Lo divino y lo humano en las últimas

De las escenas memorables de la película Titanic, las de los músicos que les amenizaban el viaje a los excursionistas durante la travesía.

Cuando el transatlántico se choca y no es clara aún la magnitud del daño, el director del grupo ordena a sus hombres continuar con su música. Aquí no ha pasado nada. Treinta minutos después, ya en plena inminencia del naufragio y con los pasajeros despavoridos, uno de los violinistas exclama que en medio de aquel caos no queda quién les escuche, y el director, imperturbable, le contesta que de todas maneras antes del accidente tampoco nadie les ponía cuidado. Al rato, con el barco ya ladeado y ardiendo, el agua hasta las rodillas y la cubierta casi vacía, los músicos le preguntan a su director para quién están tocando, y éste les dice que para ellos mismos, y que por lo menos ejecutando la pieza se defienden algo del frío. Creo recordar que finalmente esos virtuosos se hunden en su ley, lealmente, como corresponde.

Otra escena, ésta literaria, que describe conductas disociadas o “no correspondientes” en medio de un drama que acaba de consumarse, la encontré en las Antimemorias, de André Malraux: en China, durante la guerra con el Japón, el escritor vio, en lo que quedaba de ventana de una casa recién bombardeada, a unos niños celebrando quién sabe qué a las carcajadas. Les preguntó el motivo de su alegría, y los niños le señalaron el cadáver humeante y vuelto pedazos de su madre en la alcoba.

La película El hundimiento, sobre los días finales de Hitler en su ratonera, nos muestra a los soldados que lo cuidaban tomando trago por los pasadizos y chocando sus copas para brindar por la idea que ya se le ocurriría al führer para sacarlos de esa trampa e incluso para ganar la guerra. Allá están sus restos carbonizados esperando todavía la victoria. Muy parecido ese triunfalismo borracho al entusiasmo que ostentaron un ministro y 86 parlamentarios la noche en que coronaron por acá un referendo bastante pirata. Al festejo se le notaba a la legua una felicidad enferma, esa demencia que presagia los estados terminales, sólo que sin el estilo de los músicos del Titanic ni la conmoción de las risas indescifrables de los huérfanos chinos. No creo que falte mucho para que les llegue la factura por esa euforia culpable que habrá de perseguirlos por el resto de sus días como un karma. O como una brigada del CTI.

Soy optimista y ya ni siquiera cruzo los dedos para ayudar a los desenlaces a precipitarse. La financiación fraudulenta de las firmas para el referendo, la urgencia reciente y asustada por rebajar a la brava el censo electoral, la pretensión de los reos potenciales del Capitolio de sacar a escobazos, mediante una ley sinvergüenza, a sus jueces constitucionales, el espionaje a la privacidad telefónica de los opositores, la ejecución de inocentes para disfrazarlos de guerrilleros, el mercado obsceno de las notarías, el reparto para los de casa de las zonas francas, la rifa de las embajadas, la conversión de las EPS en antros de gánsters amparados por la Ley 100, el recorrido kafkiano a que se somete a los aspirantes a jubilación, las delaciones cada vez más calientes de los paramilitares traicionados, las denuncias de César Gaviria sobre la vocación paraca del Incoder, el cansancio de Rito Alejo a seguirle cuidando la espalda al ex gobernador de Antioquia que sabemos, la indolencia frente a los desplazados hasta ahora y frente a los próximos a ser trepados con su colchón en una volqueta, el desdén hacia los secuestrados, el retiro de la confianza por parte de Ecuador y Venezuela, la inevitable deserción de las filas gregarias de quienes se quedaron iniciados como precandidatos, a los que el “por si acaso” se les quedó en veremos, pero sobre todo, el hastío de seguir oyéndole, durante otros cuatro años, las barbaridades de los últimos ocho al mismo personaje químicamente peligroso, me dan la certeza de que esta pesadilla va a acabarse pronto. Porque yo sí no creo que da igual ocho que ochenta. Pero si así fuera, pues que los colombianos con su pan se lo coman. Yo paso.

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