiva del duelo y estupefactos, en silencio sagrado, abandonamos el caserío de Puerto Lleras.

En los peregrinos resonaron muchas palabras, palabras divinas, palabra de Dios, la esperanza seguía brillando, algunos escuchamos “Nosotros no nos vamos de aquí a pesar del miedo y del terror. Esta tierra nos la dio Dios ancestralmente para nosotros y para nuestros hijos, para protegerla para toda la humanidad, nuestra vida biodiversa es la vida de la humanidad, por eso defendemos la vida y el territorio”. Con estas palabras, regresamos aguas abajo, a lo lejos y más cerca, y más cerca la otra palabra, un nuevo compartir, la comida, la cena, el lugar del encuentro de una nueva humanidad pan compartido, en el dolor de la historia de hoy, la esperanza del tiempo por venir. Llegamos a la Zona Humanitaria de “Pueblo Nuevo”.

Plátano en brasas, arroz acompañaron las palabras, el cansancio, luego la danza, el tambeo, la memoria africana, el dolor se hizo esperanza, lo vivido sueños de un tiempo nuevo. El sol ya descanso, nuestra piel tostada se torno y entonces la palabra del Pobreta Ezequiel, en los profetas afrodescendientes: “Los gobernantes son como un león rugiente que devora su presa, devoran a la gente, les quitan sus bienes, sus haciendas y objetos de valor. Por sus crímenes la viudas son cada vez más numerosas. Sus jefes se comportan en el país como lobos que desgarran una presa, que derraman sangre y condenan a muerte a la gente para sacar algún provecho. Se dedican a la violencia, cometen robos, maltratan al pobre y al indigente y le niegan sus derechos al forastero”

Peregrinos en la Cuenca del Jiguamiandó