El capitalismo artístico

Cambio de civilización, ruptura generacional, transformación de los imaginarios y de las sensibilidades culturales. Cambio de la concepción del arte y de la creatividad. Con temor u optimismo estas premisas inundan casi todas las esferas del mundo contemporáneo. ¿Desde dónde y cómo procesa la sociedad estos cambios de percepciones y de imaginarios globales? ¿Cómo entender la grandiosa máquina que fabrica sueños, ilusiones de entretenimiento en la cultura masificada? Aquí unas pistas sobre el particular.

Algunos teóricos le han llamado Estetización del mundo (1) (Lipovetsky y Serroy, 2015) a la integración de lo estético con la cultura de masas, o bien cultura Mainstream, cultura para todos, cultura barata, promocionada a través de las denominadas por Fréderic Martel “industrias creativas“, que “formatean” masivamente pasiones, sensaciones e ideas para el consumo.

Tanto en Bombay, Taiwán, Buenos Aires, Bogotá, París, Tokio, Sao Pablo, México D.F., Hong-Kong, Dubái, Nueva York, Miami y otros puntos del mundo, la estetización se expande dominada por Estados Unidos con un 50 por ciento de las exportaciones de bienes y productos culturales, seguido por la Unión Europea con cerca del 27 por ciento (2). Es una globalización de contenidos que homogeniza y a la vez heterogeniza la cultura, produciéndose una dinámica de globalización y localización permanente, una dialéctica regional y global donde todo se mezcla, se fusiona, se excluye e incluye nacional y trasnacionalmente.

Impulsada y promovida por las “industrias de contenidos” esta “diversidad estandarizada“, proyecta su sombra como un Leviatán que repercute en las sensibilidades. Por estas razones “los medios e Internet ahora están mezclados, ya no cabe hablar de industrias culturales; verdadero oxímoron, si no de industrias de contenidos o industrias creativas […]. Asistimos pues a una transformación radical de la geopolítica, de los intercambios de contenidos culturales y mediáticos” (3). Una nueva dimensión del pensamiento, un nuevo colonialismo de simulada democratización mercantil y mediática se está produciendo desde y por los oligopolios en el siglo XXI.

Desde esta cartografía de los procesos globales, la desventaja de la llamada “alta cultura” ante la cultura Mainstream es notable. Es evidente que se encuentra a contracorriente de las nuevas cartografías sensibles. La cultura ya no es un paradigma humanista, ni es la más alta conquista del espíritu; sus propuestas ya no significan casi nada para el mundo de las rentabilidades, salvo en el caso de las obras pictóricas y visuales de artistas consagrados o mitificados por el mercado y la historia del arte. Cambio de escenarios, nuevos decorados.

¿Debe adaptarse a esta era de Internet y de mercados globales la esfera de las artes clásicas y tradicionales para no hundirse en el olvido? Lo cierto es que el arte ha entrado en los procesos de expansión y de mezclas entre la esfera de lo cotidiano, la economía del mercado y los medios. Más que un asunto paranoico, esta situación es una oportunidad para ingeniar estrategias diversas que deben emprenderse desde adentro y desde afuera de todos los procesos de globalización económica, mediática y digital. Entre proteger y mantener la memoria de la cultura humanística, junto a las posibilidades que brinda la era digital; entre la gravedad de la historia y la levedad de las individualidades; entre las obras trascendentales modernas y los flujos efímeros, procesuales de programación globalizados; entre la heterogeneidad cultural y una diversidad estandarizada se debate el arte y la estética de nuestra época.

De lo kitsch a lo chic

Fluye pues este mundo global de una manera inasible e incontrolable; fluye a través de las redes simbólicas, digitales, mercantiles; se filtra en todos los ámbitos del mundo de la vida, masificando el llamado “capitalismo artístico” a través del espectáculo, la emocionalidad, la seducción, el placer, la belleza, lo estridente, lo grotesco. Esta gigantesca ola crea fusiones, hibridaciones de todas las esferas culturales, uniendo lo altamente de calidad con lo inmensamente mediocre; al arte tradicional con el arte del publicista mercantil. La época del art business triunfa y las obras ya no se juzgan por su valor estético, sino por sus aspectos financieros y apuestas comerciales. Adiós a su espiritualidad transformadora. Paso del artista trascendental, que proponía ideas revolucionarias y existenciales, al artista showman vedette. Todo se estetiza para seducir sensorialmente. Cualquier bien de consumo se diseña estéticamente con una finalidad: seducir al cliente con un valor de cambio estético.

