El “top 10” de los crímenes y el voto de hoy

Tranquilo y hasta sonriente, un coronel, todo un alto oficial del Ejército colombiano, aceptó frente al periodista Juan Carlos Giraldo y su cámara de RCN, que era responsable de haber asesinado a 27 hombres a quienes sus superiores, con pleno conocimiento de que se trataba de homicidios alevosos, hicieron pasar por guerrilleros muertos en combate.


Lo recordamos bien: los comandantes de brigada abultaban las listas oficiales con los “éxitos” operacionales contra la guerrilla para reportarle triunfos a la máxima política del presidente Uribe, denominada con un eufemismo de los que le gustan a él: seguridad democrática. El método genocida —hay 1.500 investigaciones en curso por estos casos pero los organismos internacionales calculan de 3 mil a 4 mil y el declarante dice saber de 400—, se parece a los que implementaron las dictaduras tenebrosas de Argentina y Chile. Y se generalizó entre los militares que enfrentaron la guerra “porque lo que pedían eran bajas” y porque “¿para qué los capturaba uno si eso no sumaba ni restaba en su ‘folio’ de vida?”, según contó Robinson González del Río, el famoso personaje que iba a recibir el beneficio de que su proceso, precisamente por los falsos positivos que había cometido, pasara a juicio de togados militares en vez de civiles, de acuerdo con lo que intentaban el imputado y el magistrado, todo un magistrado de La Judicatura, Henry Villarraga.

González del Río, ahora en peor situación jurídica porque, además, se descubrió que traficaba armas amén de otros delitos, aseguró que la instrucción que recibieron los batallones del comandante del Ejército, Mario Montoya, era esa: bajas. Nada de presos ni desmovilizados, pese a que, en esos años de “recuperación de la autoridad” con la que suelen vanagloriarse aún los miembros del Centro Democrático (otro eufemismo), se incentivaba oficialmente la desmovilización de paramilitares y guerrilleros. Con una frialdad pasmosa, solo por los beneficios que podría recibir a cambio de colaborar con la justicia, González del Río aseguró que “uno se comprometía a hacer 30 bajas en el año… Usted las firmaba y tenía que cumplirlo”. Eso explica el “top 10” de las mejores unidades del país que habría establecido el general Montoya. En efecto, al “top 10” ingresaban los batallones que más muertos aportaran. “Había unidades que hacían 50 desmovilizados y estaban por debajo de las que llevaban dos bajas”, puntualizó el coronel asesino.

¿Se acuerdan ustedes de la reacción del mandatario Uribe cuando se denunciaron las ejecuciones de los jóvenes de Soacha? Sus palabras quedaron talladas, sí señor, sobre piedra: “(los asesinados) no fueron a recoger café. Iban con propósitos delincuenciales”, dijo el 7 de octubre de 2008 y al día siguiente, 8 de octubre, un comunicado oficial de la Casa de Nariño lo reiteró: “no salieron con el propósito de trabajar o recoger café”. Con un nuevo eufemismo, afirmaba que las víctimas no eran tan santas.

Hoy, esa declaración adquiere una dimensión casi de confesión. González relató que los elegidos para los paseos de la muerte se seleccionaban entre tres grupos: delincuentes de bandas callejeras, desmovilizados de la guerrilla o el paramilitarismo y jóvenes pobres atraídos por la promesa de conseguir dinero fácil ¿Cómo sabía el presidente quiénes eran las víctimas de los militares y con qué fin se habían dejado seducir? Otro país estaría escandalizado con la escalofriante historia de González del Río. Otro país tendría este capítulo macabro en el centro del debate electoral. Otro país no votaría por el candidato de Uribe. Aquí puede ganar las elecciones, gracias al apoyo del héroe nacional, el responsable político de ese patrón criminal.

Cecilia Orozco Tascon | Elespectador.com

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