Bush, un pintor feliz

ALLÍ ESTÁ: EL PRESIDENTE NÚMEro 43 de EE.UU., George W. Bush, posando junto a sus obras de arte. En la foto, el exmandatario viste un delantal de pintor y muestra sus más recientes obras maestras: una naturaleza muerta con uvas, perritos en diferentes posturas, una sandía, una pareja jugando golf, un caballo pinto, un atardecer y un camino que se pierde en un bosque otoñal.

Lo más asombroso, sin embargo, no es la pésima calidad estética de los cuadros, lo cual era previsible, sino la pose del expresidente: sonriente y feliz, orgulloso de su arte, y, ante todo, absolutamente tranquilo, sin una preocupación en el horizonte, y no arrinconado, como debería ser si hubiera justicia en estos temas, por la Corte Penal Internacional, acusado de homicidio, pillaje y crímenes de guerra.

En efecto, ahora que se cumplen diez años de la costosa, absurda, sangrienta e innecesaria guerra en Irak, lo que resulta inaudito es que el responsable de esa injustificada invasión, que costó la módica suma de unos US$2 trillones, y que produjo la muerte de 4.500 soldados norteamericanos, más de 100.000 iraquíes (según la cifra oficial: seguro el número real es mucho mayor), y miles de heridos y mutilados de ambos lados del conflicto, no tenga que asumir ninguna consecuencia jurídica.

Nadie pudo explicar nunca la lógica y justificación detrás de la guerra. Bush y sus ministros manipularon el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 para declararle la guerra a Sadam Husein, amparados en el argumento totalmente fabricado de la amenaza de un arsenal de armas de destrucción masiva que no existía. El resultado fue el mayor déficit en la historia de EE.UU., su desprestigio mundial (y más después del escándalo de las torturas que ocurrieron en la cárcel de Abu Ghraib), y la creación de un régimen político en Bagdad que, como señaló el editorial del New York Times, hoy es más cercano a Teherán que a Washington.

Muchos factores llevaron a la mayor potencia del mundo a cometer un error de consecuencias incalculables. No sólo los organismos de inteligencia con su información errada y motivada por la ambición, la codicia y la política, más la ignorancia de Bush, la perfidia de Cheney y los intereses económicos de las empresas multinacionales, sino la prensa que se tragó la mentiras oficiales sin filtrarlas o sopesarlas con base en los hechos, y aceptando el chantaje moral del Gobierno: la persona o el medio que criticara las decisiones de la Casa Blanca era un traidor a la patria. Es increíble pensar que la prensa de EE.UU., famosa en el mundo por su rigor e independencia, que se opuso a las mentiras y atajó los crímenes de Nixon, se haya dejado manipular de esa forma tan burda por alguien tan mediocre como George W. Bush.

Para rematar, el caso del veterano de guerra Tomas Young sirve para ilustrar el tamaño de esta tragedia. Young ingresó en el ejército y sufrió una herida de gravedad en un ataque en Irak. Hoy en día está agonizando, y ha dedicado sus últimos alientos para escribirle una carta a Bush y a Cheney: los llama cobardes por evitar el servicio militar, criminales por declarar una guerra atroz y absurda, y además los acusa de genocidio y saqueo. Palabras finales. Palabras justas. Lástima que el nuevo pintor de perritos jamás las leerá.

http://www.elespectador.com/opinion/columna-413044-bush-un-pintor-feliz