La paradoja del post-plebiscito

El post plebiscito llegó con multiplicidad de análisis que buscan explicar lo sucedido; algunos analistas han centrado la discusión en el nivel de desinformación y manipulación de la campaña por el No que generó premeditadamente temores en los votantes para inducir una decisión que a la postre “triunfó”.

La propaganda perversa direccionada por la ultraderecha (aunque la única cabeza que ha rodado y rodará es de Vélez Uribe, por imprudente) sin duda incidió en los resultados, pero sin ser expertos nos atrevemos a plantear que el fracaso del Si solo es explicable en la actitud arrogante de Santos que impuso el plebiscito al considerar que era el mecanismo más “barato” de refrendación, desechando de tajo y desde el inicio, la propuesta de asamblea nacional constituyente planteada por las FARC-EP; pero también al triunfalismo de esta insurgencia, que le impidió ver la necesidad de acercarse al pueblo cuando menos a informar el contenido de los acuerdos (con sus limitaciones y avances).

Bajo una pregunta relativamente sencilla “¿Apoya usted el acuerdo final para terminar el conflicto y construir una paz estable y duradera?” se buscó el respaldo popular a un Pacto cuyos contendidos son difíciles de digerir. Como se pudo ver, la propaganda por el Sí, tanto la de la derecha santista como de la izquierda, se desarrolló bajo la consigna del “apoya o no apoya la paz o la terminación del conflicto”, sobre la cual nos pronunciamos en anterior oportunidad.

En contraposición, Uribe canalizó la inconformidad de sectores del pueblo que no se sienten recogidos en el Acuerdo, por múltiples razones, mediante prácticas propias del fascismo y con ello logró usar al 16% de los electores, para imponer las condiciones del sector de clase que él representa (también en el poder). Con ello pretende renegociar lo convenido entre Santos y las Farc.

Estos son los vicios propios y antiquísimos de la “democracia” en este tipo de sociedades. Se usa las urnas para pasar como “voluntad popular” lo que ya está determinado por quienes ostentan el poder. La mentira y el engaño, desde las más sutiles hasta las más perversas, está en el ADN de la clase politiquera del país. “Aparecen en elecciones unos que llaman caudillos /Que andan prometiendo escuelas y puentes donde no hay ríos /. Por ello, la falta de credibilidad en la papeleta no es gratuita. El 62% de abstención demuestra la existencia de una aparente “democracia” en la que no decide el pueblo.

Paradójicamente, el ex presidente se reputa hoy como representante de las mayorías (aunque las mayorías no fueron a las urnas), a las que también excluyó del falso proceso de “negociación” con los paramilitares y del adefesio de “justicia transicional” que creó ese momento. Hoy, nada dice del alto riesgo de “perdón y olvido” que se cierne sobre los crímenes de lesa humanidad, muchos de ellos cometidos como consecuencia de las políticas que él mismo impulsó, junto a su anterior coequipero, el hoy mandatario Juan Manuel Santos; al contrario, la única propuesta anunciada al respecto habla de la implementación de una justicia express a favor de criminales de Estado.

Uribe cuestiona unas cuantas curules otorgadas por vía del acuerdo a las Farc en el Congreso, y guarda silencio en que al menos la tercera parte del parlamento que durante su gobierno respaldó todas sus iniciativas, representaba al paramilitarismo que él mismo promovió, según ha sido evidenciado a través de numerosas declaraciones y pruebas que reposan empolvadas en despachos judiciales de este país. Pide cárcel para la insurgencia, cuando con la Ley de “justicia y paz” que él impulsó pretendía, sin ningún sonrojo, extender la figura del delito político a quienes formaron parte de esas estructuras.

El post plebiscito ha generado un efecto de movilización alrededor de los acuerdos de La Habana, lográndose la concreción del objetivo de fusionar las aspiraciones del pueblo colombiano en la solución política del conflicto (en este caso entre el Gobierno y las FARC), con el contenido del Pacto celebrado entre dos partes, sin la presencia de la sociedad. Así que el escenario siguiente, discurrirá entre qué tanto de lo convenido en la Isla va, independientemente de los actores que participen en el debate. De élites o no, la renegociación ya tiene un marco delimitado.

Varias cosas preocupan de todo esto. Plantearemos sólo algunas a manera de enunciados que esperamos desarrollar en próximas oportunidades. 1. De nuevo ha quedado claro que las clases dominantes (sea quien sea el que las represente) no están dispuestos a ceder nada que ponga en riesgo su poderío y ni siquiera a otorgar concesiones mínimas como las curules prometidas a las FARC, con lo que toma fuerza el gran temor fundado de la brutal represión que sigue a un eventual acuerdo; 2. La derecha y ultraderecha siguen mostrando su gran capacidad para manipular la opinión pública (conformada en su mayoría por sectores del pueblo), polarizarla y movilizarla en torno a intereses que no les son propios; haciendo uso de discursos que fomentan el “odio” y la discriminación más despiadada y retrógrada (no solo contra la insurgencia); tal como lo hizo en su momento, Hitler durante la Alemania Nazi; lo que nos pone en alerta de una nueva arremetida fascista de grandes dimensiones si se tiene en cuenta el fortalecimiento paramilitar que se viene evidenciando en algunas zonas del país (varias de ella con un predominante voto por el No), y 3. Mientras toda la atención se concentra en “Paz” o “Guerra”, avanzan silenciosas, iniciativas en las que ninguna oposición tienen Santos y Uribe, de las que mencionamos a manera de ejemplo, la reforma tributaria y el TLC con Israel (importante oferente de armas y aeronaves bélicas).

Complemento: El premió Nobel de Paz otorgado a Santos por los suecos merece un análisis más allá del patriotismo agitado por quienes han incentivado históricamente la guerra en Colombia. Por ahora decimos que es una ofensa a las víctimas de ejecuciones extrajudiciales.