En paz, como si nada

Supuestamente, estamos sumidos en un proceso de paz; pero no se siente. Nos lo tienen que recordar mediante propaganda.

La vida social en Bogotá, Medellín o cualquier otra ciudad colombiana procede como si nada: salvaje, y llena de desespero, agobio y desorden. Hay campañas publicitarias oficiales que nos recuerdan que este año somos un país diferente, que deberíamos estar en paz. Algo está muy mal cuando la paz no es evidente.

Gran parte del problema se debe al acostumbramiento al ambiente de guerra. La vida social lleva décadas condicionada por la polarización, la desconfianza y el miedo; así, vivimos en guerra, normal. Por esta razón, un proceso político como la implementación del Acuerdo de paz, que debería ser trascendental y convocar intereses y fuerzas sociales, no adquiere relevancia y queda relegado. Resulta más cómodo seguir en guerra (normal) que hacer la paz (inverosímil).

Cada día que pasa en paz estamos más metidos en la guerra. En un ambiente de tanta polarización, violencia y menosprecio por valores humanos básicos, la propaganda de paz que se exhibe en las ciudades evoca el doblepensar de las consignas grabadas en la pared del Ministerio de la Verdad del mundo orwelliano: “La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza” (George Orwell, 1984).

La apatía en torno a la paz y las transformaciones sociales acordadas se deriva, en parte, del hecho de que el Gobierno no logró convocar ni involucrar a los sectores dominantes y determinantes de la vida nacional en la construcción de la paz.

Dada la naturaleza prolongada del conflicto armado, las actividades y los intereses de las élites económicas, políticas y militares encuentran más estabilidad y seguridad en el estado normal de guerra que en el estado alterado que podría traer la paz. Al ver que el Acuerdo de paz no refleja sus intereses, estas élites tienen poco aliciente para participar en el proceso de construcción de paz. Sin su concurso, el poder público colombiano queda desnudo, débil y sometido. La capacidad de neutralización de las élites es formidable.

Otra de las fuentes de la desidia social es el cinismo con el cual se aproximan a la implementación del Acuerdo quienes pactaron la paz. Ambas partes han demostrado absoluto descaro ante a la ciudadanía y la sociedad.

Las Farc, evidenciando una gran desconexión con la realidad, se comportan de manera altanera y arrogante, esperando que la sociedad los acoja, como si nada. Amparadas en fantásticas operaciones de perdón y olvido, las Farc parecen creer que la sociedad (civil e incivil) les debe. La imagen de guerreros por la libertad no los transportará muy lejos en la vida política colombiana.

Por su lado, el Gobierno vive a cuestas de la paz, pero no hace nada para que la paz sea posible. No cumple con sus compromisos financieros más básicos (ni en relación con la tropa fariana que busca la reincorporación a la vida civil ni con las comunidades más afectadas por el conflicto). Su comportamiento político es igualmente insensato: no asume con responsabilidad la movilización del poder público para garantizar la construcción de la paz.

Mientras voceros del Gobierno se declaran decepcionados y se exhiben como víctimas y mártires de fuerzas oscuras (y no tan oscuras) que obstaculizan la paz, la cosa pública colombiana sigue su curso normal, en guerra, y la paz se muestra efímera, como siempre.

 

Fuente: http://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/en-paz-como-si-nada-YA7839573