Josue Giraldo Cardona

Defensor de Derechos Humanos

Asesinado el 13 de octubre de 1996
Villavicencio – Meta

Memoria y Justicia

Hace 8 años… el domingo 13 de octubre, Josué Giraldo Cardona fue asesinado a tiros por un miembro de los grupos paramilitares frente a su casa en la ciudad de Villavicencio, mientras jugaba con sus hijas, Sara y Natalia (éstas dos presenciaron el asesinato de su padre), y en presencia del ciudadano norteamericano Michael López. El asesino, después de rematar a Josué, se fue en una moto por la vía que conduce al Municipio de Acacias donde se encuentra la sede de la VII brigada del Ejército, que ha sido denunciada en reiteradas ocasiones por apoyar a los grupos paramilitares de la Región del Meta.

El asesinato de Josué Giraldo fue uno de los tantos crímenes anunciados que la comunidad internacional quiso evitar reclamándole al Estado colombiano protección específica para los miembros del Comité Cívico de Derechos Humanos del Meta, del cual Josué era su presidente.

El comandante de la VII Brigada de ese momento, General Rodolfo Herrera Luna, expresó en un discurso público el 5 de septiembre de 1996 en el municipio de Mesetas (Meta), “los defensores de los derechos humanos son como mensajeros de la guerrilla”. Discurso de la estrategia de la guerra sucia promovido por el propio Jefe de Estado, Ernesto Samper Pizano, cuando dijo, exactamente un año antes del asesinato de Josué, en octubre de 1995: “Como Presidente y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas prefiero a los militares enfrentados a la subversión en las montañas y no en los juzgados del país contestando requerimientos infundados presentados por sus enemigos”.

El 5 de abril de 1995 un grupo de organizaciones no gubernamentales de derechos humanos de Colombia, presentaron ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos una petición, según la cual desde el año de 1992 los integrantes del Comité Cívico por los Derechos Humanos del Meta habían sido sujetos de amenazas, hostigamientos y persecuciones y que desde dicho año se habían producido seis ejecuciones, tres desapariciones y dos personas habían sido obligadas a desplazarse internamente y buscaron asilo en el extranjero.

Durante 1995 se incrementó el asedio contra el Comité Cívico por los Derechos Humanos del Meta por parte de grupos paramilitares los cuales, a través de eventos públicos y llamadas telefónicas, amenazaban a los organismos de derechos humanos presentes en la zona.

El 31 de agosto de 1995 los peticionarios señalaron por escrito que “la situación de inminente peligro contra sus vidas que corrían los defensores de los derechos humanos no había cambiado en absoluto; que por el contrario se tenía conocimiento de hechos y circunstancias, que hacían temer que se estuviese preparando un atentado, dirigido a eliminar al Presidente del Compite, Doctor Josue Giraldo Cardona”. Además, la solicitud señalaba que hasta esta fecha no se habían recibido respuestas certeras y efectivas en torno a esta situación de parte del Estado colombiano.

En respuesta a dichas amenazas, el 22 de noviembre de 1995, la Comisión Interamericana solicitó medidas cautelares al Gobierno colombiano en favor de los integrantes del Comité Cívico, incluyendo a Josué Giraldo Cardona.

En enero de 1996 las amenazas en contra del Comité se intensificaron lo cual motivó que el Presidente del Comité Cívico, Josué Giraldo Cardona, abandonara temporalmente el país y que la Junta Directiva del Comité Cívico cerrara definitivamente su sede. Al regresar Josué al país, después de participar en el período de sesiones de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en 1996, continuaron las amenazas en su contra y supuestamente “un grupo paramilitar se instaló en Villavicencio con el exclusivo objeto de asesinar a Josué Giraldo Cardona.” Este hecho fue reiteradamente denunciado ante la Fiscalía General de la Nación sin que se obtuvieran resultados.

El 13 de octubre de 1996, Josué Giraldo Cardona fue asesinado en su casa de Villavicencio.

