Nosotros los sobrevivientes

Podríamos aventurar una afirmación, que puede parecer un tanto cómoda: que nosotros, los de las ciudades, los urbanitas, los que hemos habitado lejos del conflicto armado, con escenarios de pánico en particular en la Colombia rural, somos sobrevivientes.


También, para no quedar como seres al margen, como observadores indiferentes, podríamos acudir al antiguo poeta inglés que nos pone una evidencia: la muerte de cualquier hombre me disminuye.

Y hemos habitado un país de muertes, de persecuciones, de hambres y miserias, de despojos a granel. Buena parte de nuestra historia está vinculada, con caminos de sangre, a la guerra. A las incertidumbres por las injusticias sociales. A las penas que sufren las mayorías, siempre olvidadas, casi nunca reivindicadas.

En medio de numerosos fuegos, podríamos los sobrevivientes invocar a un poeta cubano que nos induce a pensar por qué hemos sobrevivido, por qué no nos ha alcanzado una bala (bueno, a mí sí, la de un paramilitar en Bello, en viejos tiempos de revueltas universitarias), por qué no padecimos el aberrante secuestro, ni los desplazamientos ni las amenazas de uno u otro bando, de tantos bandos. Ni el reclutamiento, ni el estar cerca del ruido mortuorio de los fusiles.

Y entonces, como lo dice Roberto Fernández Retamar, “nosotros, los sobrevivientes ¿a quiénes debemos la sobrevida? ¿Quién se murió por mí en la ergástula, quién recibió la bala mía, la para mí en su corazón?”.

Bueno, pero todo puede ser un modo de ver las cosas. Porque, en efecto, también hay sobrevivientes del monte adentro, de los combates, de los bombardeos, de los ataques a poblaciones. Hay sobrevivientes que, en un comienzo, o en un después, ya ni se sabe, creyeron que estaban en lo “correcto”, que con un fusil podían cambiar el mundo. O con un fusil podían detener a los que así pensaban.

Pasó con tantos. Por ejemplo, con Dora Margarita, una exguerrillera del Eln y del M-19, que habla en el libro Las mujeres de la guerra, de Patricia Lara. Era una muchacha pobre de Medellín, como tantos pobres de aquí y de allá, que vio en la guerrilla una posibilidad de tener otra historia. Pero nada. “Nunca me han gustado las armas. Si pudiera volver a vivir, no escogería ese camino. La historia de este siglo ha transcurrido en medio de la matazón de una generación tras otra. Y comienza el siglo XXI y seguimos en lo mismo. Colombia lleva muchos años de desangre. La nuestra no ha sido una guerra corta, como fue la de Cuba. Ha sido una guerra eterna”.

Y la misma excombatiente, como otros, reconoce que la lucha armada ha sido una equivocación. “Las armas no son la salida. Lo digo con la información y la experiencia que tengo hoy”, lo advierte la mujer que sobrevivió a la Operación Anorí, en la que murieron decenas de guerrilleros del Eln, en 1973.

Sin embargo, y como también lo han señalado tantos analistas y estudiosos del conflicto, si además de un acuerdo de paz, como el suscrito con las Farc, en el país no se trazan estrategias (lejanas de la tradicional demagogia oficial) para que las causas del conflicto armado desaparezcan, es probable que surjan nuevos grupos armados.

Entre los sobrevivientes hay soldados, guerrilleros, y sobre todo civiles, que estos conflictos como el colombiano han tenido más como blanco a la población desamparada, que es casi toda. Y los sobrevivientes, de aquí y de allá, quizá somos parte del poema que pregunta “¿sobre qué muerto estoy yo vivo, / sus huesos quedando en los míos, / los ojos que le arrancaron, viendo / por la mirada de mi cara… Y la mano que no es su mano, / que no es ya tampoco la mía, / escribiendo palabras rotas / donde él no está, en la sobrevida?”.

Nosotros los sobrevivientes, a los que no nos alcanzaron, no nos mataron, no nos hirieron tantas balas, tantas bombas, tantas desgracias, tenemos la esperanza, que es otra manera de la desazón, en que algún día este territorio de infelicidades torne a vivir en paz. Y que sobre los muertos haya una memoria, y sobre los vivos, mejor dicho, sobre los sobrevivientes, una verdad, una justicia, una reparación. Un lugar para que la razón y el otro, los otros, sean, seamos parte de la diversidad civilizada.

Y como decía otro poeta, Carlos Castro Saavedra, cuando podamos “andar por las aldeas y los pueblos sin ángel de la guarda”, a lo mejor podamos decir que nosotros, los sobrevivientes, tenemos patria.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/nosotros-los-sobrevivientes