José Eduardo Umaña Mendoza

Abogado de Derechos de los Pueblos
18 de abril de 1998-18 de abril de 2010

Un sábado hace 12 años, el tiempo era como el de hoy, de este domingo en Bogotá. Enfrentamiento celeste entre la timidez del sol y las tristes nubes. Un amago de lluvia, una premonición.


Memoria y Justicia

Un sábado hace 12 años, el tiempo era como el de hoy, de este domingo en Bogotá. Enfrentamiento celeste entre la timidez del sol y las tristes nubes. Un amago de lluvia, una premonición.

Si después de las 11:30 a.m. de ese sábado sobrevinieron más que gotas de lluvia, borbotones de lágrimas. Esas mismas que se atragantan y atraviesan nuestras almas, nuestros sueños, nuestras vidas, que se secan a ratos. Y ellas vuelven de tiempo en tiempo. Lágrimas necias que se hacen fértiles cuando el derecho es creatividad, cuando la defensa de los pueblos desmorona algún cimiento de impunidad, cuando los derechos de los pueblos logran la libertad a los injustamente encarcelados, cuando las tierras son dignificadas por los que fueron de ella desarraigados. Vida y Dignidad: los adjetivos de la paz.

Aquí seguimos en la andadura, en medio del “rostro de la buena moral y de las buenas costumbres”. Esas que defienden las “instituciones” por las que se mata a nombre del Estado, se tortura, se encarcela. Esas que normativizan la perversión, la corrupción, la expoliación, el sometimiento, nuestra inhumanidad. Aquí usted está “El Necio”. Entre soledades que se encuentran, entre traiciones y ambiciones, entre falsos protagonismos. Aquí en medio del insomnio democrático. Viviendo a la muerte. Oxigenando al olvido.
Hoy este escrito de Camilo Eduardo en Patricia, y en Chely… Un escrito, de miles y miles de anónimos, silenciosas y silenciados, en los que apareces.

Eduardo Umaña Mendoza
A tiro de Doce

De: Camilo

En abril el día decimoctavo, de un noventa y ocho del siglo vigésimo, en una vida que es esta misma, todo se transformó estridentemente para el ser que una vez fue -en tercera persona es preciso narrar, no por celar intimismos, sino porque todo, al perpetuarse allí, tan grandote y tozudo, no se acaba de comprender, Dónde comienza el sueño y dónde la verdad…-.
Ha sido todo como un párrafo lungo, lunguísimo, sin puntos ni comas, Como un crepúsculo incesante, Como una ola que nunca terminará por reventar.
No se me preguntó si quería, si me gustaría, si aceptaría dejar ir a mi padre, si consentiría su coraje y su opción de permanencia en la muerte. Así es la vida, no te pregunta, te cuestiona.

Tanto había hecho, tanto tiempo había dedicado a tantos y tantas, a la causa decía, porque no hay peor que lo desigual, porque para transformar hecha la vida está. “(…) Ahí queda una especie de misticismo, de valoración de unos principios, de soñar con sueños y con utopías, sabiendo que nunca habrá realidades, dejando semillas de lucha para las próximas generaciones, sabiendo que en cada momento que pasa se acaba la vida, y que cada momento que usted está viviendo, es una ganancia contra la muerte. Eso es un marco filosófico, un poco kafkiano. Existencialista, pero contundente”[1] .
Somos alfareros de nuestro devenir, somos artífices de nuestra realidad que está ahí, pendiente, agazapada y suspensa como el tigre de Quiroga[2].
Cómo contarte tanto que ha pasado, no sé si se ha perdido, no sé si se ha ganado, pero si la vida es un vivir por algo y no morir por nada qué hermoso triunfo, cuántas gracias te debo por ser el mayor ejemplo que alguien jamás pudiera tener, por enseñarme todos los días lo importante, No sé bien si se trata de amar o de odiar, a veces amo, a veces odio, todos los días, a cada instante, como dice el soneto, hay ciertos momentos en que no somos más de lo que somos.

“(…) Cuando la situación de tragedia, que en la mayoría de las sociedades es marginal, es parte de la vida cotidiana, la tragedia no es tragedia, es la vida, entonces se identifica la tragedia con la vida. Así sucede un poco con la angustia: la angustia comienza a ser mínima, luego excesiva y, como el dolor, se va extendiendo hasta que se niega al ser humano, y de repente la angustia es connatural al ser humano, o sea, la vida y la angustia se vuelven lo mismo. Se concluye en ese periplo que: la angustia y la vida, son la vida…”[3].
En esta angustia incesante, sería preciso escribir contando que en 12 años el país por el que tanto trataste no ha surgido todavía, que tus asesinos siguen por ahí, muertos en vida o en muerte, carcomidos por su indignidad y absueltos de facto por la lesa majestad de un Estado incapaz de cumplir con sus promesas de un dizque “orden justo”. Recuerdo bien un alegato en el que un juez te llamaba al orden so pena de desacato por irrespetar la “lesa majestad de la justicia”, porque denunciabas con apuntalada fuerza que la justicia sin rostro era una forma de testaferrato y que la protesta social en colombia había devenido un crimen, Recuerdo y veo cuando te preguntaban con cinismo: ¿cuál es el argumento de la defensa, Doctor? Y tú respondías demoledor: “La inocencia”.