Josué intervino en el Parlamento Europeo, en febrero de 1996, para denunciar la estructuración y accionar del paramilitarismo en Colombia. Esta Cámara multiestatal condenó, en resolución común del 23 de octubre de 1996, su asesinato. Josué igualmente participó en el 51 y 52 períodos de sesiones de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas en Ginebra, Suiza, reclamando con las ONGs colombianas e internacionales que se tomaran las medidas adecuadas por la comunidad internacional para ayudar a superar la grave crisis humanitaria en Colombia.

Josué no se enfrentó a la muerte con resignación; por el contrario, la enfrentó convencido de que él no podía ceder, porque ello sería “más terrible que la muerte misma”. Se enfrentó a la posibilidad de su martirio porque amaba la vida demasiado, y entendía que para afirmarla había que ir hasta el fin si fuese necesario.

En sus propias palabras:

“De por qué soy defensor de los Derechos Humanos.
La defensa de los derechos humanos surge en mí ligada al problema de la violencia; porque cuando empezamos a gestionar las demandas de justicia en las diferentes instancias judiciales y de control disciplinario, fue acompañando viudas de asesinados, de desaparecidos. La necesidad de tender puentes hacia la justicia me llevaron a involucrarme en la defensa de los derechos humanos.
Cuando decidimos impulsar el Comité Cívico para la Defensa de los Derechos Humanos en el Departamento del Meta, ya habíamos transitado y racionalizado un largo proceso en el que las consecuencias del terror se reproducían en los mecanismos de la impunidad. Aprendimos el lenguaje de los derechos humanos desde el clamor de viudas, huérfanos y desplazados reclamando justicia.


De cómo nos hicimos parte de la familia universal defensora de los Derechos Humanos.
Hemos conceptualizado el tema de los Derechos Humanos y del Derecho Internacional humanitario a partir de lo que pasa en el Meta y en Colombia en general. El conflicto armado Estado-guerrilla ha ocasionado que la potenciación de los espacios democráticos esté atravesada por los discursos y hechos fanáticos de la derecha y del Ejército, unidos en torno al proyecto paramilitar de aniquilamiento. Hemos querido responder con un planteamiento central, que es el de la vida. La vigencia de la vida, la indoblegabilidad de la vida, y la urgencia de defenderla para que sea posible la confrontación democrática en el juego civilizado de las palabras y no en los escenarios del asesinato, la masacre o la guerra.
Que fuese posible colocar la vida como un valor central, implicó que reclamáramos en consecuencia el cese, no solamente de las violaciones a los derechos humanos, sino de la guerra misma. Nuestro mensaje sigue siendo la urgencia de la paz. Mientras llega, que los actores armados se sometan a las reglas de la guerra y respeten a la población civil.
Poco a poco, con el trabajo del Comité nos hicimos parte de la familia colombiana defensora de los derechos humanos. Hemos coordinado el trabajo con otras organizaciones de derechos humanos, hemos desarrollado campañas conjuntas y hemos traspasado las fronteras patrias consiguiendo el apoyo de ONGs internacionales; nos hemos vinculado al movimiento de los derechos humanos en el mundo. Nos hemos hecho parte de esta familia universal por la dignidad de las personas y los pueblos, lo cual nos da el vigor para seguir adelante.
Por ahora hemos tenido que cerrar las oficinas del Comité, pero no lo hemos acabado, ni lo vamos a acabar. Tenemos que encontrar caminos para posicionar la justicia, la verdad, para que haya al menos resarcimiento moral a las familias de las víctimas. Tenemos que hacer claridad sobre todo lo que ha pasado en el Meta, en los Llanos, en estos años y sobre lo que sigue pasando. Esta tragedia tiene que salir de la oscuridad, no puede quedar impune.


