La guardia de ‘Don Mario’

El Espectador recorrió las selváticas cercanías del Golfo de Urabá, donde el ‘narco’ más buscado del país cuenta con al menos 400 hombres en armas con el brazalete de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia.

En la región bananera de Urabá las huellas de la guerra se evidencian en la piel de los hombres que trabajan al servicio del grupo ilegal que mejor pague. Es la ley de la selva.


En otros lugares del mundo, un año y medio puede significar un tiempo muy corto para dar un vuelco significativo de la realidad. Pero en el Urabá chocoano, cerca de la frontera con Panamá, bastaron los últimos 18 meses para que el mapa geopolítico de toda una región privilegiada para lo ilícito se volviera a rayar.

En vista del giro en una de las zonas más abandonadas del planeta, este equipo de El Espectador recorrió varios pueblos del tapón del Darién colombiano, justo donde hoy Daniel Rendón Herrera, más conocido con el alias de Don Mario, encontró el lugar perfecto para esconderse de las autoridades y dirigir desde la selva su época dorada de poder y fortuna.

Ya en las laderas colombianas de la serranía del Darién, los pocos que se atreven a hablar del hecho cuentan que con la desmovilización de los 1.500 hombres del bloque paramilitar Élmer Cárdenas (BEC) en agosto de 2006, al mando de su hermano Freddy Rendón Herrera, El Alemán, este territorio quedó sumergido en un vacío de poder. Ni estúpido que fuera y acostumbrado a la guerra, el mayor de los Rendón de Amalfi —la misma tierra antioqueña de los hermanos Castaño Gil— supo piratear a la perfección la estructura política y militar que gobernó a sangre y fuego durante una década la región y, de paso, copar de tropa bien armada esa franja. Para ese propósito, metió de un zarpazo a 400 hombres al Chocó hace dos meses, tras entrenarlos en un campo especializado en el lado antioqueño del mapa. Lo mismo ha hecho en otros lados, como Córdoba y el Bajo Cauca antioqueño.

Si se mira el mapa de norte a sur, el viaje comienza casi en la frontera, en Acandí. Un pueblo costero sin magia, con presencia de las autoridades estatales, aunque por debajo de la alfombra mandan los “urbanos” de las llamadas Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), el brazo armado de Don Mario y sus amigos. Esta es una de esas verdades que en los caseríos todos saben, incluso las amas de casa, pero que nadie las comenta por miedo a las represalias. Los mudos viven más, dicen.

Así que no hay nombres propios en la grabadora. En especial el de las autoridades locales, que intentan tildar sus comarcas como remansos de paz, y al mismo tiempo demandan protección por la amenaza de los grupos ilegales que operan en la comarca. “Uno está acá en la Alcaldía protegido, pero si sale, en cualquier momento te pueden matar”, aclara uno de ellos en su oficina sin luz eléctrica.

La discreción general no impide que se filtren los últimos acontecimientos. Como la jugosa oferta que llega desde el monte, de casi dos sueldos mínimos a quien empuñe un fusil con los gaitanistas y se anime a recorrer esa cordillera desde el Parque Los Katíos hasta Capurganá. La bola corrió en todo el país: Don Mario paga el mejor sueldo de la guerra. A los patrulleros, 700.000. Al trabajo político en un pueblo, dos millones. Y si dirigen las finanzas de la organización, llámese manejo de lanchas rápidas, el sueldo puede llegar a los 10 millones.

Una tentación que incluso tiene amenazados los proyectos productivos de pesca y turismo de los paramilitares desmovilizados, pues se paga la mitad del sueldo de los gaitanistas. De ahí que desde la cárcel de Itagüí, El Alemán, en medio de las versiones libres bajo la Ley de Justicia y Paz, reclama por la suerte de sus antiguos hombres. “Estoy muy preocupado, porque me los están amenazando para que dejen todo y se vuelvan al monte”, sostuvo, sin decir que en los últimos meses 150 de sus 400 hombres inscritos en cooperativas ya se han ido a las filas de su hermano.

En Acandí, Don Mario es el que les da trabajo a casi todos los dueños de lanchas y tiene convertida la playa de este pueblo en un centro de reunión de traquetos. Ahora mismo, este periodista está sentado almorzando en la costa caribeña al lado de varios ‘narcos’ que estacionan sus cuatrimotos a un costado y usan cadenas de oro. El guía nos pide “bajar las cámaras” y nos cuenta: “Una vez a ese man —uno de los vecinos de mesa— alguien le tomó una foto. Él fue y le preguntó que cuánto valía la cámara y sacó 1,5 millones de pesos en efectivo y se la pagó. De una, la tiró al mar”.

