Buscar la paz: imperativo moral

El jueves visité el Batallón de Sanidad. Decenas de jovencitos mutilados. Sumidos en el estupor. O rodeados de su familia, con la esperanza de emprender una nueva vida en medio de limitaciones sobrehumanas. Pero no solo ellos: hay miles de víctimas civiles, sobre todo indígenas y niños.

La primera reacción es de indignación y repudio. Por eso, entiendo que muchos colombianos crean que no hay que dialogar con las Farc. Es una postura legítima. Pero también somos millones los que, aun en medio de dolor, creemos que sí existe, como creo que existe, una oportunidad de parar esta tragedia mediante acuerdos, el imperativo moral es agotar al máximo las posibilidades del diálogo.

Digo que es respetable que haya colombianos que estén afincados en el castigo. Pero digo, también, que no es respetable que en defensa de ese principio acudan a la propaganda negra, al truco de atribuirle al Gobierno y su delegación en Cuba intenciones que no tiene, a fabricar una fábula de imaginarios acuerdos bajo la mesa. La mejor respuesta es esta: nuestro trabajo en La Habana será sometido a un proceso de refrendación por parte del cuerpo ciudadano. Es la ciudadanía la que resuelve, no los delegados del Gobierno. ¿Habrá algo más alejado de esa idea siniestra de negociar a espaldas del país?

Ahora bien, los que optamos por la búsqueda de la paz lo que hacemos es no convertir el repudio y la indignación en la estación final de este camino de tragedia, sino sobreponernos y dar un paso más: entender que si hay forma de anticipar la paz, de segar este río de sangre, hay que hacerlo sin vacilación, en la medida en que, claro está, el precio de la paz no desborde los elementos centrales de dignidad humana y los fundamentos del Estado democrático de derecho. Y hacerlo pensando en las víctimas. El vellocino de oro es la decisión de los mercaderes de violencia, todos ellos, de dar la cara a sus víctimas, reparar, proclamar la verdad, mostrar su arrepentimiento.

No puede ocurrir que por hacer la paz con la guerrilla se desate una guerra entre quienes hacemos nuestra vida sin el uso de las armas. La discusión es válida. Pero una discusión que no inhabilite la decisión limpiamente democrática sobre el camino que se debe seguir. No es imposible que en estos momentos el desafío mayor no esté en las posibilidades de lograr acuerdos, sino en la unidad en medio de la divergencia de este lado de la mesa.

Por esa razón, cuando el presidente Santos me confió esta responsabilidad, eché mano de diversas convicciones para aceptar: la oportunidad clara de lograr la terminación definitiva del conflicto; la estructura de un proceso que no se basa en una especie de refundación del país con un grupo en armas, sino que, por el contrario, exige la terminación del conflicto para comenzar la tarea de la implantación de una paz estable, con todos, sin exclusiones, donde la guerrilla no sea el prefecto armado de disciplina del papel del Estado, sino una parte del ejercicio ciudadano, con las demás fuerzas sociales y políticas, con plenas garantías para el ejercicio democrático. Y tercero, saber que el propósito de la lucha es la paz. Que la guerra no es un fin en sí mismo.

Por todo esto, con el Gobierno, con todos, vamos a marchar el 9 de abril por la paz. La marcha es de todos. No tiene dueño distinto a su propósito de paz. Ese día, el 9 de abril, con la mirada puesta en las víctimas, todos los colombianos debemos imaginar cómo sería un día sin conflicto armado. Es una sensación que ningún colombiano vivo ha experimentado. Ese puede ser el comienzo del gran salto.

Humberto de la Calle Lombana
Jefe del equipo negociador del Gobierno en La Habana