La polarización

Quienes militan en estos peligrosos segmentos no han renunciado a la combinación de todas las formas de lucha, incluyendo el uso de las armas y el terrorismo. No sólo la izquierda recurre, con mayor persistencia que resultados, a este accionar. La extrema derecha, con el apoyo de los paramilitares, ha combinado, con éxito electoral, las urnas y las armas. De acuerdo con los jefes paramilitares, en una legislatura lograron el 35% de curules; las condenas que la Corte Suprema de Justicia ha proferido contra los congresistas que, para obtener sus curules, se aliaron con los paramilitares, muestran que el porcentaje no es una exageración.

Otra forma de polarización altamente riesgosa está ocurriendo: la extrema derecha quiere utilizar al Ejército, para que éste tome partido en su favor, aun a riesgo de desestabilizar la frágil institucionalidad del país.

La casi total ausencia de sensibilidad política de la guerrilla le está haciendo el juego a la derecha no civilista. No es de descartar que nuevamente, como reacción a la anacrónica política de las armas, la derecha recalcitrante gane las próximas elecciones presidenciales; directamente con su caudillo o con una marioneta que acepte dejarse conducir en la macropolítica —¡qué miedo!— y en el día a día de la administración. No faltan candidatos para esta labor. Si en Rusia lo ensayaron, ¿por qué no en Colombia?

A semejanza del eurocentrismo, que todo lo ve bajo la óptica europea, el uricentrismo piensa que el país sólo está pendiente del expresidente. Algunos ejemplos aclaran lo anterior. Un grupo de académicos, escritores, políticos, empresarios progresistas deciden, bajo la convocatoria de Iván Marulanda, reunirse para “Pedir la palabra”. El espectro ideológico de los convocados es amplio, no tanto como la ampicilina. Todos coinciden en la necesidad de buscar un país más equitativo, sin apropiación por parte de unos pocos de los bienes públicos y, ante todo, que la política se ejerza sin armas y sin apoyos de grupos armados. El ruido de las armas no deja escuchar la palabra. Algunos medios contagiados por el uricentrismo dijeron: el objetivo era buscar puentes para la reconciliación del presidente y el expresidente; le dedicaron buen tiempo a esta hipótesis sin tener información; cuando conocieron que esto no era así, el entusiasmo decayó.

Los países serios convocan constituyentes o reforman la Constitución sólo en casos excepcionales. En Colombia, sin haber dejado decantar la del 91, se ha reformado decenas de veces, en particular en beneficio de la clase política: para revivir las suplencias, para que los congresistas puedan votar leyes y reformas que los benefician directamente sin declararse impedidos, para que un presidente, empleando todos los medios, aun los legales, la cambie a su favor para reelegirse. Hoy se propone una constituyente; el vicepresidente dice que su fin es la búsqueda entre Santos y Uribe. Es posible que ni en los países con menor desarrollo institucional se les ocurra convocar una constituyente para arreglar disputas de los jefes tribales. Si queremos ser reconocidos como un país serio, actuemos en consecuencia.

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