“El sistema sabe cómo y dónde ubica la represión. Hay muchas personas presionadas en el anonimato, que son algunos dirigentes sobre todo de sectores campesinos y urbanos, que los matan, o los desplazan, o los desaparecen, y la gente ni siquiera se informa de eso. (…)El sistema sabe en qué momento ubica la represión. Incluso sabe que hay hechos que no se pueden ocultar, noticias que no pueden ocultar, que terminan trascendiendo.
Ahí, el Estado es tan inteligente que asume e institucionaliza esos casos, los procesa y tabula el mismo Estado, bajo la lógica de que la bandera de un campesino no cualifica la denuncia. Entonces: el Estado investiga la muerte, administra justicia para los probables autores de la muerte, absuelve, y continúa de nuevo cometiendo todo. Es decir, tiene en su poder todas las etapas del control social en el proceso criminal…”
[4].

Qué cierto resulta ello, tantos y tantos ejemplos. Pensar que el Palacio de Justicia sigue allí en los estrados judiciales (juego de palabras que resultaría espléndido si no fuera trágico), enredado en lo mismo que ya habías dicho, anticipado, descubierto y probado. Pensar que ahora hablan de los asesinatos de los campesinos que tú denunciaste hace una década. Pensar que el poderío del paramilitarismo que habías advertido con vehemencia y valentía desafiante, ahí está, acerbo y frío. Pensar que el caso Gaitán quedó en silencio, mute de entre mutes. Pensar que tantas luchas se perdieron por negligencia, por miedo y por deshonrosa corrupción. Pensar que otras se ganaron, por la contribución de manos trabajadoras, de seres comprometidos que le apostaron a tu ejemplo y el de tantos y tantas otras.

“Así es la sociedad colombiana, es decir, todas las sociedades son dialécticas, están en movimiento, cambian, se transforman, hay tiempos históricos. Si usted va a Estocolmo hoy, pero fue hace diez años, pero vuelve dentro de cinco, ha cambiado, pero un cambio más cuantitativo, no en esencia: es el mismo Estocolmo, con las mismas personas, los mismos rubios con la misma estatura, llámense como se llamen, los mismos perros con los mismos parques, con los mismos suecos. Es uniforme y es histórico, no es que no evolucione, es que persiste una esencia. Pero aquí, en Colombia, un día que dejes de estar, estás desinformado: el tiempo histórico de Colombia se está dando a cada segundo. En cada minuto pasan veinte años de cualquier otra sociedad; sin embargo, por la gran contradicción de factores sociales, pasando de todo, lo que retumbaría en cualquier sociedad, aquí nada pasa” [5].

En este país del siempre jamás, estuve hace un par de días en el colegio que lleva tu nombre, No imaginas los rostros de los niños de Usme bailando, de las niñas cantando, brindando flores, No imaginas las montañas inacabables y verdes que resguardan 3500 “umañistas”, día a día, que superan su miseria y que juegan, y que sueñan y que se enamoran y que leen y que hacen filas largas como tu ausencia para entrar al comedor en el que apagan el fuego de la energía de los cuerpecitos que crecen ahora con un aliento de promesa en sus cabezas… Gracias a esos niños y niñas por brindarme sin saber la fortaleza necesaria.

Tanto por decirte, tanto…
A tiro de doce nos encontramos ahora para volvernos a juntar,
Pronto los dados mandarán, pero antes déjame atinar a lanzar un otro Par que me saque de la cárcel, Ojalá sea un 1:1, ya te contaré…

Hoy, devuélvase del estado en que le dejó la
muerte,
Véngase a morir con los vivos, a vernos y verte
Deslabre las cadenas de la infinitud,
Que, igual, todo lo que veo me suena a su quietud
[6]

PD. Mi mamá te recuerda y ama, Ella se encarga del sobre perfumado y de consignar en cursiva tu dirección que siempre a mano en casa está.


[1] Mi papá, documentado en “las Altisonancias del Silencio”.
[2] (“-¡Madre! -murmuró por fin el tigre con profunda ternura-. Tú sola supiste, entre todos los hombres, los sagrados derechos a la vida de todos los seres del Universo. Tú sola comprendiste que el hombre y el tigre se diferencian únicamente por el corazón. Y tú me enseñaste a amar, a comprender, a perdonar. ¡Madre!, estoy seguro de que me oyes. Soy tu hijo siempre, a pesar de lo que pase en adelante pero de ti sólo. ¡Adiós, madre mía!”).
[3] Mi papá, documentado en “las Altisonancias del Silencio”.
[4] Mi papá, documentado en “las Altisonancias del Silencio”.
[5] Mi papá, documentado en “las Altisonancias del Silencio”.
[6] “las Altisonancias del Silencio”.

Bogotá, D.C. 18 de abril de 2010

Comisión Intereclesial de Justicia y Paz