La punta del mal

Asegurar que un Nobel puede comprarse no deja de ser un profundo acto de ignorancia, una declaración de estupidez manifiesta o la puesta en marcha del “principio de orquestación” de los 11 postulados goebbelianos.


No podría decir que las acciones de Álvaro Uribe están motivadas por la envidia o el rencor, como aseguran algunos opinantes de medios. Lo único cierto de todo esto es que el expresidente y hoy senador es un ser pequeño y ruin y, literalmente, un enano intelectual que, en términos políticos, no reconoce méritos más allá de los suyos. Y no lo digo solo porque en el fondo de su “corazón grande” la paz del país le importe un rábano, sino porque su fuerte es la mentira sistemática y el desprestigio de todo aquel que cuestione sus más sutiles intereses. Las afirmaciones hechas por Daniel Coronell en sus columnas de SEMANA son apenas la punta del mal si pensamos que el exmandatario ha sido siempre un ser oscuro, rodeado de personajes cuestionados y un maestro del engaño y la manipulación, como quedó demostrado en el plebiscito del octubre pasado.

Lo digo también porque mientras los grandes medios de comunicación del planeta se disputaban una entrevista con el nuevo premio Nobel de Paz, el expresidente Uribe, reunido con dos congresistas en Miami, representantes de la godarria hispana en el senado de los Estados Unidos, se despachaba frente a las cámaras de televisión calificando a Juan Manuel Santos de dictador. El asunto resulta patético y repulsivo por tratarse de alguien que intentó torcerle desde el poder el cuello a las normas constitucionales con triquiñuelas para quedarse 12 años en la Casa de Nariño.

Siempre se ha dicho que “el ladrón juzga por su condición”, y como Colombia es un país de amnésicos, con memoria a corto plazo, ya olvidamos que el 26 de febrero de 2010 la Corte Constitucional evitó que un congreso compuesto en su mayoría por parapolíticos, afín a al presidente de turno, aprobara un referendo que buscaba cambiar por segunda vez consecutiva el “articulito” que “socavaba los principios básicos de la Carta del 91”, como lo dejó sentado el alto tribunal.

Pero como el Centro “Democrático” –hay que reconocerlo— es bueno para convertir mentiras en verdades como lo hicieron durante la campaña del No al plebiscito, ahora han enfilado baterías en una cruzada que busca desprestigiar el reconocimiento del presidente Santos por sus grandes esfuerzos al conseguir que los fusiles de la Farc se silenciaran.
Asegura que un Nobel puede comprarse, como pregonan hoy en las redes sociales los seguidores del expresidente, no deja de ser un profundo acto de ignorancia, una declaración de estupidez manifiesta o la puesta en marcha del “principio de orquestación” de los 11 postulados goebbelianos. Es desconocer que el Comité que postula el Nobel de Paz, que reside en Oslo, Noruego, y que es el asignado por el parlamento del país, no tiene intereses petroleros, ni políticos, ni económicos, ni está conformado por lacayos del poder. Es creer que los cinco miembros encargados de estudiar a los más de 350 postulados al premio, tienen las mismas características de los funcionarios que acompañaron al “gran colombiano” en su largo gobierno, pero que hoy están presos por las tramoyas de la yidispolítica y otros se encuentran en fuga por delitos contra el patrimonio.

La elección del Uribe como el “gran colombiano” de todos los tiempos, por encima de figuras destacadísimas como las de Simón Bolívar –nominado a pesar de haber nacido en la vecina república de Venezuela–, de Gabriel de García Márquez, Alejandro Obregón y Rodolfo Llinás, entre otros de gran factura intelectual, fue solo un regalo de History Channel por los contratos que la Presidencia de la República, en cabeza de Uribe, había tenido en 2010 con los propietarios del reconocido canal por cable.

Así lo registró en una nota del 28 de diciembre de 2013 Noticias Uno, en la que se puede ver al entonces mandatario de los colombianos acompañado del gerente del canal internacional, Eduardo Ruiz, en el lanzamiento de la serie televisiva “Unidos por la Historia” que, a final de cuentas, sería el programa que dio origen al concurso que convirtió al expresidente en el “hombre más importante de la historia Colombia”. Ese mismo día, el mandatario de la República recibió una placa de agradecimiento por su corazón generoso y su intento de pacificar el país.

Una cosa es no estar de acuerdo con algunas de las decisiones de Juan Manuel Santos a lo largo de su gobierno, una cosa es protestar por las reformas tributarias que durante el gobierno de Uribe se convirtieron en impuestos de guerra, pero otra muy distinta es asegurar para un canal republicano que el nuevo premio de Paz es un vulgar dictador porque refrendó los acuerdos con las Farc a través de Congreso, como lo pedían los del No durante la campaña del pasado plebiscito. A Uribe y a su horda de seguidores no les sirve ningún acto de buena voluntad si ese acto no los beneficia en lo político. No les interesa la paz del país si esa paz no es promovida por el Centro “Democrático”.
Llamar a Santos dictador es meterlo en la lista de terroristas porque un dictador en el poder es lo equivalente a un psicópata armado que cualquier mal gesto del vecino puede llevarlo a desenfundar y disparar indiscriminadamente, sin importar a quien mata.

Cuando en 2010 Piedad Córdoba, en un foro en México aseguró que Colombia era un narcoestado que debía ser aislado por la comunidad internacional, Uribe y sus fanes levantaron indignados la voz y metieron las declaraciones de la exsenadora en el terreno de “traición a la patria”. Incluso aseguraron que la señora debía ser investigada por la justicia. Hoy nadie pide que el senador sea investigado por decir semejante barbaridad a unos medios internacionales, aunque sus declaraciones estén en el ámbito de la calumnia y la mala leche que siempre le ha caracterizado al referirse a sus enemigos políticos.

Lo cierto de todo esto es que el tiempo siempre pone a cada quien en su lugar. Y Santos pasará a la historia de la humanidad por haber recibido un Nobel de Paz y haber hecho un gran acuerdo para conseguir terminar con una guerra de 52 años, pero Uribe siempre será recordado como el hombre que apoyó a un ejército de paramilitares que masacró a cientos de colombianos y puso el palo en la rueda para que el acuerdo con las Farc se fuera al traste. Además, claro está, de esa oscura relación con algunos personajes relacionados con el narcotráfico y las grandes mafias colombianas.

Fuente: http://www.semana.com/opinion/articulo/joaquin-robles-zabala-sobe-el-nobel-de-paz/509291