“El atentado no era para mí, sino para él”

El próximo martes se cumplen 20 años del atentado en el que murió el líder de la Unión patriótica José Antequera y resultó gravemente herido el entonces senador y precandidato liberal a la Presidencia Ernesto Samper.


20 años después, El Espectador propició en encuentro entre el ahora ex mandatario y José Antequera hijo, encuentro en el que recordaron aquellos trágicos hechos pero sobre todo reflexionaron sobre hechos como el genocidio de la UP y la impunidad que aún lo rodea.

El 3 de marzo de 1989, en el aeropuerto El Dorado de Bogotá, el espiral de violencia que durante las últimas cinco décadas a desangrado al país juntó los destinos de José Antequera, miembro de la Coordinadora Nacional de la Unión Patriótica y Ernesto Samper, entonces senador y precandidato liberal a la Presidencia de la República. Hacia las 3:00 de la tarde, cuando cruzaban algunas palabras en la fila de espera del vuelo que los llevaría a Cúcuta y Barranquilla, respectivamente, sicarios abrieron fuego contra ellos propinándole a Antequera 13 impactos de bala en el tórax y el abdomen que le causaron la muerte y a Samper cinco balazos que lo dejaron en estado crítico.

Samper sobrevivió para ser nueve años más tarde en Presidente de Colombia. Antequera, por su parte, se convirtió en la víctima 721 de la UP, el movimiento político surgido de los diálogos de paz entre el gobierno de Belisario Betancur y las Farc, en 1985, cuyos integrantes fueron siendo exterminados uno a uno en un genocidio que aún hoy sigue en la impunidad y cuyas consecuencias para el Estado colombiano están por verse en los tribunales internacionales.

José Antequera Guzmán tenía apenas cinco años cuando murió su padre. Es abogado de la Universidad Externado y miembro del Movimiento de Hijos e Hijas por la Memoria y contra la Impunidad. Nunca se había encontrado con Ernesto Samper, ahora ex presidente. Veinte años después, a instancias de El Espectador, se sentaron más que hablar y recordar, a reflexionar sobre ese atentado que de una u otra manera definió el rumbo de los dos.

Ernesto Samper: Tu padre era un hombre combativo, agudo y obsesivo con sus temas. Cuando había una discusión, hasta que no ganaban sus puntos de vista o dejaba clara su posición, no la daba por terminada.

José Antequera Guzmán: Son cosas que me han contado de él.

E.S.: Lo del atentado fue muy duro. Yo llegué al aeropuerto El Dorado ese viernes 3 de marzo, iba para Cúcuta de campaña y me lo encontré en el hall. Los dos estábamos en una lista de gente amenazada con otras personas como Bernardo Jaramillo y Horacio Serpa. Yo lo vi sin mucha protección y le dije: “qué hace aquí tan solo”. Él me contestó que estaba muy mal, que se sentía muy perseguido y angustiado y que se iba para Barranquilla, a la casa de su mamá, que era el único sitio donde se sentía en paz. Comenzamos a hablar sobre una reunión que habíamos tenido una semana antes en Usaquén, precisamente sobre la paz. Lo siguiente que sentí fue unos totazos y caí al suelo. Hubo muchos disparos, todo el mundo se tiró al piso, la gente corría de un lado para el otro. Yo caí boca abajo y tu padre boca arriba. Me miré a ver que me había pasado y tenía un dedo destrozado, pero no sentía dolor. Voltee a mirar y tu papá estaba con un hilito de sangre en la boca. Allí me di cuenta que lo habían matado, que el atentado no era para mí sino para él y que, de alguna manera, paradójicamente, su cuerpo amortiguó las balas que me llegaron a mí. En las grabaciones de las cámaras del aeropuerto aparece todo el mundo acostado en el piso y una figura saltando por entre la gente, que era Jackie, mi mujer, que se había ido a recoger una propaganda y se vino corriendo y llegó a donde yo estaba. También aparece otra mujer, que en algún momento se desarrolló la hipótesis de que era uno de los sicarios disfrazado, y seguían disparando. Entonces uno de ellos le dijo al otro: “remátelo”. Jackie pensó que si estaba hablando de rematar a alguien era a mí. La única explicación que uno puede tener es que de golpe pensaban que así bajamos dos pájaros de un tiro, al fin y al cabo los dos estábamos en la lista de peligrosos para Gonzalo Rodríguez Gacha. Al escuchar eso, Jackie se me tira encima y le grita a uno de mis escoltas que estaba atrás medio escondido, que haga algo, que dispare. Él reacciona y le pega al sicario un tiro en la frente. Después de eso, nosotros no supimos que había pasado con tu papá, no sé que hicieron, si lo llevaron a la misma clínica donde me llevaron a mi o qué.

