El tatequieto

Lo creo justo porque el cangrejeo llevaba 50 años y ninguna de las partes había podido romper el caparazón del otro. En ese medio siglo —¡medio siglo!— ha habido días de más y días de menos para unos y para otros. Pero para nosotros, el resto, todo ha sido oscuridad, salvo en las dos oportunidades en que se abrió el postigo: con Betancur y con Pastrana.

Del primero, la idea de transformar poco a poco la guerrilla en partido sigue siendo totalmente válida. El desafío es de nuevo grande. Las guerrillas podrán, si las garantías son sólidas, dejar las armas, pero no su intención de hacer política; lo que es justo y legítimo. En esa determinación nace uno de los grandes obstáculos: los partidos políticos se han negado siempre a hacerle campo a una oposición que cuestione al establecimiento. Aceptan oposición dentro del sistema pero no contra él, lo que quiere decir que monopolizan el binomio Gobierno-oposición. Hay que recordarlo: mientras el profesor Cepeda se desgañitaba defendiendo el esquema Gobierno-oposición siendo ministro de Gobierno, a la UP la acribillaban en calles y veredas. Los partidos aceptan en el papel la perspectiva de una fuerza política que entre en el juego electoral, pero, recordémoslo también, cuando la UP les quitaba consejos y alcaldías en Urabá y Meta, se acribilló a la izquierda en esas regiones. Se ve más claro en las plazas de los pueblos que en la Avenida de Chile.

De Pastrana hay que rescatar el intento de sentar a los cacaos a conversar con los guerrillos. Sentar en una misma mesa —aunque fuera en realidad una mesita— a Echavarría Olózaga y a Marulanda a charlar sobre tierras, o al presidente de la Bolsa de Nueva York con Raúl Reyes, no fue sólo para tomarse la foto sino para acercar a las partes a un diálogo cuyas posiciones frente a frente no eran tan irreconciliables. No son tan irreconciliables. La foto que faltó fue la del Mono Jojoy con Bedoya o con Mora. Foto difícil porque ahí está el verdadero nudo. No se trata de esa pendejada que llaman honor y que en el fondo es pura soberbia. La cosa es más simple: la plata. Sin guerrilla, el presupuesto nacional cambia de prioridades. Betancur tuvo que pagar con el Palacio de Justicia haber tratado de poner en su lugar constitucional a las Fuerzas Armadas, a Samper el general Bedoya lo amenazó con sacarlo a sablazo limpio y a Pastrana casi le tumban el avión donde iba su comisionado de Paz para Caracas. Las bayonetas son las bayonetas y sirven para todo, decía Napoleón, menos para sentarse en ellas. A mí me da por pensar que como la cosa va en serio, la reacción de los enemigos agazapados de la paz va a ser más fuerte. Pocos pueden dudar que será acaudillada por Uribe. Hay suficientes evidencias de que la palabra ‘paz’ significa para el expresidente y su gente una declaración de guerra. Uribe se viene con todos sus fierros: sus parlamentarios, encabezados por Vélez y Darío Salazar, dirán lo mismo que dijeron en su hora Bedoya y todos esos generales “que no se rinden”, y con ellos todos los oferentes al homenaje al general del Río. Para decirlo con más con claridad: yo pienso que Uribe trataría de dividir a las Fuerzas Militares para atravesársele a Santos. En eso están hace días con el cuento del fuero militar y la cháchara de la desmoralización de los coroneles. Más grave: los ejércitos paramilitares están limpiando sus fusiles.

Pero como el mismo mal a veces trae el remedio, Santos tiene un as bajo la mesa: Santoyo. El general Santoyo sabe lo que el país sospecha y ese es su único capital para negociar con el juez en Virginia. Dicen por ahí: si Álvaro no se queda quieto, varias personas de su entorno personal, civiles y militares, terminan de pasajeros en el avioncito de la DEA volando hacia alguna corte federal en EE.UU. No es coincidencia que el anuncio de las conversaciones de paz se haya hecho después de la extradición de Santoyo.

http://www.elespectador.com/opinion/columna-371750-el-tatequieto