Las autoridades prefieren no hablar del nuevo furor, más bien optan por revelar lo que ocurrió en la frontera panameña, a mediados de enero. El frente 57 de las Farc, que camina por todo el filo de la frontera y donde se refugia al menos a un miembro del Secretariado, quemó la finca El Tigre, bien arriba de Acandí, porque sus dueños se negaban a pagar una extorsión.

Según el relato de un reinsertado, hace un año este grupo irregular estaba pasando física hambre y no alcanzaba a tener más de 30 guerrilleros en la parte alta del pueblo. Luego, a finales del año pasado, la guerrilla pudo reponerse al desespero y ahora supera los 100 hombres bien dotados, con nuevas energías y con varias acciones muy cerca del casco principal. En realidad, en todo el límite chocoano este frente ha crecido de tal forma en el último año que ya supera los mil hombres, justo con la llegada de Don Mario, en una especie de pacto de no agresión que algunos analistas olfatean como una alianza perversa.

Ante el incendio de la finca El Tigre, de inmediato reaccionó la Fuerza Pública, que movilizó a esa montaña donde estaban las fumarolas a hombres y helicópteros, pero en vez de repeler las balas de los guerrilleros, se toparon con algo nuevo para ellos: una columna de al menos 40 hombres de los gaitanistas, que disparaban con la intensidad de las mejores épocas de la lucha armada, con un saldo de dos militares heridos y varios ilegales muertos.

Los testimonios florecen en este aspecto. En los dos últimos meses, el choque entre la fuerza pública y las tropas de las AGC se ha repetido en varios poblados, como Carepa y Currulao, donde los ilegales atacaron a comitivas policiales y de la Armada con un desenlace de varios efectivos heridos y muertos. En Lomas Aisladas, donde termina la carretera y empiezan los pantanos del Darién, también hubo intercambio de disparos en diciembre. El ejército se vio desdibujado por la potencia armada de este grupo y no pudo arrestar a uno de los comandantes de la organización. Según un analista político cercano a los paramilitares, “estos pequeños ataques obedecen a que Don Mario quiere enfrentarse al Gobierno como una fuerza armada no sólo dedicada a actividades ilícitas, que lo lleve a una negociación”.

En vísperas de Navidad, el grupo atacó en Santa María del Darién a un pelotón del ejército y además de matar a un sargento y herir a tres soldados, se robaron cinco fusiles y una ametralladora M60.

De todas sus acciones, la única prueba de la presencia de Don Mario en el campo es un rayado de las AGC en San María del Darién, Chocó. La tierra de Camilo Torres, no del cura guerrillero sino de alias Fritanga, un hacendado y ganadero de la región que cayó en desgracia por el lío del fiscal Valencia Cossio, y que hoy está recluido en una celda. En las cercanías lo identifican como un joven de campo que regalaba dinero a los desposeídos. No como la mano derecha o el jefe de finanzas de Don Mario, según el expediente judicial.Ningún guía local nos quiso acompañar a registrar ese grafiti que está en el frontis de su discoteca La Jungla, con gallera en el centro y adornos de hierro forjado. Además de la ausencia de policía en el pueblo, la gente se dedica a mirar con ceño fruncido a los extraños. Hacer preguntas significa que a los cinco minutos lleguen unos motorizados a imponer la ley, tal cual pasaba en los tiempos de El Alemán, cuando los alcaldes eran damas de compañía y los caseríos obedecían u obedecían las órdenes de los “urbanos”.

Salimos de Santa María en dos motos arrendadas para recorrer otros caseríos, como Unguía, Gilgal y las veredas aledañas a este lado de la montaña. Pero no pudimos llegar muy lejos, ya que en el siguiente pueblo a nuestro acompañante lo retuvieron los hombres de Don Mario para un interrogatorio por nuestra presencia. Una llamada por celular nos advirtió del hecho y nos aconsejó salir de la zona de inmediato, por la rabia de los mandos medios y bajos, más acostumbrados a las “vueltas” de tulas que a las preguntas de la prensa.

La opción fue dejar esos caseríos díscolos de jerarquía y meternos a las partes altas, las más selváticas, donde los campesinos dicen que se mueven “los gaitanistas” en grandes pelotones. También, el jefe. Para meterse en el monte de la serranía del Darién hay que hacer largas caminatas y viajar en mulas maduras que resistan esos caminos de contrabando.