J.A.G.: No, lo llevaron a otra clínica más lejos. A usted lo llevaron a la de Cajanal y a él lo montaron en el carro de los escoltas y lo llevaron a la del Seguro Social. Parte de lo que siempre se ha dicho es que el hecho de haberlo llevado más lejos implicaba también asegurar su muerte. De allí surge también la versión de que su propia escolta del DAS participó en el atentado. Digamos que era un asunto que rebasaba el tema del narcotráfico y estaba vinculado con el del paramilitarismo que él estaba denunciando.

E.S.: ¿Él murió en el aeropuerto?

J.A.G.: No, uno de los escoltas cuenta que cuando lo llevaban en el carro duró siete minutos repitiendo el nombre de mi hermana y el mío. Después fue todo el tema fúnebre, pero el sepelio duró cinco días porque el alcalde, que en ese momento era Pastrana, no quiso permitirlo por temor a las protestas y a las marchas. Esa noche hubo disturbios en barrios como Policarpa y Nuevo Chile, donde había gran influencia del Partido Comunista. Al final lo enterramos en el Cementerio Central y años después lo sacamos para cremarlo.

E.S.: ¿Y sus cenizas dónde están?

J.A.G.: En mi casa aquí en Bogotá. Estamos esperando a que pase la vida para tirarlas al mar. A él le gustaba mucho el mar.

E.S.: Yo no supe nada de eso. Estaba en ese momento perdido y hasta me llegaron a desahuciar al día siguiente. Todo lo vine a reconstruir después, cuando vi a tu madre, con la cual tenemos una buena amistad. Ella se hizo bastante amiga de mi hermana en el acueducto y me acompañó en la campaña en varias oportunidades. Tenías un gran papá. Pepín le decíamos. Era un hombre valiente, combativo, agudo y obsesivo con sus temas.

J.A.G.: Yo no sé si tenga otra oportunidad de conversar con usted y por eso quisiera preguntarle algo desde lo más profundo. Usted vio morir a mi papá a su lado, el muerto 721 de una lista de 5.000 de la Unión Patriótica, y usted llegó a ser Presidente. De las cosas que me sorprenden es cómo se ejecutó ese genocidio. Hay una impunidad total, no pasó nada y no parece que va a pasar. Usted estuvo allí, fue testigo y víctima. No encuentro las palabras exactas para preguntarle pero creo que usted entiende cuál es mi cuestionamiento. ¿Desde el poder cómo se vio todo eso? ¿Por qué no ha pasado nada?

E.S.: Hay un libro de Steven Dudley, un periodista gringo, que se llama ‘Armas y urnas’. Allí se sostienen varias tesis, por ejemplo, que el auge de los paramilitares coincidió con el de la Unión Patriótica, que en algunos casos hubo complicidad de gente dentro del Gobierno y otra que vale la pena explorar: que las Farc tampoco estaban interesadas en proteger a la gente de la UP porque para ellos era de alguna manera una derrota de la vía militar.

J.A.G.: Si, pero ¿eso que tiene que ver con la ejecución del crimen?

E.S.: Que las Farc abandonó a la UP. Sin duda, ante la historia es importante que se sepan quiénes fueron los responsables, por supuesto que hubo responsabilidad de los paramilitares, pero también hubo una responsabilidad por omisión de las Farc. ¿Tú compartes esa tesis?

