“Este libro es vivido en carne propia por una de las víctimas”

El relato sobre el fatídico 6 de noviembre de 1985, que apoyó la Comisión de Justicia y Paz, aún no tiene fecha de lanzamiento y es un ejercicio de memoria y un grito por justicia.


El Suplicio de la larga espera’ es un relato sobre cómo se vive esperando a que se haga justicia por su hijo, uno de los desaparecidos del holocausto del Palacio de Justicia.

Don Héctor Jaime Beltrán consignó en 169 páginas los escritos que, de manera informal, empezó poco después de que su hijo Héctor Jaime no regresara a casa ese día, luego de trabajar como mesero en la cafetería del Palacio.

Anuncia que si en noviembre no hay fallo sobre su caso en la Corte Interamericana de Derechos Humanos, hará lo posible para ir a la Corte Penal Internacional. A su juicio, se debe enseñar lo que pasó en el Palacio en las clases de historia de todo colegio de Colombia.

¿Dónde estaba ese noviembre?

Estaba trabajando como topógrafo en la vía Bogotá – Girardot y vi por la televisión, en la oficina del trabajo, al Palacio en llamas. ¡Mi hijo! Y me fui a lo que daba el carrito a la casa. Mi esposa, desesperada. Nos fuimos para el centro y no nos dejaron entrar. Logré entrar a la Casa del Florero y empecé a preguntar por mi hijo en ese embolate. El Ejército decía: “Retírese”, con ese totalitarismo. Fuimos al anfiteatro de la 13 y logré entrar. Fue terrible, nunca había visto tanta barbarie, tanta violencia, los cuerpos quemados y unos lavados y mi hijo no estaba. Busqué hasta las 8 de la mañana. Luego fui a la brigada del Ejército en Usaquén y ellos, con su “retírese”. No sabemos qué pasó.

 ¿En qué momento usted y su familia se hacen a la idea de que no va a volver?

Viendo que habían pasado tantos años y que no se había podido esclarecer nada, que habían matado a nuestro primer abogado, el doctor Umaña, dije: “Mi hijo no va a volver”. No obstante ella (en referencia a su esposa), muchos años después seguía en la puerta esperando que llegara. A ella le dio muy duro, por ser su primogénito. Quien ha perdido así a un hijo, un padre, una madre, sabe qué es la angustia, la desesperanza, las dudas, las conjeturas. Cada cual sufre a su manera y por su lado interpreta los hechos, pero sufrimos todos.

 ¿En los almuerzos, en las reuniones se hablaba o se habla del tema?

No, en lo posible no por ella. No. Ella ha sido escéptica. Solo va una vez al año a la Plaza de Bolívar por la misa, de resto no. A la Fiscalía fue obligada a sacar lo del ADN para la prueba de consanguinidad; no cree en la Justicia y, como costeña, es cerrada a la banda.

 ¿Cómo fue esa prueba?

Muchos años después de los hechos. Solo se ha encontrado un cadáver, es un misterio que no se ha podido resolver. El ADN lo tiene la Fiscalía ahí, por si acaso. Hay muchos intereses de las altas esferas, porque sería el desprestigio más grande para el Ejército. Acore, la entidad de retirados del Ejército, tiene mucho dinero para evitar que se descubran. Entre bomberos no se pisan las mangueras. Las comunicaciones del Palacio, se sabe, era que tenían que barrer con todo a sangre y fuego, y (el coronel Alfonso) Plazas Vega, en nombre de la democracia acabó con muchos. Este país es de cafres, de miserables.

 ¿Le molesta que el coronel Plazas esté preso en una guarnición militar?

Esa es mi queja. Cómo es posible que una persona juzgada por crímenes de lesa humanidad, que está condenada por un Tribunal, esté viviendo del pueblo y en un sitio que no es cárcel. Es una guarnición que tiene no sé cuántos metros cuadrados para caminar libremente, sin rejas. Mejor dicho, para gozar de privilegios hay que ser asesino. La misma sentencia del Tribunal ordena que tiene que ir a una cárcel, a él no lo juzgó la justicia castrense y no es un oficial activo. Son asesinos que se ampararon bajo un uniforme para sacar sus impulsos violentos.

 ¿Qué cree que puede pasar en la casación (del caso del coronel Plazas) que estudia la Corte?