Tenemos que quitarle alas a la impunidad para que sea la vida la que vuele.
Intentamos buscar formas que nos permitan, ya desde Villavicencio o desde Bogotá, recoger la información inicialmente, si es que de algo sirve todavía la denuncia frente a toda esta serie de situaciones que se está presentando. Queremos seguir promoviendo los Derechos Humanos y el Derecho Humanitario a través de charlas, talleres… Así no seamos nosotros los que convoquemos, pueden ser las otras ONGs nacionales o internacionales; pero podemos estar detrás impulsando el trabajo. Tenemos que darle la mano a comités locales de Derechos Humanos como el que sesiona en El Castillo, Meta; tenemos que respaldar los que están en formación en Mesetas, en Vistahermosa, y tenemos que promoverlos en todas las regiones y veredas. Necesitamos la coadyuvancia de otras ONGs nacionales e internacionales para que ello sea posible. Es la única manera en la que podremos conseguir que el lenguaje de la vida avance en el Departamento.
Por ahora queremos sacar a la luz pública los borradores de lo que fue la Comisión Meta, e intentar producir un libro sobre la violencia en el Meta en la década del ’85 al ’95. Se han hecho estudios regionales sobre la violencia y violaciones a los derechos humanos en otras partes del país, pero sobre el Meta es muy poco lo que hay. Tenemos las bases documentales, testimoniales, para una publicación importante que le quite alas a la impunidad.
Nos aprestamos a una etapa de búsqueda, de exploraciones, para continuar nuestro trabajo de derechos humanos. El Estado y el paramilitarismo nos han hecho cerrar las oficinas, pero no han doblegado, ni doblegarán, nuestra voluntad ni nuestro compromiso. La comunidad internacional ha sido muy importante para nosotros en estos duros años de nuestra gestión; queremos que no desfallezcan en su ayuda a los trabajadores por los derechos humanos. Seguiremos invirtiendo de la mejor manera el apoyo que recibimos.


Por amor tenemos que transformar nuestra sensibilidad en actos por la justicia.
Trabajamos con amor. Amor por el conjunto, amor por la unidad, amor por lo universal, amor por los valores máximos de la vida. Nuestro amor se expresa a través de la sensibilidad que nos hace compartir el sufrimiento del grito desgarrador de los niños y niñas que asisten al asesinato de sus padres o a sus entierros; de las madres enlutadas en un llanto anónimo y profundo que le preguntan a Dios por qué se asesinó a sus hijos, o de las viudas que de repente se ven privadas de sus compañeros, condenadas al ostracismo de sus tierras, y a la soledad.
Por amor es que debemos transformar esta sensibilidad en actos por la justicia, de lucha por la vida; si no se produce, si no hay como consecuencia el necesario desprendimiento de nuestro bienestar material, de nuestra tranquilidad personal, el amor no será amor y las lágrimas furtivas serán solamente sensiblerías para amortiguar el egoísmo. (…)Nadie puede defender la vida sin amar, y nadie puede amar sin realmente defender la vida.


Ceder me parece más terrible que la muerte misma.
A estas alturas, en medio de las ordalías de la guerra, de la tragedia, de la destrucción, de la muerte, uno aprende a convivir con estos factores de tal manera que al asumirlos evitamos que nos destruyan interiormente para poder seguir adelante en el reto de superarlos. Por lo demás yo he ido desarrollando un instinto que me permite percibir lo que se mueve a mi lado, lo que se está tramando de tal forma que no siento temor, no siento miedo.
Miedo, miedo si siento pero por mi familia, por mi esposa, por mis hijas. Es un miedo que no me permite dormir, el hecho que puedan poner una bomba en la casa, que puedan atentar contra mis niñas me hace desgraciado.
A veces me da por pensar que es un acto de cobardía el irse. El hecho de ser obligado a dejar las cosas que has construído, los espacios de lucha que te enriquecen en tu condición de ser humano, y dejarlo todo por las amenazas o la inminencia de la muerte, es enajernarle tu libertad a los verdugos, es endosarle al criminal la condición de un dios que puede decidir sobre tu vida o tu muerte. No lo acepto, ceder, me parece más terrible que la muerte misma”.

Bogotá, D.C Octubre 13 de 2004

Comisión Intereclesial de Justicia y Paz