En esa selva de árboles viejos que ha impedido el término de la carretera Panamericana, ya no se divisa, como en los pueblos, a los soldados profesionales haciendo presencia en pequeños grupos. Sólo hay indígenas pescando o campesinos trabajando en fincas semiabandonadas. En medio de follaje y tras dos días de camino, pudimos comprobar el rastro de Don Mario. No directamente de él, que se mueve como un zorro viejo, sino el de sus colaboradores. En una quebrada pequeña y antes de subir una gran loma, estaban cuatro hombres armados descansando. Nos saludaron y nos dijeron que si les llevábamos los bolsos en las bestias. “Allá están los demás”, apuntó uno que no tenía mucha experiencia y que le costaba hablar por el cansancio. En la cima estaba un grupo de 40 miembros de los gaitanistas, de los 400 que entraron al Darién a fines del año pasado. Unos kilómetros más allá camina otro bloque similar, y así.

Todos portaban fusiles AK-47 nuevos y usaban trajes camuflados importados de pocas mudas. Al comandante, con equipo de radio, se le notaba la experiencia de mando, no así a los otros muchachos, que al perecer no conocen bien el terreno y están recién llegados a los pantanos del Darién atraídos por el sueldo. Vienen de otros rincones como si fueran colonos o raspachines. Él nos dejó pasar sin tomar nota de las advertencias del pueblo, con la condición de no hacer preguntas y menos sacar fotos.

De alguna forma ellos querían que registráramos el momento. Esa realidad de que el considerado narcotraficante más buscado del momento tiene un ejército robusto como para proponer encima de una mesa unos diálogos posparamilitarismo o pelear por bastante tiempo en una de las zonas más estratégicas para la salida de cocaína del país. Dinero para la guerra, le sobra.A pesar de que Daniel Rendón Herrera, de 44 años, apareció en el listado de desmovilizados del bloque Élmer Cárdenas (el grupo de su hermano menor Freddy), este campesino antioqueño —quien creció cerca de Fidel, Vicente y Carlos Castaño— no está en la cárcel de Itagüí como el Alemán, sino que anda prófugo y es considerado como el principal reto de seguridad para la Policía Nacional. Por eso ofrecen una recompensa de 3 mil millones de pesos por la ubicación de su paradero.

Amante de la buena comida y de los relojes caros, Don Mario tiene una larga experiencia en la guerra y en el narcotráfico desde los 90, que lo han catapultado a dominar los territorios dejados por los grandes jefes paramilitares extraditados a Estados Unidos, no sin antes dejar una estela de sangre. Conoce muy bien Antioquia, Córdoba y Urabá, sus territorios naturales, así como los Llanos Orientales, donde secundó al grupo paramilitar del extinto Miguel Arroyave, El químico.

Su organización es considerada hoy por las autoridades como una de las tantas “bandas emergentes” que hay en el país, incluido su brazo armado de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia. Luego de pelear con otras estructuras armadas como ‘las Águilas Negras’ y ‘Los Paisas’ en varias zonas, su imperio abarca desde la Serranía del Darién y el Urabá hasta Córdoba y el Bajo Cauca de Antioquia, lugares de producción de coca y rutas de contrabando.

Los desmovilizados del caucho

Hace unos meses la cabeza de ‘Don Mario’ costaba menos, como un narco de medio pelo, pero sin duda que el paro armado que impuso en toda la zona de Urabá, el 15 de octubre pasado cuando estrenó las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), fue motivo suficiente para que las autoridades crearan un bloque de búsqueda contra el hombre más perseguido por narcotráfico del país (la recompensa es de tres mil millones de pesos), y a quien el director de la Policía, general Óscar Naranjo, llama “criminal al servicio del narcotráfico”. Ese día de octubre, Acandí amaneció lleno de panfletos y los negocios no se atrevieron a abrir las rejas. En Unguía cuentan que pasó lo mismo. En Apartadó, 3.000 tiendas hicieron caso a la advertencia de unos encapuchados con fusiles de paralizar el comercio, y los trabajadores de las bananeras se tuvieron que devolver a sus casas porque había retenes armados.

El estreno de las AGC

Los hombres que dejaron las armas del bloque Elmer Cárdenas tienen en estos momentos varios proyectos productivos en su ex zona de influencia en el Urabá. Liderado por la Cooperativa de Trabajo Asociado Constructores de Paz (Construpaz) y acompañados por la oficina de Acción Social y Naciones Unidas, han avanzado en pesca, artesanía y turismo, así como las 400 hectáreas plantadas de caucho y pimienta en Villa la Paz, cerca de Unguía y Necoclí.

Sin embargo, la mala noticia para esta iniciativa es que las familias que se incorporaron a estos proyectos han sufrido la deserción de más de 150 miembros, producto de la tentación de volver a empuñar las armas que ofrecen los gaitanistas en vez de esperar los resultados de unos cultivos de rendimiento tardío.

Espere el próximo domingo la segunda parte de este reportaje.
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