Los sabios y los necios.

Los resultados de los estudiantes colombianos en las pruebas Pisa, otra vez punteando la cola, pusieron a la educación en primer plano. Ahora, hasta los del Centro Democrático están preocupados por “el tema”.


Sobra decir que el próximo presidente, cualquiera de esas grandes nulidades de la baraja de candidatos, no hará nada por mejorar las cosas. Dirán que es muy caro hacerlo. Que tomará mucho tiempo (por lo menos doce años, ¡una eternidad para estos señores tan esclavos del rating y tan amantes de los procesos exprés!). Que es imposible cambiarles el chip “magistral” a los profesores por otro más participativo. Que los padres de familia no colaboran en los procesos educativos.
Todo esto es cierto, pero la realidad es que el grueso del presupuesto sigue yéndose por el sumidero de la guerra (tan suculenta y difícil de auditar) y para obras civiles (tan suculentas y fáciles de “adicionar”). Ambos ítems muestran resultados muy pobres, como los de la educación, pero dejan réditos jugosos y rápidos para los carteles de la contratación y la burocracia. De ahí su popularidad.
El desprecio por la educación es una tradición política nacional. Como todos los señores bien, Belisario amaba la “cultura” pero le daba pereza la educación. Tenía alma de arriero autodidacta. Además, lo perseguían las catástrofes (Palacio de Justicia, la avalancha de Armero, el terremoto de Popayán). Al final, la gente se ponía nerviosa cuando él se acercaba.
Barco no pudo decir nada al respecto porque era tatareto, amén de ingeniero, gremio asaz refractario al pensamiento abstracto.
Después de tres años de insistencia de Rodolfo Llinás, César Gaviria citó en 1994 una “Misión de sabios” para que trazaran la hoja de ruta de la educación colombiana. Estaban entre otros Gabo, Marco Palacios, Carlos Vasco, Ángela Posada, Llinás y Patarroyo (un señor cuya vacuna mostró una eficacia del 100% para drenar el presupuesto de Colciencias). Al final, Gaviria utilizó el informe de los sabios como papel toilette de Palacio. Y ahí sigue. La educación pública no podía figurar entre las propiedades de este devoto del Consenso de Washington.
Samper, quizá el presidente con más sensibilidad social de los últimos 50 años, no pudo ocuparse ni siquiera de la educación de sus hijos por culpa de la generosidad de unos señores muy listos pero mal educados.
El filósofo estructuralista Andrés Pastrana mantuvo el congelamiento del presupuesto de la universidad pública ordenado por el cerebro de Pereira, considerando que esos recursos eran suficientes y que bastaba racionalizarlos, “usarlos bien”.
Con clarividencia de caballista, Álvaro Uribe comprendió que la solución estribaba en dar de baja a unas cuantas decenas de miles de sujetos mal educados. Lo hizo con aplicación, todo hay que decirlo, y la ovación aún no cesa.
Juan Manuel Santos demostró su insensibilidad frente al tema poniendo al frente de esa cartera a una señora completamente ajena al gremio; y la señora, por su parte, demostró su alto nivel de incompetencia proponiendo una reforma tan mercantilista y contraria al espíritu de la educación, que fue repudiada incluso por los rectores de las universidades privadas.
La minga desvelada de estos presidentes logró perratear la educación media pública y ha hecho hasta lo imposible por hacer lo mismo con la educación pública superior. Milagrosamente, no lo han logrado. Hasta ahora…
El diagnóstico y las soluciones del problema son tan conocidos que prefiero obviar aquí estas enumeraciones. Por desgracia, la opinión pública no ejerce la presión necesaria para que nuestros gobernantes, unos señores que hacen cursillos rápidos y carísimos en Harvard, encaren el problema con grandeza, imaginación y generosidad.