‘Cambio’ radical

El periodismo que investiga, que hace preguntas y no se somete, es una amenaza para el Estado de Opinión que nos quieren imponer


Quien sepa de política y conozca la ambición de poder de Juan Manuel Santos sabe que esa pos de ferviente partidario de la re-reelección del presidente Uribe con que reapareció esta semana en Palacio es una farsa mediática y que en la penumbra de las mesas de póquer, que es donde él realmente se siente a gusto, debe estar cruzando los dedos para que la Corte Constitucional acoja la ponencia negativa presentada por el magistrado Sierra Porto. Pero no sólo está mintiendo Juan Manuel Santos. También lo hace su hermano Luis Fernando, cuando en representación de El Tiempo, sale a decir a los medios que el cierre de la revista Cambio se debió a que el semanario estaba dando pérdidas. Y que como ellos no eran ninguna hermanita de la caridad, habían tenido que tomar esa difícil decisión con la cabeza y no con el corazón.

Quienes trabajamos en los medios de comunicación sabemos que las razones que pesaron no fueron no sólo las económicas y que el cierre de Cambio tuvo que ver más con los callos que pisaron sus investigaciones periodísticas y sus denuncias que con la falta de pauta. Y que la salida estrepitosa de Rodrigo Pardo y de María Elvira Samper de la planta de El Tiempo tuvo que ver con el hecho de que se trataba de dos plumas independientes y serias que no se ajustaban a los nuevos estándares de periodismo impuestos por el Grupo Planeta, más interesado en darles gusto a las audiencias –“oír la voz del pueblo” se diría desde el estado de opinión– que en ejercer un periodismo basado en la búsqueda de la verdad.

Lo único cierto en medio de tantas mentiras es que el periodismo independiente que se hizo desde la revista Cambio nunca les gustó ni a los Santos ni a los españoles. Juan Manuel llegó a tildar a la revista de “idiota útil de las Farc”, por cuenta de una carátula en la que la Fundación Arco Iris hacía un balance crítico sobre la seguridad democrática. José Obdulio Gaviria, cuya cercanía con Uribe es hoy tan estrecha como la que tiene con el Grupo Planeta, tenía desde hace rato entre ojos la labor periodística que ejercía Rodrigo Pardo como director de Cambio. En sus columnas, que yo leo como si fueran una bola de cristal porque nos predicen desde lo que va a ocurrir en el seno del uribismo hasta cuál va a ser el próximo periodista o columnista que va a salir del periódico como pepa de guama, José Obdulio había graduado al director de Cambio como jefe de la Bigornia –que, dicho en lenguaje coloquial, vendría a ser como el jefe de la cuadrilla de facinerosos–; una entelequia que él se inventó para tratar de desvirtuar los pocos medios que en este país todavía dedican sus esfuerzos a investigar y a exponer los abusos de poder que se cometen.

Hoy José Obdulio debe estar frotándose las manos, contento de su triunfo y satisfecho de haber podido entregarles en bandeja de plata la cabeza del jefe de la bigornia a sus superiores. Al igual que lo debe estar Juan Manuel Santos, quien ya no va a tener el pereque de lidiar con una revista que nunca se dejó intimidar por su nombre ni por su apellido, investigando si los falsos positivos fueron o no una política sistemática, o destapando nuevos episodios de escándalos como el de Agro Ingreso Seguro; una denuncia que tiene en aprietos a su pupilo Andrés Felipe Arias, con quien Juan Manuel Santos anda tramando la toma del Partido Conservador por vías non sanctas.

Otros que deben estar de plácemes con el cierre de Cambio son los españoles dueños de El Tiempo. Queda claro que a ellos no les interesa que sus medios anden hurgando por ahí como roedores buscando escándalos debajo de las piedras cuando está de por medio su aspiración de ser el adjudicatario del tercer canal. Queda claro también que el periodismo que ellos quieren imponer es el que piden las audiencias. Hace tres años, en una entrevista que concedió a El Tiempo José Manuel Lara, dueño del Grupo Planeta, dejó muy claro que su concepto de periodismo era lo más parecido al Estado de opinión de Uribe: “Hoy el editor es aquel que va a preguntarle a la gente que quiere leer y después busca al especialista serio que lo haga”, dijo en esa oportunidad. En otras palabras, que el periodista debe escribir sobre lo que el pueblo quiere oír y no sobre los hechos que se producen.

Mientras todos ellos festejan su victoria, el periodismo y la democracia colombiana reciben uno de los golpes más duros en su historia reciente. Con el cierre de Cambio no sólo se acalla una voz que estaba desnudando verdades que han empezado a minar la popularidad del presidente Uribe. También se pone de presente que el periodismo que investiga, que hace preguntas y que no se somete a escribir lo que quieren las audiencias es una amenaza para el Estado de opinión que nos quieren imponer. Muchos dirán que eso no es censura, ¿será que es autocensura?