La justicia en manos de los sapos

La justicia norteamericana está construida con base en el estímulo a las delaciones, a las recompensas por soplar hasta llegar a la negociación de penas. Un comportamiento que se trasladó a Colombia con el sistema penal acusatorio y que finalmente termina acentuando uno de los rasgos más deplorables de la condición humana: la traición.

La traición a los amigos, los cómplices y hasta los amantes, en el afán por obtener prebendas judiciales. Impresiona ver a Juan Manuel Dávila, convertido en testigo de la Fiscalía para obtener beneficios judiciales, enlodando a quien decía ser el amor de su vida: su exnovia Valerie Domínguez; con quien además se asoció para obtener los subsidios de Agro Ingreso Seguro. Dávila no ha tenido reparos para, sin pudor alguno, señalarla culpable para salvarse. Ella, por su parte, ha intentado hacerse pasar como la muchacha ingenua, asaltada en la buena fe; comportamiento que no le pega, pero lo que sobresale es el de Dávila en el juicio.

Igual sucede con los paramilitares en los procesos de Justicia y Paz y los que están extraditados, que, imbuidos de odio y venganza, involucran a diario a quienes a su vez los traicionaron enviándolos a Estados Unidos. Actitud que también tomó, según trascendió la semana pasada, el excongresista Miguel de la Espriella, pieza clave en el engranaje parapolítico, quien, al decir de una denuncia en Twitter del expresidente Uribe, cobra por eximir de sus señalamientos a los excolegas políticos.

Pululan los sapos en las audiencias, en los juicios y en las denuncias ante la Fiscalía. Con el corolario obligado: la multiplicación de los falsos testigos. Y no es extraño, dadas las características de la sociedad colombiana, donde la mentira está entronizada en la cotidianidad y decir la verdad o no hacer trampa es un comportamiento que desde la primera infancia se asimila al bobo o al pendejo. Contrasta con la escala de valores anglosajona en la que lo más grave que alguien puede hacer es mentir o inducir al error a punta de falsedades.

Grave error de la Fiscalía el de precipitarse a validar testigos que a la postre terminan cayéndose, como ocurrió con Sigifredo López, un caso tan aberrante que llevó al fiscal Eduardo Montealegre, en un gesto inédito, a pedir disculpas públicas por semejante injusticia. Y se equivocaron con uno de los sindicados del atentado contra el exministro Fernando Londoño, y se corre el riesgo de repetir errores en el presunto asesinato del joven guajiro Luis Colmenares en el Parque El Virrey.

En este escenario, el ingrediente mediático que ronda a la justicia colombiana resulta aún más perturbador. En el afán protagonista de fiscales, jueces, testigos y defensores crece el riesgo de cometerse errores. La Fiscalía no puede perder su majestad y sin dejarse presionar debe apoyarse en las certezas judiciales para no terminar atrapada en el baile de los sapos como testigos. La traición, uno de los peores bajos instintos, utilizada como motor para la construcción de pruebas, puede devolverse como un bumerán destructor de valores en una sociedad moralmente frágil como es la colombiana.

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