La sed

Por fin, después de tres años de engaños, el acueducto se desplomó. El escándalo siguió en Santa Marta: una ciudad turística, la Perla de América, muriéndose de sed al pie de la Sierra Nevada de Santa Marta y al lado de los ríos Guachaca, Córdoba, Piedras, San Diego, Fundación. La ola fue creciendo: calores de 41 grados en Valledupar, de 40 en Barranquilla, de 39 en Sincelejo.


Lo nunca sudado. Se destapó el infierno. En La Guajira mueren 15.000 reses, 10.000 hectáreas para cultivos han quedado como el desierto de Gobi. En la costa se han declarado 642 incendios forestales que no saben con qué apagarlos y los ganaderos hablan de que se les murieron 32.000 vacas. En Cesar los arroceros denuncian haber perdido 1.000 hectáreas de cultivos que cuestan $5.000 millones. En la Mesa de los Santos se han asfixiado un millón de pollos. En Córdoba se está vendiendo baratísimo el ganado en pie. En los próximos meses la lista crecerá. Y los damnificados pedirán auxilios al Gobierno, a las secretarías departamentales de agricultura, a Naciones Unidas, a la FAO, a Rusia, a China.

El doctor José Félix Lafaurie Rivera —a quien su esposa le prepara un nicho en el cielo— ha diagnosticado que “El Niño se nos vino encima”. El defensor del Pueblo da un paso más y grita desde su escondite: Hay que salir a paliar el asunto. El Gobierno decreta el diagnóstico: El Niño está dando sus primeros latidos, y formaliza su política para resolver el drama: hay que ser más responsables, hay que ahorrar agua, hay que ser más responsables. Y a partir de aquí comienzan las soluciones, o mejor dicho, los contratos: 24 talleres para explicarle a una media docena de alcaldes y a sus secretarios para “concientizarlos y explicarles qué es El Niño y como se puede mitigar su crudeza”; se ordenó la compra de una flotilla de helicópteros con sus equipamientos para sofocar los incendios forestales, se autorizó la construcción de pozos profundos en La Guajira para mitigar la sed y se habilitaron 200 molinos de viento —“paralizados por el abandono”— para llenar los jagüeyes; en Magdalena se darán algunos (sic) subsidios para ayudar a los ganaderos. En Santa Marta “se darán al servicio cuatro pozos y se pondrán en operación otros 11”. El inefable doctor prometió la construcción de silos para alimentar las vacas que están enflaqueciéndose y que amenazan con encarroñarse.

El Gobierno mandó asignar a la Unidad Nacional de Riesgo $23.000 millones que, sumados a los 30.000 que ya consignó, dan un gran total de 53.000 millones. Para rematar la feria, giró o girará 25.000 millones para los bomberos. En síntesis, la culpa es de El Niño y la solución son los contratos. La ministra de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible ha declarado, digamos, que la culpa de todo la tienen los colonos por talar ilegalmente los bosques, los mineros ilegales por abrir huecos y los campesinos por sustituir bosques por cultivos agrícolas. ¿Ignora la señora ministra que en Colombia se tumbaron entre 2011 y 2012 la friolera de 300.000 hectáreas de monte, equivalentes a casi el doble de la extensión del departamento de Quindío? Las selvas del Pacífico, desde el Atrato hasta el San Juan y desde el Dagua hasta el Mira, están siendo arrasadas como fue arrasada la Sierra Nevada de Santa Marta; los bosques de galería de la tierra plana, todas las selvas del piedemonte llanero han sido abatidas por colonos empujados por la violencia y obligados por el hambre para convertirlas en enormes haciendas ganaderas; en el Magdalena Medio, en el sur de Magdalena y Cesar, en el Catatumbo, en Meta, en Tumaco, la palma africana ha hecho lo mismo que la caña en el Valle: acabar con caracolíes, samanes. El agua no se acaba sola, la acaban, y no propiamente —aunque también— para embotellarla.

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