La paz también es diversa

En medio de la voluntad mayoritaria de construcción de paz a través del diálogo en Colombia, las reflexiones y aportes del movimiento LGBTI se constituyen como elemento primordial para la construcción de una paz duradera y diversa.
“con la palabra, el canto, el baile y la fiesta, el cese bilateral de fuegos, porque es la posibilidad y la esperanza de que el amor no sea aniquilado ni ensordecido por los estruendos de la guerra que ha causado más de 200.000 muertos y más de 1.000 masacres”

En 1982 un grupo de aproximadamente 32 personas realizó la primera marcha en el país para exigir los derechos de la comunidad LGBTI (Lesbianas, Gay, Bisexuales, Transgéneros e Intersexuales), un hecho de relevancia para el momento ya que hasta 1980 el artículo 419 del Código Penal Colombiano prohibía las relaciones entre personas del mismo sexo, calificando a quien las practicara de corruptor. La marcha se llevó a cabo el 28 de junio de ese año, en conmemoración a los disturbios de Stonewall, protesta espontánea contra una redada policial realizada en 1969 en un bar con este nombre en Nueva York. El recorrido de la marcha fue desde la Plaza de Toros hasta el Parque de las Nieves sobre la carrera Séptima en Bogotá, liderada por León Zuleta y Manuel Velandia, bajo la consigna “trabajamos por liberación social y liberación sexual”, frase que tomaría eco y es retomada actualmente por los colectivos de disidencias sexuales: Sin libertad sexual, no hay libertad política.

En esta primera marcha “participaron grupos de Medellín y Cali. Cada uno de nosotros marchaba con un triángulo rosado en la mejilla con el número de la cédula escrito en él. Esto era para recordar lo que había pasado a los homosexuales en los campos de concentración en Alemania” señaló Manuel Velandia, en una entrevista para el Colectivo León Zuleta. Esta manifestación pública marcó un hito como apuesta política, y sólo se realizaría de nuevo en una ciudad como Medellín hasta finales de los años 90.

Durante los años setenta, el movimiento político y social liderado por el filósofo y activista León Zuleta, hizo parte de una apuesta latinoamericana conocida como Movimiento de Liberación Homosexual (MLH), desde donde León y su grupo de amigos hicieron reflexiones que hasta el momento pasaban desapercibidas para las luchas populares que gestaban campesinos, indígenas, obreros y estudiantes en el país, poniendo de manifiesto que la sexualidad y el cuerpo son espacio y medio del ejercicio de poder, donde se prolongan los aparatos y las máquinas de dominación; es así como hicieron evidentes otras formas de opresión no vinculadas exclusivamente a lo económico, sino también a lo cultural. En este sentido la búsqueda de la libertad resultaba para León – en sus palabras – como “conciencia de la fuerza vital vuelta cuerpo, símbolo, territorio de la cultura, es decir, conocimiento y compromiso con el sentido y el devenir, en fin, subjetividad histórica en la vida y en el mundo”, aportando de esta manera al movimiento social y popular la idea de que los actos cotidianos también son políticos.

El presente: memoria y participación

En la marcha denominada “por la vida, la diversidad sexual y las identidades de género”, llevada a cabo el 3 de julio en Medellín, un grupo de jóvenes con capuchas de colores se tomó la tarima del evento para leer un manifiesto en el que saludaron los esfuerzos para darle una solución política al conflicto social y armado entre el gobierno de Colombia y las FARC-EP, en este afirmaron que defenderán “con la palabra, el canto, el baile y la fiesta, el cese bilateral de fuegos, porque es la posibilidad y la esperanza de que el amor no sea aniquilado ni ensordecido por los estruendos de la guerra que ha causado más de 200.000 muertos y más de 1.000 masacres”. Esta manifestación no es nueva, ya que el papel de la comunidad LGBTI en el proceso de paz ha sido protagónico en el sentido en que diferentes ONG’S y colectivos sociales han alzado su voz para exigir su participación en lo que podría convertirse en un nuevo escenario político.

Dos grandes temas relacionan a la comunidad LGBTI con la construcción de paz. El primero es el reconocimiento de la victimización en el marco del conflicto armado a su población, debido a la falta de una acción estructural del Estado colombiano, que ha restringido el ejercicio de ciudadanía plena a las personas LGBTI y favorecido el uso de violencias por parte de los actores armados que han querido imponer su orden en una lógica heteronormativa, reprimiendo y asesinando a miles de gays, lesbianas, transexuales, bisexuales e intersexuales a lo largo del territorio colombiano. Si bien este ejercicio de reconstrucción de memoria ya lo han comenzado organizaciones sociales e instituciones como el Centro Nacional de Memoria Histórica, es una tarea compleja y de largo aliento ya que algo que caracteriza a las violencias heteronormativas ha sido su prolongación en el tiempo, una naturalización por parte de la sociedad y un silencio de las víctimas que no han encontrado en muchas ocasiones cómo y a quién expresar lo sucedido.

El segundo elemento es la participación eficaz en las políticas públicas del país, pues como lo demuestra la experiencia de la Constitución del 91, si bien es necesario un marco jurídico para los derechos civiles, también lo es una real voluntad política, plural y popular que garantice los derechos y libertades de los disidentes sexuales. Como lo manifestó Wilson Castañeda, director de la Corporación Caribe Afirmativo y representante de la comunidad ante la subcomisión de género de la Mesa de Negociación del Gobierno Colombiano y las FARC- EP: “Gran parte del origen actual de estas problemáticas radica en que la Constitución Política no incorporó la orientación sexual, identidad y expresión de género como motivos de discriminación expresamente prohibidos”, es importante recordar que aunque la Constitución determinó al país como pluriétnico y multicultural, sólo hasta recientes fallos de la Corte Constitucional se le han hecho efectivos derechos a personas disidentes sexuales y de género, como por ejemplo el de nombrarse en matrimonio, adoptar hijos o cambiarse el nombre y sexo en la cédula de ciudadanía.

La historia y el presente de construcción de paz tendrá que tener en cuenta las reflexiones y aportes que desde León Zuleta, hasta las organizaciones sociales LGBTI, han hecho en materia de derechos civiles, sobre la relación del poder con el cuerpo y la participación plural en la política, donde se incluya nuestra experiencia con lo cotidiano. Aunque el panorama para esto luce alentador, las advertencias frente al postacuerdo no garantizan que éste sea más seguro en términos de violencia sexual y de género, como afirma Mauricio Alzate, miembro del Colectivo Deformación: “Con el auge de la extrema derecha a nivel internacional, se pueden profundizar los problemas del proyecto neoliberal en contra de la paz, pero no se puede tener miedo a la paz. Lo de nosotros es un proyecto de país donde no haya miedo a ser asesinados. El postacuerdo reforma el escenario político pero otra cosa es el proyecto de paz con justicia social”.

El camino a la paz implica el fin de las violencias heteronormativas, la no repetición de casos como el de León Zuleta, apuñalado y asesinado el 23 de Agosto de 1993; un homicidio calificado por las autoridades como crimen pasional, ignorando así la participación de este personaje como disidente político y sexual. Ante este nuevo panorama, es significativo evocar al movimiento social la consigna con la que finalizó el manifiesto leído el pasado 3 de julio por un grupo de jóvenes en la marcha de la diversidad: “Amando Venceremos”.

Fuente: http://periferiaprensa.com/index.php/en/component/k2/item/1585-la-paz-tambien-es-diversa

Foto: Periferia (http://periferiaprensa.com/index.php/en/component/k2/item/1585-la-paz-tambien-es-diversa)