Mapiripán a 20 años de la masacre, las víctimas siguen tercas en la esperanza

Desde el 16 al 19 de julio, 20 años después de la masacre de Mapiripán, familiares y víctimas sobrevivientes se reencontraron animados en la esperanza de seguir reconstruyendo sus vidas, a pesar que las estructuras de presión que ayer los despojaron de sus sueños, de sus vidas, continúan controlando los territorios.

“un ser querido nunca se olvida y nadie lo reemplaza. Todos están vivos en nuestra memoria”.

Entre el 15 y el 20 de julio de 1997 estructuras de las Autodefensas Unidas de Colombia al mando de Carlos Castaño y en connivencia con militares de Urabá y Meta cegaron la vida de 49 personas y un número indeterminado de desaparecidos.

Hoy, dentro de ese proceso de reingeniería paramilitar continúan ejerciendo presión en las zonas urbanas y rurales de Mapiripán, controlando las cotidianidades en los caseríos de La Realidad, La Tigrera, La Ye, Cooperativa, La Jungla, Guacamayas, San Ignacio y en los cultivos de palma de la empresa

.En medio de ese control los familiares apostaron por hacer un alto para recordar, pero sobre todo para resignificar, entendiendo la memoria como un proceso dinámico; por eso, este encuentro buscaba dar un sentido a lo vivido y seguir afirmando su derecho a la verdad, dignificación y justicia.

Algunas de las familias desde aquellos fatídicos días no habían regresado a Mapiripán, la expectativa y la ansiedad se veía en sus rostros; ¿Cómo estará el pueblo? Era la pregunta que una y otra vez se oía, otras afirmaban estar contentas, la felicidad del encuentro con el territorio, los viejos amigos, los recuerdos, animaron el camino por esas agrestes vías, estas fueron algunas de sus voces:

“Estoy contenta, siento mucha felicidad por volver después de 20 años”
“Siento mucha alegría de saber que voy a volver a pasar por las tierras que eran mías”
“Estoy feliz, por la esperanza de volver a hablar con mis amigos”,
“siento alegría de ver el pueblo por donde yo corría con mis amigos”
“es muy significativo encontrarse con otros que han sufrido lo mismo, sentirme acompañada”

El encuentro estuvo dinamizado por actos simbólicos que pretendían dotar de otros sentidos los lugares que fueron marcados por el horror de la masacre, donde el terror de las balas acalló la vida, los sueños de tantos. La memoria como proceso creativo permitió que las víctimas expresaran desde sus formas las maneras como recrearon la vida, reconociendo las luchas por la dignificación, la verdad y la justicia que cada familia ha llevado durante estos 20 años.

El paso por el caserío de La Cooperativa era casi que ineludible, necesario; aún hoy, entre la sabana se observan decenas de casquillos de las innumerables balas disparadas. Balas que asesinaron a campesinos, guerrilleros, militares o paramilitares, casquillos que hablan de la violencia, esa que aún hoy persiste. Observar las huellas de muerte desbordó el corazón y las lágrimas florecieron; lágrimas de rabia y dolor, lágrimas por no estar en el territorio, lágrimas por la mentira y la impunidad, lágrimas por la injusticia. Luego el silencio.

Como muestra de esa memoria reparadora ante tanto dolor, miembros de la comunidad decidieron organizarse y conformar una alianza para el crecimiento económico del municipio.

Al llegar al casco urbano de Mapiripán, las familias fueron los agentes convocantes para que los transeúntes hicieran también suyo el momento, se reconocieran como parte de lo vivido.

Este fue el momento culmen, sin distinción todas y todos los asistentes se hicieron uno, fueron una sola voz que desde la terquedad siguen insistiendo en afirmar su inalienable derecho a la verdad, a la dignificación de sus nombres y a la esquiva justicia.

En el marco del encuentro se suscitó la reflexión sobre las lógicas de desarrollo posteriores a la masacre, pero también lo que se espera que sea el municipio.

Este encuentro tras 20 años de ausencias posibilitó que aquellos lazos rotos se volvieran a encontrar, que esa verdad que solo pueden afirmarla aquellos que fueron víctimas de la ignominia y la barbarie paramilitar saliera una vez más a la luz, a pesar de aquellos que insisten en callarla, esa luz que sirvió para iluminar las calles de Mapiripán como faro que alumbró el camino en medio de la presencia de las estructuras neoparamilitares que observaban los actos de dignificación, de memoria.

20 años después fue posible el llanto, pero también la alegría de poder afirmar con voz firme No al olvido, No a la impunidad, y arar senderos de paz y perdón.

Comisión Intereclesial de Justicia y Paz