Carta de Rodrigo Londoño Echeverry al partido FARC

Finalizada la Décima Conferencia, en Brisas del Diamante, sabanas del Yarí, el 23 de septiembre de 2016, Iván Márquez leyó ante innumerables medios de comunicación, nacionales e internacionales, la Declaración Política aprobada en forma unánime en el evento. Este es solo un aparte de ella, aunque invito a repasarla en su integridad:

Luego de una muy juiciosa discusión sobre los Acuerdos de La Habana, Cuba, Territorio de Paz, celebrado entre las FARC-EP y el Gobierno de Colombia, para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, la Conferencia, nuestra máxima instancia de decisión, ha determinado aprobarlo en su totalidad e instruir a todas las estructuras de bloques y de frentes, a nuestros mandos, guerrillerada, milicianos y a toda nuestra militancia fariana, que éste sea acogido y respetado. Hemos refrendado así nuestro compromiso irrestricto con el cumplimiento de todo lo que se ha convenido. Asimismo, esperamos que el Gobierno actúe con la debida correspondencia.

Hago este ligero repaso de nuestra línea, como consecuencia de la reciente carta de Iván Márquez a los ETCR, en la que en nombre de comandantes del antiguo Estado Mayor Central de las FARC, y comandantes de frentes y columnas, impactados por la traición del Estado al Acuerdo de Paz de La Habana, reitera que fue un grave error haber entregado las armas a un Estado tramposo, y una ingenuidad haber desatendido las advertencias de Manuel Marulanda en el sentido de que las armas eran la única garantía de cumplimiento de los acuerdos.

Siempre dijimos en las FARC-EP que las más trascendentales decisiones en torno a nuestra línea estratégica debían tener un origen democrático. Si acertábamos o si errábamos, la decisión era de todos, y todos en conjunto debíamos asumirla. Por unanimidad, los delegados de todas las estructuras farianas a la Décima Conferencia aprobamos los Acuerdos de La Habana. Que un pequeño grupo de antiguos mandos de la organización afirme ahora que fue una equivocación cumplir nuestra palabra, solo significa que ellos, individualmente, se apartan de las grandes decisiones adoptadas por el colectivo.

Tengo la impresión de que algunos camaradas que formaron o aún que forman parte de nuestro partido, olvidan el carácter de la lucha de clases. Esta es una constante, que se manifiesta en una u otra forma según las condiciones históricas, sociales, políticas y culturales. No desaparece en ningún momento, a lo sumo cambia, muta, adopta una u otra apariencia. Los Acuerdos de La Habana no pusieron fin, ni podían poner fin, al conflicto económico, social y político que padece a Colombia.

Posibilitan en cambio el despertar de la conciencia y la movilización social y política del pueblo colombiano. Por la democratización de la vida nacional, por la solución efectiva a sus más graves problemas, entre ellos el de la violencia política, la persecución a la oposición y la inconformidad. Colombia no iba a cambiar de un día para otro con la firma.

Acuerdo, aunque muchas cosas nuevas comenzaran a surgir. Pero podía encaminarse, si se apoyaba el cumplimiento de lo acordado, si se conseguía que cada vez más y más colombianos se sumaran a la lucha por su implementación efectiva, a producir profundas transformaciones en la vida nacional, en el camino a la justicia social y la paz real.

Suscrita y cumplida la dejación de armas, no se trataba de sentarnos a lamentar con nostalgia los días de la guerra, sino de ponernos en movimiento general para dar a conocer a todos los colombianos y colombianas el sentido y los alcances del Acuerdo. Nuestro partido nació con el propósito de tender lazos y puentes con todos los sectores de la vida nacional, a fin de ganar simpatías, solidaridad y unidad de propósito hacia la creación de un nuevo país. Los planes de combate y el enfrentamiento quedaban atrás para siempre. Nuestra tarea sería sumar y multiplicar, nunca restar y dividir.

Que no es fácil, debería saberlo cualquiera que se llame revolucionario o demócrata. Y mucho más en Colombia, donde existen tantos intereses enemistados con la paz. Sin el apoyo de la gente, de las masas, de la inmensa mayoría de la población, cualquier cambio en bien del país es imposible. Por eso es necesario trabajarlo con toda el alma.

Eso es la única garantía efectiva para obtener el cumplimiento del Estado. Lo demás es la guerra infinita, la destrucción interminable de vidas en su mayoría del mismo pueblo, mientras el poder sigue intacto en manos de una clase que se alimenta de la confrontación. Todo tiene su momento y su contexto. La guerra de más de medio siglo en Colombia tenía que terminar. El fin real del conflicto será el triunfo democrático de las grandes mayorías que anhelan la paz y la justicia social en un marco de respeto y tolerancia.

Un acuerdo de paz es resultado de la correlación de fuerzas existentes en un momento histórico dado. Una vez firmado, ninguna de las dos partes puede tratar de cambiarlo para conseguir sobre la marcha lo que no pudo obtener en la mesa de conversaciones. Lo que corresponde es su implementación total, sin modificarle una coma.