Al paso que vamos, de pronto queda libre: la presión es grande, la plata de por medio, más, y la corrupción, peor. No creo mucho en parcialidad de la justicia. Hemos ganado enemigos gratis. Fernando Londoño se ha ido lanza en ristre contra nosotros, Plinio Apuleyo Mendoza también.

 Se han sentido maltratados…

Hemos sido estigmatizados, maltratados. Esa es la prueba, qué justicia hay para nosotros. ¿Cuándo han perdido perdón? La misma sentencia dice que nos debe pedir perdón públicamente por los actos cometidos y cuando yo pasé una carta contra (el expresidente) Belisario Betancur a la Comisión de Acusaciones de la Cámara, se limpiaron el cuello con ella.

 En el libro dice que el Palacio es el primer ‘falso positivo’. ¿Por qué?

Tildar a los empleados de la cafetería como “especiales”, para poderlos torturar y matar y decir que eran guerrilleros. Ese es uno de los grandes ‘falsos positivos’. Ha sido una tragedia. Nos lo negaron (a Héctor). Me he encarado con todos, he insultado a (Gustavo) Petro, de frente, en la Javeriana un día; en la Plaza de Bolívar insulté a Navarro Wolff.

 Y ahí se empieza a concretar el libro…

Como nadie me paraba bolas. Alguien me dijo, eso que usted escribe, arréglelo y lo mandamos a editar.

 ¿Cree que hay posibilidad de encontrar a su hijo?

A mi esposa le he dicho que se olvide. Han tenido 28 años para desaparecer hasta el último vestigio de los restos de los desaparecidos. ¡28 años con toda la capacidad para que nada quede! No creo que encontremos los restos; es una angustia terrible. Al menos otros tienen dínde velar a sus víctimas, oración, flores, y nosotros ni siquiera eso.

 ¿Hicieron alguna tumba simbólica?

No hemos hecho nada. Hasta ahora no lo hemos pensado: sería satisfacer a los victimarios. Hemos luchado, sí. Luché mucho para poner una placa en piedra en el zócalo del Palacio y me la aceptaron en la Casa del Florero. Y logramos ubicar una placa grande en el Palacio de Liévano.

 Usted demandó a la Nación y el Tribunal ordenó que el Ejército le hiciera una carta y se la dieron a través de su abogado…

¿Cómo le parece? ¡Cómo si fuera un recibo de la luz! Fui y me quejé con la magistrada; me dijo que me hallaba la razón, pero ordenó 100 salarios mínimos. Es una humillación más grande. Y me envían una carta por los abogados. Eso no se hace con un ser humano.

 Esa decisión fue apelada, ¿qué medida de satisfacción, de reparación, sí es adecuada a las víctimas?

Solicité que el caso del Palacio de Justicia figurara en la historia de Colombia, en las aulas, en los colegios, en los libros de colegio. Qué lo enseñen. Que sepan qué ocurrió realmente. Ahora una persona que tenga 27 ó 30 años de edad no sabe qué fue el Palacio de Justicia. Se ha escrito una cantidad de libros del Palacio, no hay una verdad. La Comisión de la Verdad dijo que hubo desaparecidos y aún Plazas Vega dice que no.

SOBRE EL LIBRO

 Este libro se convierte en un ejercicio de memoria…

Esto es como un tatuaje en la mente para mi familia, que nunca olviden lo que su viejo luchó para saber la verdad, a pesar de que es una ‘pelea de burro amarrado contra tigre’. No soy escritor, es un libro vivido por una de las víctimas, en carne propia. Es el suplicio de estar esperando, por eso pongo ahí: “El apogeo de la impunidad”, porque se debe al no ejercicio ético de los jueces, abogados, magistrados, militares. Todos están untados. Luchar uno solo contra el Estado es absurdo. Pero me queda una opción.

 ¿Cuál?

La Cidh dijo que iba a fallar en junio y luego que para noviembre, y espero que si en noviembre no sale con nada, voy a tratar con todos los medios, con la vida que me quede, de ir a la Corte Penal Internacional. Es que no hay más solución. Acá en Colombia envié un video al magistrado para que agilizara el proceso civil y nada. Acá los jueces tienen medio. No me he ido del país por verraco. Me tuve que trastear por amenazas. Ya casi no voy al centro por inseguridad. No tengo seguridad, nada. Ya viví mi vida, ya debería estar muerto, pero me ha mantenido el espíritu intacto el ver que se haga justicia para las víctimas. Que el Gobierno mate y mate y desaparezca a la gente y todo el mundo tranquilo. Esto no es una democracia.

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