“El charco verde”

Era apenas una ola, como acertadamente lo llamó la prensa, en
cuya cresta, como un improvisado surfista, iba encaramado Antanas
Mockus.
Como pirañas sobre una vaca, todos los políticos de todos los partidos
se precipitan a respaldar al vencedor Juan Manuel Santos en su
prometido gobierno de unidad nacional. Es decir, a disputar a
dentelladas su cuota parte de los presupuestos y de los puestos.
Todos: desde los del PIN de la cárcel de La Picota hasta los liberales
hambreados, presas del síndrome de abstinencia burocrática. Los
conservadores, esos que siempre han sido ‘el partido ministerial’ : el
partido de los partidarios del gobierno. Los de Cambio Radical, que
vuelven a cambiar radicalmente, como las veletas cuando cambia el
viento. La U, naturalmente: el partido de Uribe, que no tardará mucho
en desembarazarse de su único lastre, que es el propio Uribe: el peso
muerto de un ex presidente sin poder. Como en las Rimas de Bécquer:
“¡Qué solos se quedan los muertos!”.


Así que nos quedamos otra vez sin oposición. La habrá bajo Santos
todavía menos que bajo Uribe. Entramos otra vez en un régimen de
partido único, por decirlo así, como el que ha vivido Colombia casi
siempre: el pantano del Frente Nacional, con los resultados que puede
ver cualquiera que saque la cabeza del tibio fango. Con tres o cuatro
excepciones de dignidad entre los liberales, y, por supuesto, el Polo
Democrático, se mantiene la tradicional unidad de “las mayorías”: la
unidad de los elegidos, no de los electores.

Desde aquí puedo oír la objeción de los partidarios más ilusos y más
cándidos de los Verdes: para hacer oposición están ellos, los Verdes.
Pero no es así.

Los Verdes no serán oposición al gobierno de Santos en primer lugar
por una perogrullada: porque no son oposición. Siempre fueron
uribistas, y a lo largo de las dos campañas electorales (la del
Congreso y la presidencial) no han hecho otra cosa que insistir en que
siguen siéndolo: en el terreno de la ‘seguridad democrática’, en el
de la ‘cohesión social’, en el de la ‘confianza inversionista’ : los
tres huevitos, que en mi opinión son de víbora, que lleva ocho años
empollando Uribe. En su programa económico iban en el neoliberalismo
incluso más lejos que el mismo Santos. Y no serán oposición, en
segundo lugar, porque no existen.

No existieron nunca. Ese ‘Partido Verde’ que le tomaron en alquiler a
un político boyacense no fue nunca, para empezar, ‘verde’ en el
sentido político que tiene el adjetivo en el mundo: o sea, partidario
del ecologismo, de la conservación de la naturaleza, y enemigo de los
excesos destructores del capitalismo, particularmente en su versión
neoliberal. Se llamó ‘verde’ simplemente porque ese color estaba sin
usar, como lo estaba por ejemplo el anaranjado que fugazmente ensayó
Santos. Y no solo no era verde sino que tampoco era partido, y ni
siquiera movimiento. Era apenas una ola, como acertadamente lo llamó
la prensa, en cuya cresta, como un improvisado surfista, iba
encaramado Antanas Mockus.

(Un detalle curioso que descubrí por casualidad en el Diccionario
Ideológico de Casares, buscando equivalentes para la palabra
‘retractarse’ : se dice “llamarse antana”. Y luego, verificando ese
“llamarse antana”, encontré esta definición en el Diccionario de María
Moliner: “hacerse el desentendido, no atenerse a una promesa u
obligación cuando llega el momento de cumplirlas”. Como descripción de
un político profesional común y corriente me parece difícilmente
superable).

De esa ola verde -para no perder el hilo de la metáfora- no conozco el
destino final con certidumbre, pues esto lo escribo en vísperas de la
segunda vuelta electoral (aunque sale publicado después). Pero doy por
hecho que no ganó, que era lo único que le hubiera podido servir para
sostener su ímpetu. Y no teniendo ya para mantenerse unida y en
marcha el pegamento del poder, se deshará, se secará, como se deshace
y se seca, o se lo chupa la arena, o se pudre, el charco que una ola
que se estrella deja en la playa.

Por eso, porque no existirán, los Verdes no podrán ser oposición
(además de no serlo). Y la oposición es un elemento fundamental de
cualquier régimen, no diré ya democrático, sino vivible para el
hombre. Nos queda solo el Polo, que tuvo la sensatez de no dejarse
embaucar por el embeleco de los Verdes. El Polo es la única
posibilidad de oposición, porque es la única opción de cambio. Espero
que el voto en blanco, y no la mera abstención neutra e inerte, haya
reflejado el poder de la inconformidad. Porque no creo que, aunque
todos los políticos se hayan colgado de los faldones de Santos, el
país sea santista. No puede ser tan tonto