Entonces, entramos a un consumo voraz, eufórico de los objetos, generando una cultura de lo agradable, una cierta forma de ser. Así, la estetización no es solo objetual, sino existencial, vivencial. Estética expandida a todo y a toda hora; funcionalismo mezclado con formalismo artístico que encontramos en el diseño industrial, los accesorios, los suvenires, las baratijas, ornamentos, la decoración del hogar, en diseños deportivos, la publicidad, las redes sociales, el vídeo, la fashion, en coreografías, el diseño de interiores, en el ornato callejero, en murales, conciertos masivos, centros comerciales, la fotografía casera, las vitrinas…

Embuídos en esta cultura estetizada, es el kitsch lo que más ha proliferado en la era de las rentabilidades. Exaltado, admirado, deseado y consumido de forma rapaz, el kitsch genera un sentimentalismo orquestado acorde al gusto impulsado por los patrones del mercado. Vemos entonces aparecer una estética centrada en la imagen y la relajación. Permeada en toda la sociedad, esta estética terminó como asunto de distinción, de aceptación, admiración, “algo chic” y carta de presentación.

Fin de la ontología trascendental estética, secularización total del “mundo sagrado” del arte y del artista. De modo que, al decir de Lipovestsky, “la época del artista maldito ha caducado: ahora estamos en el momento transestético en que lo importante no es tanto la creación como la fama, en que los artistas de renombre tienen una categoría de estrellas reconocida en la prensa mayoritaria, en que los precios de las obras parece el signo de su valor artístico, en que la notoriedad de los artistas se construye como una marca. En la hora del capitalismo artístico, los medios se imponen como las nuevas plataformas de consagración de talentos, la notoriedad pasa cada vez más por los caminos de lo espectacular, la comunicación, la mediatización: los mismos que los de la moda” (4).

Bajo el imperio de los mercados financieros y de la estetización superficial, el intelectual y el artista pierden importancia ya que van desapareciendo sus lectores y escuchas. La figura del intelectual creador que engendra dudas, preguntas y estremecimientos, aparece como algo estrambótico, difícil, pesado, aburrido (5). Los intelectuales y creadores críticos quedan entonces en la campana del vacío, sin auditorio, con una escasa, se diría inexistente, audiencia, en medio de una globalización ecónoma funcional, agresiva, que lo silencia simbólicamente y a veces hasta de forma real. Destierro simbólico y real; trivialización y desaparición casi total de su importancia histórica.

Por tanto, la trascendencia es impuesta por las lógicas de la oferta y la demanda y por las ganancias que pueda alcanzar un artista en la euforia espectacularizada de su imagen y no tanto de sus propuestas creativas. “Egotecas” virtualizadas, pantallizadas, promocionadas al mayor y al detal, algo que no es nuevo en la historia del arte moderno, pero que hoy por hoy es una finalidad suprema por su exhibicionismo artístico (6).

El arte es asumido entonces como simple accesorio, acompañamiento y entretenimiento que en cualquier momento se deshecha y que no impacta sacudiendo una norma, ni afectando una vida. Es el turismo zapping en los museos, donde se expresa la caída y el abandono de un arte liberador del espíritu. Cierto, hoy tenemos mayores posibilidades de observar y admirar más arte que antes, pero éste ha dejado de ser la magna aisthesis, una de las más grandes conquistas humanas. “Democratizar la creación artística, como pedía Beuys, democratizó la mediocridad y la convirtió en el signo de identidad del arte contemporáneo. Ni todo el mundo es artista, ni estudiar en una escuela nos convierte en artistas” (7).

