La votación y la noche

Ciudadano: en tus manos ponemos la votación que ya pasó y la noche que llega. Parece ser que ya no hay nada que hacer. Las esperanzas de un país distinto se han ido nuevamente por la corriente de las frustraciones. Por ahora, tiene que resignarse el tercio de colombianos que piensa que es posible vencer a los que han construido la desigualdad de esta sociedad. Por ahora habrá que esperar cuatro años y reelección. Un amigo me dijo que nuestras élites eran pésimas para acabar con la miseria y la pobreza, pero que era lo más eficiente para atornillarse en el poder.

Sería fácil elaborar una teoría de la frustración política con los casos en los cuales Colombia tuvo la esperanza de cambiar su rumbo, pero todo terminó en lo mismo que conocemos: el poder en manos conocidas y un nuevo país por conocer. Ha habido varias figuras en nuestra historia que promovieron un rechazo a la clase política y a la corrupción y buscaban la justicia y la igualdad de oportunidades. No eran personas ni propuestas perfectas, pero sí oportunidades de cambio que se frustraron. Todos sabemos de Uribe Uribe, Gaitán o Galán, para hablar de algunos que ya no generan urticaria entre los más retrógrados.

Muchas veces, ante la urgencia de cambiar las cosas, la gente se ha abrazado a cualquier espejismo que remede la posibilidad de una transformación social profunda. Con toda la modestia del caso, me atrevo a pensar que Mockus es una falsa ilusión: no es lo que podría y debería ser en este país que tenemos. La magia que Mockus transmite se debe a lo heterodoxo de sus estrategias de comunicación y de explicación. En cierta medida, sus intervenciones gestuales tienen un efecto limitado y de corto plazo.

Una encuesta, al final de su última alcaldía, mostró el escaso recuerdo que quedaba de algunas de las acciones simbólicas por él utilizadas, tales como el “chaleco antibalas con hueco en forma de corazón”, los “tubos PVC contra la agresión”, “viernes por la noche sin hombres” y el “sapo inteligente o croactividad”. La gente que las recordaba dudaba de que fueran eficaces para combatir el delito. Muchas de las acciones, por él llamadas pedagógicas, sólo se recuerdan como excentricidades, tales como bajarse los pantalones o echar vasos de agua a la cara de sus contrincantes o bañarse en la fuente del Parque Nacional para pedir perdón.

Sin embargo, muchos dicen que Mockus educó a los bogotanos. También hay quienes lo dudan y piensan que para Mockus el símbolo está por encima de la realidad. Por ello, piensan que es confuso en las exposiciones y demorado en tomar decisiones. En estos pocos meses lo hemos visto titubear, contradecirse, tratar de explicarnos las preguntas cuando todos queríamos las respuestas.

El propio Mockus fue desilusionando a sus potenciales seguidores, seguramente ante el asombro de muchos de sus muy calificados asesores. Tampoco se hizo evidente que su posición política y las acciones que propone, en lo social o lo económico, puedan lograr un cambio material de esta sociedad. Por ello, algunos han visto su inconfundible trazo de derecha, con lo que resultó patética la gestión del Polo para lograr una alianza programática.

Sin embargo, no le impide a nadie pensar que vale la pena votar por Mockus para manifestar que hay colombianos que quieren que se respete la vida y la legalidad y que rechazan la corrupción. Es decir, para aquellos que quieren protestar contra la clase politiquera, que corre con entusiasmo a rodear al candidato Santos. Su poder será casi ilimitado, por lo menos en los primeros tiempos del gobierno. Algunos dicen que Juan Manuel sabe escuchar. Pero esto parece difícil en una situación de poder monumental, donde es más factible el desarrollo de la arrogancia y el autoritarismo. La idea de una gran unidad nacional está planteada. ¿Qué podemos esperar de ella? Nos espera una larga noche.

Carlos Castillo Cardona

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