La guerra y la paz

Que no va a ser fácil, decía en mi columna de la semana pasada, y que hay muchos colados que quieren salir en la foto de la paz. Así es: ya asoman la cabeza por todas partes; los niños y las niñas, los civiles y los militares, los nacionales y los internacionales. Pero eso, aunque incómodo, es una buena señal: nadie quiere quedarse al margen. No es como cuando en tiempos de la paz de Belisario muchos se irritaban de que se hablara de paz “cuando aquí no había guerra”; ni como cuando los uribistas recalcitrantes negaban en redondo la existencia del conflicto armado. Ahora nadie se atreve a decir públicamente que no quiere la paz. Sugieren apenas que “las condiciones no están dadas…”, y que es mejor no volverlo a intentar para que no venga luego una nueva frustración. Pero eso no es un argumento: equivale a declararse satisfecho con la frustración anterior.

Ni siquiera hablan en serio los que insisten en la rendición sin condiciones por parte de la guerrilla. Por eso el propio gobierno guerrerista de Álvaro Uribe negociaba también entre las balas, como lo está haciendo ahora el de Juan Manuel Santos.

Esto va en serio esta vez. No es, como otras, una negociación para engañarse mutuamente, para tumbar al otro, a la colombiana; sino para llegar a un acuerdo favorable para las partes y -desde luego-, para todos los terceros que tengan que intervenir. Esta vez las guerrillas se presentan como lo que son: guerrillas y no un Estado hecho y derecho que viene a hablar de igual a igual. Y esta vez los representantes del Estado legítimo no llegan cargados de desprecio por sus interlocutores, sino con el respeto debido a 50 años de lucha. Y, militarmente hablando, ambos lados conocen la correlación de fuerzas.

Hay dos grandes problemas prácticos: el secuestro y el narcotráfico.

Lo del narcotráfico es un problema insoluble por parte de Colombia, con Farc o sin Farc. Porque sus raíces no están aquí, sino en los Estados Unidos. Como he venido repitiendo desde hace 40 años, el narcotráfico no es un problema porque existan siembras de coca en las laderas de los Andes, sino porque esas siembras son ilegales por decisión de los gobiernos de los Estados Unidos. Y como consecuencia de esa ilegalidad el tráfico de la cocaína constituye el negocio más rentable del mundo. Para quien sea que lo practique: una guerrilla o una mafia criminal. Todas las guerrillas del mundo se financian con tráfico de drogas prohibidas, y todas las bandas criminales también (y todos los bancos). Eso no se resuelve en conversaciones en La Habana entre unas modestas guerrillas colombianas y un modesto gobierno de Colombia; así que pronto llegará el momento en que ese tema salga de la agenda en discusión, pues al respecto no puede llegarse a ningún acuerdo que tenga resultados prácticos.

Lo del secuestro es más delicado. En La Habana los enviados de las Farc reiteraron que su organización ya no practica el secuestro, tal como lo dispuso su comandante Alfonso Cano. Pero siguen sin aparecer centenares, talvez miles, de personas que fueron secuestradas por las Farc. Hace apenas cuatro meses Pablo Catatumbo, miembro del Secretariado, reconoció públicamente que “nuestra guerra, infelizmente hay que decirlo, requiere de finanzas”. Alguna prueba distinta de la simple negación tendrán que aportar las Farc para que no solo los representantes del gobierno sino la sociedad colombiana empiecen a creerles.

En fin: para eso son los diálogos. No estamos al final, sino al principio. Apenas acaban de ser nombrados los negociadores. Me comentaba con cierta desesperación en la voz otro viejo columnista de prensa: “¡Pensar que vamos a tener que seguir escribiendo columna tras columna sobre el tema de la paz!”. Y quise consolarlo: “¡Y pensar que llevamos toda la vida escribiendo columna tras columna sobre el tema de la guerra!”

No va a ser fácil. Y los meses que vienen estarán sin duda chorreteantes de sangre: lo vimos ya esta semana con los bombardeos del Catatumbo. Pero los periodistas les preguntaron a los voceros de las Farc en La Habana: “Y si matan a Timochenko ¿los diálogos siguen?”, y respondieron que sí. Ya venían en marcha los prediálogos cuando mataron a Alfonso Cano, y no se interrumpieron.

http://www.semana.com/opinion/guerra-paz/184235-3.aspx