La justicia en mala hora

Dicen que la justicia cojea, pero llega. Esta expresión es común y corriente para los colombianos, pero resulta sorprendente y creativa para el resto del mundo. Justamente, esta expresión en boca del peluquero del juez Arcadio, uno de los personajes de La mala hora de Gabriel García Márquez, pronunciada un lunes de esos que no debían de existir -como hoy- es una de las que escogieron los angloparlantes para eternizan al escritor.


Es celebrada por reflejar el ingenio maravilloso de quien no hizo sino insistir que lo único que hacía era reflejar la vida.

La expresión no resulta tan quimérica para la mayoría de colombianos. Su contenido lo tenemos tristemente interiorizado.

De hecho, de vez en cuando, la justicia llega cojeando. Llegó (partida) hace un par de semanas a Valledupar, mediante un fallo del 31 de marzo de 2014 sobre el homicidio en septiembre de 2005 de Luciano Enrique Romero Molina cerca del Batallón La Popa. Romero había sido un líder del Sindicato Nacional de Trabajadores del Sistema Agroalimentario (Sinaltrainal). Murió acuchillado salvajemente a los 46 años. Sus asesinos directos fueron un grupo de paramilitares confesos. Lo que expone el fallo -y por eso digo que la justicia llegó partida- es que, además de los matones, hay élites locales y agentes estatales quienes están detrás de la muerte de Romero y que nadie ha tocado.

El fallo es fantástico; ojalá conociéramos más decisiones de este tipo, mediante las cuales, cumpliendo con todas las formalidades del debido proceso, jueces y demás agentes judiciales logran establecer verdades significativas. En este fallo se condena a Ever Ovidio Neira Bello (alias R-1, “el Abogado” o “el Fugitivo”) por el homicidio del líder sindical; se expone la motivación antisindical de su muerte; se destapa el complot oficial y de la empresa afiliada a Nestlé para enlodar al sindicato; y se evidencia la directa intervención en el homicidio del aparato estatal, mediante el (desaparecido) Departamento Administrativo de Seguridad y el GAULA militar.

La decisión judicial es reveladora. Por ejemplo, dice uno de los paramilitares: eso ya estaba todo coordinado con el Estado, (…) la policía nos daba un margen de tiempo de homicidios semanales, … creo que eran cuatro o cinco homicidios semanales. Otro presenta su confesión a manera de reto para la justicia: investigue los resultados mostrados por ese grupo (refiriéndose al Gaula) durante el 2004-2005 y la fecha de mi desmovilización, que lo único que va a encontrar son falsos positivos.

Es espeluznante pero, sobre todo, es evidencia de que en el caso de Romero la justicia llegó cojeando y todavía tiene mucho por recorrer. La jueza hace lo que tiene que hacer: ordena la compulsa de copias a los posiblemente implicados. Veremos si, en las causas que se abren, la justicia llegará en relación con los otros responsables de la muerte de Romero y de otros miembros de Sinaltrainal.

Lo triste del asunto es que el caso sirve de constatación de que seguimos en la mala hora, experimentando la injusticia de los pasquines y la persecución del contrario.

En La mala hora (de García Márquez) los pobladores estaban al borde de la paz, viviendo la incertidumbre y el desespero generados por los embates de aquellos que quedaron con ganas de más guerra. ¿Será que pasaremos La mala hora o estamos condenados a experimentarla eternamente?

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