J.A.G.: No, la responsabilidad del genocidio de la UP es de quienes lo planearon y lo ejecutaron, independientemente de que la actitud de las Farc haya sido la de no proteger, entre comillas. Es que las Farc se separaron de la UP en el 87 y mi papá era miembro de un movimiento político en el que no participaba la guerrilla

E.S.: Pero si las Farc se separó de la UP y el libro dice que la gente que tenían dentro del partido se devolvió al monte, entre otros el mismo Alfonso Cano, eso de alguna manera le está dando la razón a esa hipótesis.

J.A.G.: Quien tenía la obligación de proteger a los miembros de la UP no eran las Farc sino el Estado colombiano, que fue el que firmó unos acuerdos comprometiéndose a garantizar la vida de los integrantes de ese movimiento político.

E.S.: Aceptado, pero para el futuro, sobre la famosa discusión de la combinación de todas las formas de lucha, me parece que esa hipótesis tiene que ser discutida.

J.A.G.: Yo he leído el libro, que en inglés de llama ‘Walking Ghosts’ y en español lo cambiaron a ‘Armas y urnas’ y me llama la atención que cuando se refiere al término de ‘todas las formas de lucha’ lo pone en letra cursiva. Creo que allí lo que hay es un trabajo de edición que pretende resaltar un asunto que el autor no busca y es la idea de que la UP combinaba todas las formas de lucha. A la historia de este país le hace falta el reconocimiento de un genocidio político y le sobra mucha inculpación de responsabilidad a las Farc, tergiversación sobre el significado de la combinación de las formas de lucha y ocultamiento de la responsabilidad del Estado en ese genocidio.

E.S.: Yo fui víctima de la misma ola de violencia y de alguna manera también fui perseguido como lo fue tu papá, aunque por razones quizás menos agresivas y a mí sí me interesa que esos temas se aclaren, sobre todo si estamos buscando un futuro con una salida política al conflicto armado.

J.A.G.: Yo también quisiera que se aclararan.

E.S.: Sobre el tema de la UP, yo tuve una cercanía muy estrecha con Pepín, con Bernardo Jaramillo, con Jaime Pardo Leal y con Carlos Pizarro, que había sido mi compañero de universidad y era del M-19. De alguna manera viví todo lo que fue el proceso de confrontación que terminó con la UP. Yo comparto la tesis de que lo que hubo allí fue un exterminio sistemático a sus militantes y a toda la gente que estaba vinculada al partido. Y así lo establecieron las autoridades de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA.

J.A.G.: Todavía no. Se reconoce que hubo un exterminio sistemático pero no un genocidio político. Es algo así como decir que el hecho ocurrió pero aún no se llega a responsabilizar a nadie.

E.S.: Pero exterminio sistemático es genocidio.

J.A.G.: Exacto, pero los tratados internacionales no estipula el genocidio político. Solo hay un antecedente al respecto en una sentencia en Argentina, pero aquí no hay una responsabilidad clara aún del Estado en el asunto, ya sea por acción o por omisión. Lo que ha venido ocurriendo es que las respuestas que se han dado por parte de los diferentes gobiernos —ahora más particularmente con el de Uribe—, es que lo que hubo fue un exterminio sistemático pero la responsabilidad o la causa de eso es la combinación de las formas de lucha y el narcotráfico.

E.S.: Lo que yo hice en mi Gobierno fue abrir las puertas para que el Estado colombiano ejerciera la responsabilidad política frente a estos hechos de violencia y lo hice concretamente con la masacre de Trujillo. Se presentó una ley que le permitiera al gobierno un resarcimiento material y más allá de darnos golpes de pecho, reconocimos la responsabilidad del Estado en esos hechos. Esa teoría que se abrió con los hechos de Trujillo debe servir para que cualquier tipo de violencia, como la sucedida con la UP, pueda llevarse a una declaración de responsabilidad por parte del Estado.