El Yo espectacularizado

En esta era del Yo espectacularizado lo íntimo se tornó público gracias a los webblogs, fotologs y videologs, que son una especie de “diario éxtimo, según el juego de palabras que busca dar cuenta de las paradojas de esta novedad, que consiste en exponer la propia intimidad en las vitrinas globales de la red” (8). Es lo que ha llamado Baudrillard “ser empresarios de su propia apariencia”. Intimidad propuesta como producto consumible, consumido y consumidor. He aquí un nuevo régimen de control que supera al impuesto desde la vigilancia y el castigo desde afuera. Ahora se trata de una vigilancia autocomplaciente, más aún, una intimidad autocontrolada y autoregulada, transformada en producto vendible.

Hoy por hoy la distancia entre lo público y lo privado parece esfumarse, imponiéndose una intimidad expuesta al voyerismo digital y telemático. Cambio del concepto de privacidad. “Creo, dice Umberto Eco, que una de las grandes tragedias de la sociedad de masas, la sociedad de la prensa, de la televisión y de la Internet, es la renuncia voluntaria a la privacidad. La máxima renuncia a la privacidad (y por tanto, a la discreción, incluso al pudor) es –en el límite de lo patológico– el exhibicionismo. Ahora bien, me parece paradójico que alguien tenga que luchar por la defensa de la privacidad en la sociedad de exhibicionistas” (9).

Por lo pronto, se ha transformado la noción del mundo privado, del pudor y del secreto, de la intimidad oculta, la cual, anteriormente, ni siquiera era conocida por los más cercanos. Espectacularizar lo privado nos vuelve célebres; el anonimato comienza a desaparecer y entonces podemos ganar nuestros pocos minutos de celebridad entre amigos o desconocidos. Con la exposición en Internet de las señales particulares y secretas, se trata de igualar la divulgación masiva de los ricos y famosos, ser como ellos, es decir, visibles. Eso garantiza que nos mantengamos en la mirada y en la voz de nuestras audiencias. Manipulación perversa de los secretos da estatus social, distinción, cierto orgullo y respeto. La exposición de la intimidad ha degenerado en perversidad ceremonial subjetiva: entre más se popularice mi vida oculta, más orgulloso estoy frente a mi propia exposición. Es la pérdida casi total de los secretos. Lo sexual, la vida sentimental, conyugal, las fotos de familia, de viajes, de amistades, peleas, reconciliaciones, etcñetera, todo cae en el plató de las pantallas como evidencia de un secreto dicho en público.

Es el caso particular de los llamados ‘youtubers’, jóvenes que, a partir de sus videos en YouTube, todo lo insignificante personal y banal lo ubican en un trono mediático significativo, lo vuelven asunto grato, importante e impactante. Sus efectos son visibles: cualquier ritual cotidiano personal se convierte en protagónico del show. Las acciones por más ridículas que sean no ruborizan a las audiencias. Por el contrario, entre más idiocia se presente, mayor será el raiting. Son hijos de una memoria instantánea, fugaz, sin demora; de la velocidad, el desecho y del olvido, con mensajes intimistas expuestos en los nanoblogs, microblogs, videologs…

En una sociedad de escándalos nada es escandaloso. El “todo vale” es la ley: como todo puede ser público sin escándalo, yo también expongo mi Yo sin vergüenza. Lanzo a sus ojos y oídos las vísceras de mi drama, dice el cibernarciso global, pavoneándose por los escenarios de las redes sociales.

La exhibición del incipiente convence al público de que nada, ni siquiera la desgracia más vergonzosa, tiene derecho a permanecer oculto, y que exhibir la propia deformidad recompensa” (10). He aquí porque es tan grato para el exhibicionista exponerse en las redes o hablar en voz alta por celular en un transporte y en los lugares públicos sobre sus asuntos privados. Ello lo saca del anonimato, lo sitúa como sujeto-objeto con una imagen pública y fugaz.

