DIVISIÓN POR LA SOBERANIA DE LA DIGNIDAD

Es generalizado el imaginario según el cual la unidad es benéfica. Causar división es considerado como perjudicial o maligno. Sin duda, quienes son los promotores de la unidad y los beneficiarios de la misma, se encargan de censurar cualquier disentimiento, desde su lugar de poder y desde sus intereses. Basta ver lo que ocurrió después de los traumáticos acontecimientos del 11S, el proyecto totalizante es demonizador y propugna por el unanimismo.


Quiénes pretenden la estabilidad a toda costa y la negación del conflicto se unen y señalan a los que disienten a sus proyectos totalizantes como responsables de la división. Esta expresión viene desde empresarios, fuerzas militares y de policía, miembros de cargos públicos que los amparan, líderes que se ufanan de representar a las bases y miembros de instituciones de distinto tipo que, por complicidad, ingenuidad o temor a develar lo existente, se unen al coro de los que censuran y juzgan al otro como “causantes de división”.

Recientemente ante la decisión de las comunidades indígenas, afrocolombianas y mestizas del Jiguamiandó de oponerse a la simulación de consulta previa adelantada por el Ministerio del Interior y la multinacional Muriel Mining Corporation, ha llovido una serie de ataques contra estas y estos habitantes ancestrales de territorios indígenas y afrodescendientes, donde se les acusa de generar división y fragmentación por estar en contra de esas lógicas dominantes que encubren la arbitrariedad, la ilegalidad y la ilegitimidad del poder empresarial que invade territorios ancestrales. División es, entonces, en esta lógica perversa, la fractura generada por un grupo que toma postura de objeción, de oposición y disentimiento, en contravía de los intereses de sectores de poder.

En la tradición judeocristiana, tal como la presentan los cuatro evangelios, la división, tan censurada por los sectores de poder y su estela de complicidades, es vista como una consecuencia inevitable de una opción al estilo de Jesús. Las comunidades de Marcos, Mateo, Lucas y Juan, que se constituyeron por la fuerza de la memoria inspiradas por la resurrección, al insertarse en un contexto sociocultural y religioso que contrariaba la lógica del reinado de Dios, del modo como lo encarnó Jesús de Nazaret, se vieron envueltas en profundas contradicciones y conflictos que les obligaron a concebirse como grupos sociales a contracorriente.

La tematización de las contradicciones que en función del anuncio del Reinado de Dios y su justicia se presentaron, les hizo recordar y predicar a Jesús como signo de contradicción y causante de división. La comunidad portadora del mensaje era enteramente conciente que aún en los núcleos sociales más cercanos, la división provocada por la concreción de los valores del Evangelio, tenía como consecuencia fracturas insalvables que podían llevar a extremos como la muerte misma. De hecho Jesús, fue víctimas de contradicciones tales que provocaron traiciones, negaciones y al final la cruz.

“Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y serán odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ese se salvará” (Mt 10, 21-22).

Al vínculo de sangre, base fundamental de articulación del núcleo familiar, se contrapone el vínculo del reinado de Dios. Por tratarse de una propuesta, no todos la aceptan y asumen, generando, necesariamente, contradicciones y fisuras a ese orden establecido por la sangre. En la estructura familiar de la época, como en el día de hoy, los roles del padre, el hermano, la hermana, la nuera, la suegra, están claramente establecidos; la introducción de una lógica de mayor equidad, que hiera las relaciones de poder existentes genera, necesariamente una fractura, pues del cabal cumplimiento de los roles establecidos, depende que el honor del padre, tal como se expresa en Mateo 10, 34-36 “No piensen que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él”

En la comunidad de Juan, hacia los años 90, esta condición de la afirmación de los principios del Evangelio, encarnada por los seguidores de Jesús, los llevó a comprender que vivían en una lógica de lo que se conoce como “mundo” en el que la vida social se constituye por valores distintos a los de del Evangelio. Lo que se trata es de contraponer la práctica de la vida aunque se habite en un “mundo” donde impera la muerte, lo mayoritariamente impuesto, las relaciones de poder mediadas por una institucionalidad que excluye y subyuga.

“Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, por que no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo” Jn17, 14-15.

Esta Palabra sigue viva a través de la historia y son cientos los hombres y mujeres que afincados en sus convicciones humanistas o religiosas han afirmado la dignidad humana, convirtiéndose también en signos de contradicción cuando han desarrollado prácticas consecuentes a sus convicciones. Cómo Jesús, han sellado su paso por el planeta con una muerte provocada por los dueños del poder, que antes de perpetrar el crimen probaron con fuertes campañas de desprestigio para intentar minar la fuerza de su palabra profética. Un caso entre tantos es el de Monseñor Romero, víctima, también de quienes en El Salvador de la década del 80, le responsabilizaban de causar la polarización de la sociedad.

“Quienes creen que mi predicación es política, que provoca la violencia como si yo fuera el causante de todos los males en la república, olvidan que la palabra de la Iglesia no está inventando los males que ya existen en el mundo, sino iluminándolos. La luz ilumina lo que existe, no lo crea. El gran mal ya existe y la palabra de Dios quiere deshacer esos males, y los señala como una denuncia necesaria para que los hombres vuelvan a los buenos caminos” Mons. Romero Homilía 16 de marzo de 1980.

Son las mismas expresiones que el establecimiento minado de corrupción, de perversión de destrucción de seres humanos y del planeta, las mismas expresadas contra Don Samuel Ruiz, Pedro Casaldaliga, Jhon Sobrino, Juan Luis Segundo, González Faus, o las manidas contra organizaciones de base, ambientalistas, femeninas, de derechos humanos y de otro tipo que objetan y construyen otra realidad distinta a lo existente.

La lógica de los evangelios no es la de las masas. Se propone siempre como fermento en ella, como un grano de mostaza, pequeño, picante, molesto y peligroso, que si se le deja puede hasta invadir la huerta. En ese sentido es también propuesta para las y los que lo quieran asumir.