El campo y la ciudad

No pocas veces he pensado lo siguiente: Un día cualquiera, una familia que tiene un lindo apartamento en Medellín o en Bogotá, unos hijos que pronto irán a la universidad, un carro privado que los espera para pasear los fines de semana, unas vacaciones pagas desde ya, un perrito que ha montado en avión más que el niño de la señora que les ayuda en la casa, de repente, en un juego extraño del destino, amanece en un caserío en Corinto o en Jambaló, en Tibú o El Tarra, en Miraflores o Mitú, o en alguno de esos lugares que la mayoría de colombianos desconocemos y que no pocos relacionan con pobreza, miseria o con desgracia.


Yo no sé qué tanto los colombianos de las ciudades conozcamos realmente el conflicto que nuestro país ha vivido por décadas. Me atrevería a decir que muy poco, que casi siempre estamos hablando de la guerra desde una incomodidad que dura la emisión de un noticiero. Tal vez por eso muchos se inclinan por una justicia que les dé perpetuidad a las balas.

Yo no quiero imaginarme cómo será una toma guerrillera o paramilitar. Quedar en medio del fuego cruzado, vivir con la incertidumbre de que en cualquier momento caerá una pipeta de gas en el techo y el refugio de una cama resultará más que inútil. Yo no alcanzo a imaginarme cómo será quedar vivo y empezar a reconocer el lugar destruido, preguntarse qué pasó, dudar si agradecer o maldecir por ser uno de los pocos testigos de la barbarie. Ver a un muerto, escuchar un fusil que remata una vida.

Me imagino a esta familia en su nueva subsistencia angustiada porque sus hijos ya no irán a la universidad, sino que enfrentarán el dilema de irse para el ejército o terminar en algún grupo armado de la zona. Y pensar que antes, los padres consideraban que eso de que los hijos prestaran un año de servicio militar era una pérdida de tiempo, que lo mejor sería, apenas terminaran el colegio, mandarlos a estudiar inglés al extranjero. Pero ahora, en este campo eso es imposible. ¿Qué campesino piensa en eso?

Yo no sé qué tanto como colombianos pensamos sinceramente en la vida de los otros, esos tan distantes, tan sucios de tierra, tan raros, tan peligrosos cuando los vemos que llegan a la ciudad y no tienen dónde caerse muertos. Yo no sé qué tanto nos importen las vidas de esos que por años han tenido que vivir con la zozobra, con la angustia de no poder hablar para seguir viviendo. Yo no sé qué tanto sabemos de la guerra los colombianos que hemos vivido cómodamente en la ciudad.

En estos tiempos de cambio y de esperanza, yo quisiera que la brecha entre el campo y la ciudad disminuyera, que las oportunidades y los sueños puedan ser igual de grandes aquí y allá, sin violencia y sin miedo.

Fuente: http://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/el-campo-y-la-ciudad-CF4896523