Pero sabemos que todo movimiento íntimo y público que realice el usuario de Internet es registrado y rastreado por la comunidad financiera-comercial virtual, incluso por sus agregados culturales y políticos. Y es que en las ciber redes pululan los llamados por Ignacio Ramonet “chivatos tecnológicos“: ordenadores, teléfonos móviles, tabletas, tarjetas bancarias, localizadores GPS (11). De esta forma, mercado, finanzas, digito-vigilancia y control se unen en esta loca masificación global. Sabemos que “cada clip, cada uso del teléfono, cada utilización de la tarjeta de crédito y cada navegación en Internet suministra excelentes informaciones sobre cada uno de nosotros (y que) nuestras sociedades de control contemporáneas dejan en aparente libertad a los sospechosos (o sea, a todos los ciudadanos), aunque los mantienen bajo vigilancia electrónica permanente. La contención digital ha sucedido a la contención física” (12). No sólo se hipervigila digitalmente, sino que el usuario sirve de sujeto publicitario.

Los reality show y la representación de la vergüenza

Es un hecho: los reality show gestionan e impulsan la competencia, las habilidades y destrezas de unos sobre otros, el proceso selectivo excluyente, la noción empresarial de las ganancias como premio. De igual modo, sintetizan una estrategia tradicional donde los jueces ponen en funcionamiento las formas de humillar, infantilizar, rebajar y burlarse del otro que ha realizado mal la tarea. Así, la burla y el humor hostil, caricaturesco, prima sobre el concursante humillado. Lo increíble de esto es que es aceptado como una lógica normativa natural, con un aterrador “así debe ser“, lo que hace pensar que se justifica el temor como parte integral del aprendizaje. Entonces, el plató televisivo se convierte en un espacio que espectaculariza el miedo, el llanto ante la alegría o el fracaso, la exposición de la vergüenza y la humillación, lo degradante, lo terrorífico deliciosamente aceptado. Este show y shock del dolor y de los miedos es mostrado, insistimos, sin pudor ni dignidad ante los mismos participantes, la gran audiencia y los jueces. Éstos se muestran como observadores insensibles ante el sufrimiento, expectantes e implacables en sus calificaciones. Las cámaras registran los rostros en primer plano: he aquí el masoquismo visual de una sociedad plena de golpes y estremecimientos, mientras los televidentes miramos ansiosos los premios y castigos. Entretenimientos a costa del dolor y el goce del otro. En estos escenarios competitivos las lógicas de la urgencia, de lo efímero, de lo inmediato, lo fugaz se hacen palpables en la voracidad entre todos. Una pulsión antropofágica prospera de tal modo que muchas veces es lo depredador y violento lo que prima con un individualismo incivil mordaz.

Un ejemplo de esto lo tenemos en el reality Master chef, una competencia de cocina creada por Franc Roddam en el Reino Unido en julio de 1990, actualizado en febrero de 2005 por la BBC, desarrollado en el 2009 en Australia con el formato actual y estrenado en Estados Unidos el 27 de julio de 2010, con una segunda temporada el 6 de junio de 2011. Desde entonces la productora Shine Group ha vendido este reality como franquicia a varios países del mundo. En Colombia su primera edición fue transmitida por Rcn en el 2015.

Es el espectáculo del más audaz, del mejor, la carrera de los afanados, exitosos, fuertes, vivarachos, síntesis de las trampas deliciosas individualistas. Sus estrategias son patéticas: desconocer la autonomía crítica de los participantes, su derecho a disentir, a “abrir la boca”; promover el miedo al tirano que juzga, castiga y excluye; proyectar un imaginario sumiso, obediente, felizmente respetuoso de lo establecido. Es un ir hacia atrás de lo tímidamente conquistado por la modernidad en las esferas políticas y culturales; un destrozar la ética de la alteridad, del diferente, del respeto, lo solidario, del diálogo y la dignidad. De modo que, muchos de estos realitys son una apología a la corrupción entre promotores, jueces y participantes; al juego sucio, a la conducta desleal; es la competencia del “vivo” contra el “bobo”, lo que activa y legaliza las lógicas de la trampa, de la mentira, la estafa, el aniquilamiento, como estrategias aceptadas para lograr los objetivos en este espectáculo que oferta lo ridículo. El mercado las oferta, los medios la publicitan.

