Burkinis, homofobia y amaestramiento

Nos sumimos en la superficialidad tal vez porque da réditos, porque, en el caso de los medios de información, les sube la sintonía, la lecturabilidad, las ventas, y estos, a su vez, con contenidos desechables, nos aumentan la bobada.


Y nos ponen a babear con cerebro seco y los genitales dispuestos al combate.

Así que es más sencillo disparar datos, chismes y consejas sobre una ministra lesbiana, que para el caso es lo de menos, que estar atentos a las políticas educativas, a las privatizaciones de la universidad pública, a la situación no tan fascinadora ni cómoda de los profesores. Al modelo neoliberal que en la educación también ha hecho trizas el conocimiento para darle solo importancia a los rubros que produzcan plusvalías.

Y en este ámbito, el cuento de la ministra de Educación, sobre la cual se armó un maremoto de escándalo en torno a cuadernillos inexistentes, a cómics sustraídos de otros lares, a que los niños de Colombia estaban en peligro de tornarse mariquitas, y que los mariquitas no tenían derecho a estudiar en ningún lado porque, según la godarria, puede ser la homosexualidad contagiosa, qué cosa; se va montando una mascarada que cuando se requieran hacer críticas de fondo, cuestionamientos de verdad a la ministra y a sus políticas educativas se dirá que se trata de homofobia.

Nos volvieron amantes más de la forma que del fondo. Y más atentos a los fenómenos que a las esencias. Nos amaestraron a punta de frivolidades mal confeccionadas, de farandulería vulgar; nos chabacanizaron el gusto a punta de tontadas que las muestran (insisto, en los grandes medios de información) como si fueran el súmmum de la inteligencia. Nos aplacaron la crítica y nos dispusieron a tragar entero, sin importar indigestiones y diarreas físicas y mentales.

Veamos no más que el deporte, otro renglón de la cultura de los pueblos vuelto, además de negocio de gordo lucro, una pasarela, ahora trata de lo “pispo” (como decían las tías y matronas antioqueñas) de un atleta, lo bien parecido de un futbolista o el “cuerpazo” de una bicicrosista. Se esconden los contextos, se opaca la historia, se nubla el esfuerzo, casi siempre de carácter personal, y por lo común con una ausencia pronunciada del Estado, en los logros de los deportistas.

Hace años, llegó a un equipo de fútbol un arquero argentino (bien lo hubieran podido bautizar como “tanga”) que más parecía un galán de cine o un modelo de marca, y desde donde le tiraban le hacían gol, pero era un atractivo para que las mujeres fueran al estadio. La prensa, me parece, habló entonces de sus deficiencias como deportista, sin hacer ningún hincapié en sus atractivos corporales, como se estila hoy, en que las páginas y espacios deportivos (pura farándula de pacotilla, en su mayoría) se abren a los peinados, looks, tatuajes y pintas de los futbolistas, sobre todo.

Algunos de los medallistas olímpicos colombianos tienen una historia vinculada a las desventuras y desafueros del conflicto armado, víctimas del desplazamiento forzado, o crecidos en medio de las carencias. Se volvieron ejemplos de disciplina, constancia, superación, aunque los registros de sus proezas se quedan en los medios en bullanguería y descontextualizaciones.

Ah, y volviendo al caso de la Mineducación, a sus inquisidores y demás fauna, se pareció el sonado evento de los manuales a los burkinis de musulmanas en playas europeas, que nunca existieron, y que condujeron al alcalde de Cannes a prohibirlo “porque manifiesta de manera ostentosa una pertenencia religiosa”. Los reporteros no encontraron a ninguna musulmana con su atuendo, que poco deja ver sus encantos, y sí a las tradicionales muchachas y señoras en topless.

Así que, con los modos de irnos domeñando la capacidad de protesta, también se nos ha ido marchitando la concepción del tiempo genealógico, del tiempo cósmico, del tiempo del encuentro consigo mismo, porque, hoy, la civilización tiene que ver con los tiempos virtuales, con las máquinas de esa estirpe (teléfonos, pantallas, radios, televisores…) que, al decir de un filósofo francés, nos producen un tiempo muerto y nos matan el “tiempo nihilista”, que es el que permite pensar que el mundo ha caído en el reino de la superficialidad y otras mentiras.

El ejercicio de lo liviano, en el que caben todas las vanidades, en efecto da ganancias a unos sectores de la sociedad. Sobre todo a los que, desde el poder, manipulan el mundo y lo moldean para que todo continúe como debe ser, según los cánones del amaestramiento y la mansedumbre.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/burkinis-homofobia-y-amaestramiento