Bienvenido el matrimonio homosexual

El senado argentino aprobó el 15 de julio el proyecto de ley que permite a las parejas del mismo sexo casarse con igualdad de condiciones que las parejas que cumplen con la tradicional fórmula “marido y mujer”.

Después de tres meses de discusión en comisión y de tres años de campaña de la comunidad LGBT, Argentina se convirtió en el primer país que en Latinoamérica formaliza y legaliza algo que ya todos sabemos: las familias diversas son algo que existe hoy y va a seguir existiendo, se voten o no leyes de matrimonio igualitario. Para una muestra de su realidad, y a sólo unos días de su aprobación, cientos de parejas homosexuales solicitaron turnos para contraer matrimonio en ese país. Parejas que —cabe recordar— por años se vieron obligadas a renunciar al beneficio del derecho fundamental de la igualdad.

En efecto, como insistió el senador argentino Daniel Filmus, lo que los parlamentarios discutieron hasta la madrugada de aquel memorable jueves de julio fue el modelo de sociedad en el que quieren vivir. Y, finalmente, con 33 votos a favor, 27 en contra y tres abstenciones, Argentina decidió vivir en una sociedad capaz de aceptar las diferencias. Gran triunfo, sin duda, que poco o nada pudo opacar la “guerra de Dios” desatada por la Iglesia católica, que en voz del arzobispo de Santiago, cardenal Francisco Javier Errázuriz, sostuvo: “Puede ser que dos personas, dos varones o dos mujeres, quieran vivir juntos y compartir la vida, pero llamar a eso matrimonio es una aberración”.

Están, por supuesto, los miembros de la Iglesia en su derecho de disentir con respeto a la legalización del matrimonio homosexual. Pero tildar la diferencia de enfermedad es descalificar y degradar a aquellos que también viven, como todos los demás, bajo la normatividad del Estado. Desconocer la igualdad de derechos es, en todos los casos, propiciar prácticas discriminatorias y dañinas que resultan, incluso sin quererlo, en los más absurdos maltratos. Diez años no han sido suficientes para olvidar los avisos que aparecieron en Salvador Bahía, Brasil, con propósito de una campaña de limpieza social. “Mantén limpia la Bahía: mata a un marica por día”, se leía por toda la ciudad.

La legalización del matrimonio homosexual es un gran paso para generar una sociedad proclive a la inclusión y a la valoración de la diversidad. Un paso que, además de proteger, visibiliza, y al hacerlo, ayuda a liberar el estigma con que han cargado hasta ahora las parejas del mismo sexo. Aprender a respetar es también aprender a ver. A entender que no hay nada de enfermo en la diferencia.

No hace mucho, los hijos con discapacidades eran escondidos en los sótanos porque chocaban a la vista. Sus familias se avergonzaban de ellos. Un castigo divino, decían. Hoy, esa misma historia prejuiciosa y ridícula la sufren los homosexuales. Cuando se les permite que vivan, se les exige que lo hagan a escondidas, en el clóset, como se dice.

Argentina ya le dijo no a la ciudadanía de segunda categoría. Elevó a todos al mismo rango y repartió los derechos que bien se les debían. En medio del debate, Fulvio Rossi, senador socialista chileno, anunció que presentará una propuesta para legalizar en Chile el matrimonio entre personas del mismo sexo. Y, si las cosas salen como se espera, prontamente la región entera aceptará que tiene una gran deuda con una minoría históricamente discriminada. Si los heterosexuales se pueden casar, los homosexuales se pueden casar, en una democracia laica trasparente.

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