Tales son los propósitos de estas industrias del show y de efectos publicitarios: ofrecen diversión trivial, felicidad a cambio de silencios, miedos y aceptación. Se promueve una mentalidad conciliadora y de sumisión entre los destinados a la obediencia. Los grandes grupos mediáticos empresariales eligen en los reality show lo que “debe” y “puede” ser visto, escuchado, transmitido. Organizan los gustos según sus preferencias, construyen un perfecto matrimonio entre los medios y los poderes políticos, económicos, proyectan sentidos, sensibilidades, imaginarios, ejerciendo influencias muy poderosas en la vida cotidiana. La estrategia es legitimar el orden jerárquico, distribuir, difundir y hacer circular el miedo, el servilismo, la humillación, el temor y el castigo aceptado.

1 Lipovetsky, Gilles, La estetización del mundo. Vivir en la época del capitalismo artístico, Anagrama, Barcelona, 2015.

2 Martel, Frédéric, Cultura Mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas, Buenos Aires, Taurus, 2014, pp.415-416.

3 Ibíd., pp. 419 y 423.

4 Lipovetsky, Gilles, op. cit, p. 74.

5 En palabras de Fernando Cruz Kronfly: “el artista crítico, el intelectual que denuncia lo indebido no han desaparecido todavía de la sociedad y de la cultura por el simple hecho de haber dejado de existir, sino porque no tienen a nadie a quien decirle nada. Lo que ha desaparecido de la sociedad y la cultura contemporáneas es el interlocutor interesado en la crítica, lo que se ha esfumado es la audiencia del intelectual pensante e ilustrado que la modernidad produjo, y de los cuales quedamos por allí algunos fósiles“. “Introducción: La barca pedida en el océano de nuestro tiempo“. En: Fajardo Fajardo Carlos. Rostros del autoritarismo. Mecanismos de control en la sociedad global. Ediciones Le Monde diplomatique, Bogotá, p.9, 2010.

6Nunca antes en la historia del arte habían existido tantos artistas. Con la invención del ready-made surgieron los artistas ready-made. Esta idea que demerita la individualidad en favor de la uniformidad está destruyendo la figura del artista. Con la figura del genio el artista era indispensable, y su obra insustituible. Hoy, con la sobrepoblación de artistas, todos son prescindibles y una obra se sustituye con otra, pues carecen de singularidad […]. Ya no hay creación; por lo tanto, no necesitamos artistas“. Lésper, Avelina, El fraude del arte contemporáneo. Cuatro ensayos críticos, Libros Malpensante, Bogotá, 2016, p. 36.

7 Ibíd., p. 35.

8 Sibilia, Paula. La intimidad como espectáculo, FCE, Buenos Aires, 2008, p. 116.

9 Eco, Umberto. A paso de cangrejo. Artículos, reflexiones y decepciones, 2000-2006, House Mondadori, Bogotá, 2007, pp. 102-103.

10 Ibíd., p.106

11 “El navegador Google Chrome, un megachivato, envía directamente a Alphabet (la empresa matriz de Google) todo lo que hace el usuario en materia de navegación. Google Analytics elabora estadísticas muy precisas de las consultas de los internautas en la Red. Google Plus recoge información complementaria y la mezcla. Gmail analiza la correspondencia intercambiada, lo cual revela mucho sobre el emisor y sus contactos. El servicio DNS (Domain Name System, o Sistema de nombres de dominio) de Google analiza los sitios visitados. YouTube, el servicio de vídeos más visitado del mundo, que pertenece también a Google –y, por tanto, a Alphabet–, registra todo lo que hacemos en él. Google Maps identifica el lugar en el que nos encontramos, adónde vamos, cuándo y por qué itinerario… AdWords sabe lo que queremos vender o promocionar. Y desde el momento en que encendemos un smartphone con Android, Google sabe inmediatamente dónde estamos y qué estamos haciendo. Nadie nos obliga a recurrir a Google, pero cuando lo hacemos, Google lo sabe todo de nosotros. Y, según Julian Assange, inmediatamente informa de ello a las autoridades estadounidenses…”. Ramonet, Ignacio. “Google lo sabe todo de ti”. Le Monde diplomatique, edición Colombia, febrero 2016, p. 35.
12 Ibídem.

*Poeta, ensayista. Docente Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Bogotá.

Fuente: http://www.eldiplo.info/portal/index.php/component/k2/item/1093-el-capitalismo-art%C3%ADstico