J.A.G.: Eso es lo que se espera, que haya una responsabilidad clara, más allá del tema de los sicarios y de tantas especulaciones. Lo ideal es que hubiera un reconocimiento de un genocidio político que fue lo que en realidad ocurrió con la UP, el cual además tiene unas implicaciones también en términos históricos. A nosotros los jóvenes hijos de las víctimas se nos quitó un oportunidad de vida y eso cuestiona incluso el carácter de la democracia que tenemos. Por eso aquí, conversando con usted que vio los hechos desde una posición hegemónica y de poder, me parece increíble que haya aún tanta negación y tanto desconocimiento sobre la muerte de mi padre, sobre el exterminio de la UP, sobre muchos otros hechos y sobre el problema del papel del Estado en el conflicto y en la historia de la violencia en Colombia.

E.S.: Por eso son tan importantes las virtudes teologales del proceso de justicia, paz, verdad y resarcimiento. Independientemente de la ley, todos los procesos de reconstrucción de sociedad civil y del sentido de nación que se han vivido internacionalmente en los casos más dramáticos, han tenido que pasar por esas tres etapas. Y eso es un patrimonio no de los que ya estamos de salida sino de ustedes los jóvenes. Pero agrego algo más: el gran problema que tiene hoy Colombia es que estamos viviendo un pos conflicto sin que haya terminado el conflicto. Hay una cantidad de gente desplazada por la violencia, víctimas de las minas antipersonales, desmovilizadas, reinsertadas, desertores, gente a la que no se le ha diseñado una propuesta de reconciliación y a los que se está atendiendo cada uno por su lado.

J.A.G.: Yo soy de la idea de que hace falta mucha sensatez para reconocer la existencia del conflicto, y que hace falta también una claridad acerca de que la reconciliación no se logra por decreto sino que es necesario que haya garantía de derechos para las víctimas, transformaciones sociales y transformaciones de vida. Si hace veinte años se mató una opción que planteaba nuevas propuestas ¿qué pasó entonces con nuestra democracia? Y también creo que el debate hoy es que el Gobierno decidió asumir el tema de la verdad, la justicia y la reparación de una manera particular y es que frente a la comunidad internacional aparenta cumplir con unas obligaciones de las que no se puede zafar, pero lo hace bajo un modelo en el cual pueda salvar ciertas responsabilidades. Por eso, cuando se pregunta por el genocidio de la UP, siempre se trata de buscar una responsabilidad en el Partido Comunista o en las Farc ¿cuál es el momento en el que vamos a asumir la responsabilidad de quién ejecutó y planeó ese genocidio? Eso es lo que yo quisiera saber algún día.

E.S.: Y está bien que lo busques. Pero lo que te digo es que tienes que hacer un análisis amplio de todos los factores y te hablo más como víctima que como protagonista. A mí sí me interesa saber cuáles eran los factores de violencia que estaban conspirando en ese momento contra un proyecto político democrático en el cual llegamos a estar identificados con tu padre. Pero lo que falta en todo esto es el hilo conductor de la reconciliación. Aquí no hay una propuesta al respecto y, por ejemplo, esto de sentarnos los dos en el mismo sitio es muy importante, pero aquí los que no se están sentando son los actores de la violencia.

J.A.G.: Eso es cierto.

E.S.: Así de enfático era tu papá y me encanta saber que heredaste ese gen. Está bien que sigas defendiendo tus posiciones.

J.A.G.: De todas maneras, hay muchas consecuencias en el presente de lo que pasó antes y eso se refleja hoy en el país que vivimos. Porque el tema de las masacres y las desapariciones no es un tema de ayer y aún siguen sucediendo. Por eso, lo que más me cuestiona sobre la posibilidad de conversar con personas como usted es que este país se acostumbró a muchas cosas.

E.S.: Parte de la base de que cada uno tiene una óptica distinta y que cada óptica te puede dar elementos de juicios enriquecedores. En eso consiste el diálogo, que es el que no hemos sido capaces de poner en marcha en este país desde hace 30 años y por eso nos seguimos matando, porque nos vemos como enemigos por el solo hecho de ser diferentes.
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