Las cuentas de la camándula

Según el Instituto de Bienestar Familiar, ICBF, en el territorio nacional son abandonados 5 niños cada 24 horas, una cifra escandalosa si la miramos bajo los preceptos de la legisladora Morales.


La camándula ha estado siempre allí como una marca registrada. La historia de Colombia corre paralela a la imposición de un catolicismo sanguinario y de unos partidos políticos que mezclaron sus doctrinas con los códigos de la Carta Política del 86. Laureano Gómez Castro odiaba a los negros con la misma pasión y desprecio que sentía por los indígenas, pero profesaba una oscura admiración por el general Francisco Franco y la España que asesinó a Federico García Lorca y a otros cientos de intelectuales opositores al régimen militar. Lo mismo podría decirse de Mariano Ospina Pérez, otro caudillo confesional que dejó su cuota de sangre en nombre de una Iglesia que seguía a pie juntillas los postulados del “libro sagrado”.

No debería extrañarnos entonces que a esta altura de la humanidad, Colombia siga aferrada a las axiologías sobre la cuales se yergue su historia. El proyecto modernizador, que entró a la América hispana a cuenta gotas, y que literalmente nos llegó por arriba, no derribó del todo los prejuicios impuestos por la fe católica. La muestra de ello es que cada determinado tiempo aparece en el panorama político nacional un líder que busca revivir ese pasado poco claro de una política regresiva. Álvaro Uribe lo hizo durante su penoso y brutal gobierno de 8 años, imponiendo a través de su Ministerio de Educación el regreso obligatorio de la educación religiosa tradicional a los colegio del Estados, pasándose por la faja las normas constitucionales de una educación laica para todos los colombianos.

El Estado confesional que en el papel fue desterrado de la vida nacional por la Carta Política del 91, llevó a la Procuraduría General de la Nación a un reconocido quemador de libros, que con triquiñuelas jurídicas se mantuvo durante 7 años y 8 meses en la dirección de uno de los organismos más importantes de la normatividad disciplinaria nacional. Alejandro Ordóñez Maldonado, que se vanagloriaba de sus hazañas de inquisidor en el Parque San Pío de la ciudad de Bucaramanga, fue denunciado en repetidas ocasiones por los funcionarios de la Procuraduría por obligarlos a asistir a misa, so pena de abrirles un proceso disciplinario.

Pero este señor que no solo se extralimitó en sus funciones sino que buscó a toda costa regresar a la mujer al espacio de la casa, que odiaba profundamente a los homosexuales, a los partidos políticos de izquierda y le hizo la vida imposible a más de un centenar de alcaldes y funcionarios de la llamada corriente progresistas, llegó a uno de los cargos más importante de la administración del Estado gracias a un Congreso camandulero que se identificaba con sus prejuicios y supersticiones religiosas. De otra manera resultaría imposible explicar, más allá de los pactos políticos oscuros entre partidos, las razones de la escogencia de un personaje con unos antecedentes que nada tenían que enviarle al célebre inquisidor Juan de Mañozca.

Hoy, ese mismo Congreso confesional acaba de darle vía libre a un referendo que busca evitar la adopción de niños por parte de parejas del mismo sexo, o solteros que no les interesa tener a su lado a un compañero o compañera permanente. La senadora Viviane Morales, que tiene rabo de paja, y no me refiero a que tenga una hija perteneciente a la comunidad LGTBI, se ha convertido en la imagen sobresaliente de una cruzada que busca reivindicar la permanencia en el territorio nacional de la familia tradicional, compuesta por un hombre y una mujer y que solo tenga como propósito la procreación, como ordenan los dogmas católicos. La señora Morales hace referencia a la misma familia tradicional que engendró especímenes como Rafael Uribe Noguera, Luis Alfredo Garavito y Fredy Armando Valencia Vargas, apodado por los medios de comunicación como el “Monstruo de Monserrate”.

Creer que la “mariquera” se transmite como el virus de la gripa ha sido siempre la base de un prejuicio que le ha costado la vida a miles de personas en el mundo, tanto que en algunos países de África sigue siendo un delito grave, como lo fue en la Inglaterra decimonónica. La señora Morales debería preguntarse por qué siendo Colombia la tercera nación más religiosa de Latinoamérica y una de las 10 primeras del planeta, hay en este momento más de 1.200.000 niños vagando sin hogar por las calles de las ciudades del país.

Según las últimas estadísticas del Instituto de Bienestar Familiar, ICBF, en el territorio nacional son abandonados 5 niños cada 24 horas, una cifra escandalosa si la miramos bajo los preceptos morales de la legisladora, y 1.039.000 en edad escolar, según cifras del Ministerio del Trabajo, realizan labores de adultos para aportar dinero a la canasta familiar.

Según este mismo informe, más de 30.000 niños trabajan ilegalmente solo en el departamento de Cundinamarca, 25.000 realizan labores similares en Boyacá, 20.000 lo hacen en Tolima y casi 15 en Bolívar.

Por edad y género el informe nos dice lo siguiente: 29.000 niños de 15 años trabajan a lo largo y ancho del territorio nacional, 26.000 niñas de 12 años desempeñan labores de adultos en las grandes y pequeñas ciudades capitales y más 100.000 casos se registran en los campos colombianos.

Si a la señora Morales y a su marido, el “gran Carlos Alonso Lucio” les interesara de verdad la familia, como lo ordenan sus creencias religiosas, buscarían desde el legislativo crear leyes que implementaran castigos más duros contra aquellos padres de familias que incurran en el abandono irresponsable de sus descendientes o los obliguen a trabajar en edad escolar. De esta manera le evitarían al Estado el desembolso de varios miles de millones de pesos para convocar al pueblo para que apruebe o no un proyecto que sin duda producirá una división mayor entre los grupos sociales que conforman la patria del Sagrado Corazón, como sucedió con el plebiscito con el que se buscaba refrendar los acuerdos de paz con las Farc.

Pero a la señora Morales, estoy seguro, le interesa un huevito que esas diferencias se profundicen, porque para ella, como para el exprocurador Ordóñez, la Biblia nunca se equivoca y Dios odia a los maricas.

Fuente: http://www.semana.com/opinion/articulo/joaquin-robles-zabala/510021