A nuestro partido lo anima la certeza de que la implementación de lo acordado en La Habana, nos va a permitir reconciliarnos y sacar a Colombia de los senderos de la guerra fratricida. Nuestra gran tarea consiste en arrinconar los sectores que quieren volver atrás la rueda de la historia. Hoy por hoy estamos convencidos de que no vamos a lograrlo empuñando un arma, sino valiéndonos del poder de la palabra, tal como nos comprometimos en la ciudad de Cartagena. La fuerza de nuestra argumentación debe ser capaz de sensibilizar a la mayoría de colombianos. Ese es nuestro verdadero reto.

Debemos tener confianza en la calidad humana de nuestros compatriotas, en la calidad humana de esa comunidad internacional que hoy cierra filas en torno al respeto de la palabra comprometida en los Acuerdos. También en nuestra propia calidad humana. Si durante la confrontación fuimos capaces de convencer a miles de mujeres y hombres que nos acompañaban hasta el extremo de dar la vida por nuestra causa, ahora, en función de esta nueva utopía de la paz con justicia social, que alcanzamos a olfatear en el horizonte, que aún con todas sus imperfecciones y amarguras hemos comenzado ariciar, seremos capaces de convencer a las inmensa mayorías de la nación acerca de las bondades de la paz y los efectos nefastos del odio y la venganza.

En coyunturas históricas tan definitivas como las que vivimos, no podemos darnos el lujo de vacilar en cuanto a la corrección de nuestro rumbo. Caerán estigmas sobre nosotros, calumnias, toda clase de infamias. De uno y otro lado. Pero nada debe hacernos cambiar nuestra decisión. Porque nació tras una guerra de 53 años, y porque fue el sufrimiento personal, y sobre todo el del pueblo colombiano, el que tras una heroica resistencia consiguió tejer el Acuerdo de Paz. Por eso estamos seguros de que no podrán burlarlo.

Transitamos por aguas turbulentas, pero seguros de llegar a buen puerto. Algunos, asustados por la fuerza de la corriente, se han arrojado con chalecos salvavidas al agua, dejándonos sin su ayuda para remar hacia la paz que soñamos. No por eso la mayoría dejaremos de persistir.

Durante la confrontación libramos una doble batalla, contra nuestro adversario en armas, y por ganar la mente y el corazón de la población. Hay que reconocer que en buena medida, a lo largo de los años, fuimos perdiendo la segunda. En parte por una muy buena estrategia comunicacional diseñada desde el poder, que al tiempo que nos convirtió en monstruos, nos aisló de la gente y nos impidió argumentar de manera oportuna.

Claro, también cometimos errores. Los desarrollos del proceso y del Acuerdo de Paz nos han permitido comprender que de nuestro lado sí hubo hechos reprobables en la confrontación, que dieron base a nuestros adversarios para crucificarnos con su campaña mediática. Del mismo modo, este proceso nos ha permitido neutralizar esa andanada de mala prensa, hemos logrado que mucha gente que antes nos odiaba, nos acompañe hoy en la búsqueda de la reconciliación y la paz. Y que cada día se nos unan más colombianos.

Eso gracias a que fuimos consecuentes con lo prometido en el Acuerdo Final. Colombia y el mundo entero pueden certificar, que todos los compromisos adquiridos al firmar la paz los cumplimos al pie de la letra. Ha sido eso lo que nos ha permitido recuperar aquello que tanto recomendaba Fidel Castro conservar a los revolucionarios, la autoridad moral.

Al dirigirse Iván Márquez al conjunto de nuestra gente agrupada en los ETCR, se refiere a la necesidad de reiterar autocríticamente que nos equivocamos al dejar las armas. Creo que si vamos a hablar de autocríticas, la primera que debía emanar de su parte es la de haber abandonado la responsabilidad que le otorgó nuestro partido, y en la que confió el país y la comunidad internacional. Desafortunadamente Iván no percibió la dimensión del puesto que nuestra larga lucha lo llevó a ocupar. Se fue, sin ningún tipo de explicación, y se negó a ocupar su curul en el senado, dejando acéfala nuestra representación parlamentaria en el momento que más requería su presencia.

Es cierto que nuestro partido y los Acuerdos de Paz pasan por momentos difíciles. Como los que pasa Santrich y que ocupan buena parte de su carta a los ETCR. Con la presencia parlamentaria de Iván Márquez, es probable que esa situación fuera menos dura. Como lo hubiera sido, de no existir esa extraña y peligrosa relación con su sobrino Marlon Marín. 

No podemos echar a perder lo ganado hasta hoy, por compleja que pueda ser la tarea que nos resta. Tenemos que conseguir el respaldo de millones y millones de colombianos y colombianas al Acuerdo de Paz. Eso es muchísimo más importante que obtener el aplauso de un puñado de cabezas calientes, que anuncian la caída inmediata del imperialismo norteamericano y el triunfo inminente de la revolución socialista mundial.

La meta para nuestro partido es la paz con justicia social y democracia para Colombia, y en eso es que estamos absolutamente comprometidos.

Actitudes y comportamientos como los adoptados por Iván Márquez y quienes lo siguen, apuntan a pisotear eso que para los revolucionarios, incluso para cualquier ser humano que tenga un elevado sentido de su integridad, es algo sagrado. La autoridad moral del partido. En esas condiciones, con hondo pesar, debo reconocer la necesidad de marcar distancias con ellos. Somos un partido para la paz, nunca seremos un partido para la guerra. 

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Imagen: Zona Cero