El mal ejemplo

Afortunadamente no todos los políticos en colombia conciben el arte del poder de la misma forma y son respetuosos de la institucionalidad y sus normas


El 27 de noviembre el presidente Uribe tenía que notificarle al registrador nacional de su intención de ser candidato, pero no le vino en gana hacerlo. Y no lo hizo a pesar de que así lo manda la Ley estatutaria de garantías electorales, concebida precisamente para establecer una equidad electoral entre el presidente-candidato y los demás aspirantes y evitar que Uribe usufructúe el poder del estado en su favor.

Una de estas dos razones habría tenido Uribe para tomar esa decisión. La primera es la de que finalmente el Presidente habría tenido un momento de cordura, y pensando más en el país que en sí mismo, habría decidido desistir de lanzarse por segunda vez Aunque esta posibilidad nos debería tener a los anti re-reeleccionistas de plácemes, la verdad es que nadie se la cree. Basta verlo acaparando medios, repartiendo cheques y puentes en los consejos comunales y otorgando a como dé lugar un tercer canal a Planeta, para concluir que lo único que Uribe tiene en mente es su segunda re-elección.

La otra razón es mas creíble, aunque sea una mala noticia para las ya mal nutridas instituciones democráticas de Colombia. Y tiene que ver con el hecho de que Uribe ha decidido adelantar su campaña por la reelección desconociendo las normas y las leyes, rompiendo en pedazos la Constitución del 91, carta que Uribe dice detestar por que la considera hecha por guerrilleros, aunque para mis adentros yo creo que la razón para semejante aversión es que el espíritu anti reeleccionista de la carta no lo permite del todo cumplir sus deseos de quedarse en el poder. Después de dar una tracalada de notarías y puestos consiguió pasar la primera reelección. Pero la segunda, a pesar de todos los esfuerzos invertidos en hacerle el quite a la ley, sigue embolatada.

Probablemente este pulso lo gane Uribe y termine reeligiéndose. Sin embargo, la única forma de ganarlo es rompiendo el orden constitucional, invocando para ello el estado de opinión que, según sus propios palabras, estaría por encima del estado de derecho. De esa forma se sepultaría la Constitución del 91 y entraría a reinar la de Uribe.

Afortunadamente no todos los políticos en Colombia conciben el arte del poder de la misma forma y son respetuosos de la institucionalidad y de las normas que la legitiman. Mientras Uribe da tan mal ejemplo, el ex presidente César Gaviria se desprende del poder renunciando a la jefatura del partido, para permitir el relevo generacional y el asentamiento de un proceso interno que se viene consolidando dentro del partido que ya cumple 12 años en la oposición.

Gaviria habría podido reelegirse como jefe del liberalismo sin ningún problema en las convención de diciembre, pero decidió no hacerlo, dejando de paso a sus enemigos políticos que insistían en que detrás de esa jefatura se estaba cocinando una candidatura, viendo un chispero.

Lo que más me sorprende es que mientras esta decisión de Gaviria ha sido recibida con toda suerte de suspicacias, cábalas que van desde cuando el ex presidente habría salido a sombrerazos hasta cuando se fue dando un portazo, cansado con tanta quejadera de todo el mundo, la atropellada que le metió Uribe a la Ley de Garantías electorales y que ha marcado el inicio de una campaña ilegítima que nos puede conducir a un rompimiento constitucional, ha sido prácticamente ignorada por los seguidores del estado de opinión.

Mal síntoma que muestra lo atontados que estamos. Y un pueblo tonto es a los caudillos, como las moscas a las arañas.