Asamblea general de las Naciones Unidas

Días antes de la elección de Barak Obama como presidente de los Estados Unidos, Francois Houtart, convocado por Naciones Unidas al seno de esta Asamblea en New York, donde se discutía el tema de la Crisis Financiera. En su presentación, el sacerdote belga, director del Cetri, miembro del Tribunal Permanente de los Pueblos, de la Comisión Ética de la Verdad en Colombia, presentó un breve análisis de la actual situación de la mundialización y sus graves consecuencias que no son solo bancarias, sino humanas, sociales y ambientales.


La presentación retoma la Constataciones y las Convicciones de su autor, que son compartidas por la mayoría de los habitantes del planeta y llama a la Utopía, a la realización de transformaciones posibles, las que pueden empezar ya a desarrollarse.

Una propuesta iluminadora ante las expectativas, desbordadas de esperanza, que se guardan con el nuevo presidente de los Estados Unidos, que ojala fueran por él retomadas, una llamada a la sensatez humana, una apelación ética y un reconocimiento a las expresiones sociales y locales de las resistencias en el mundo.

ASAMBLEA GENERAL DE LAS NACIONES UNIDAS
PANEL SOBRE LA CRISIS FINANCIERA
François Houtart
30 de octubre de 2008

Señora y señores delegados, queridos amigos.

El mundo requiere alternativas y no solo regulaciones. No es suficiente rehabilitar un sistema, se trata de transformarlo. Es un deber moral y para comprenderlo, adoptar el punto de vista de las víctimas, permite a la vez hacer una constatación y expresar una convicción; la constatación que en conjunto las crisis, financiera, alimentaria, energética, hídrica, climática, social, provienen de una causa común, y la convicción de que podemos transformar el curso de la historia.

La constatación

Cuando 850 millones de seres humanos viven debajo de la línea de pobreza y que su número aumenta, cuando cada 24 horas decenas de millares de personas mueren de hambre, cuando desaparecen día tras día etnias, modos de vida, culturas, poniendo el patrimonio de la humanidad en peligro, cuando el clima se deteriora y que surge la pregunta si vale la pena vivir en Nueva Orleans, en El Salvador, en Sahel, en las Islas del Pacífico, en Asia Central y en la orilla de los océanos, no se puede contentar con hablar solo de crisis financiera.

Las consecuencias sociales de esta crisis se sienten ya más allá de las fronteras de su propio origen: desempleo, vida costosa, exclusión de los más pobres, vulnerabilidad de las clases medias y ampliación, con el tiempo, del listado de las víctimas. Seamos claros, no se trata solamente de un accidente en el recorrido o de un abuso cometido por algunos actores económicos que requieren ser sancionados, estamos confrontados a una lógica que atraviesa toda la historia económica de los últimos dos siglos. De crisis a regulaciones, de desregulaciones a crisis, el desenvolmiento de los hechos responde siempre a la presión de las tasas de ganancia: en aumento se desregula, en disminución se regula, pero siempre a favor de la acumulación del capital, ella definida como motor del crecimiento. Lo que se vive hoy en día no es entonces nuevo. No es la primera crisis del sistema financiero y algunos dicen que no será la última.

Sin embargo, la burbuja financiera creada durante los últimos decenios, gracias, entre otros, al desarrollo de nuevas tecnologías de información y de comunicaciones, ha sobredimensionado todos los datos del problema. La economía se ha vuelto cada vez más virtual y las diferencias de ingresos han aumentado exageradamente. Para acelerar las tasas de ganancia, una arquitectura compleja de productos derivados ha sido puesta en marcha y la especulación se ha instalado como un modo de operación del sistema económico. Y lo nuevo es que todos los desequilibrios que se viven hoy mundialmente convergen en una misma lógica.

La crisis alimentaria es un ejemplo de eso. El aumento de los precios no fue en primer lugar el fruto de la disminución de la producción, sino más bien el resultado de una combinación entre la disminución de los stock, las maniobras especulativas y la extensión de la producción de agrocarburantes. La vida de las personas humanas ha sido entonces sometida por la obtención de ganancias. Las cifras de la bolsa de Chicago así lo ilustran.

Por su parte, la crisis energética va mucho más allá de la explosión coyuntural de los precios del petróleo. Esta señala el fin del ciclo de la energía fósil barata (petróleo y gas), pues su mantenimiento a un precio inferior provocó una utilización inconsiderada de energía, a favor de un modo de crecimiento acelerado, que permitió una rápida acumulación de capital a corto y mediano plazo. La sobreexplotación de los recursos naturales y la liberalización de los intercambios, especialmente desde los años 70, multiplicó el transporte de las mercancías y fomentó los medios de movilidad individual, sin considerar las consecuencias climáticas y sociales. La utilización de derivados del petróleo como fertilizantes y pesticidas se generalizó en el marco de una agricultura productivista. El modo de vida de las clases superiores y medias se construyó sobre el derroche energético. En esta área también, el valor de intercambio se privilegió sobre el valor de uso.

Hoy, ante esta crisis que amenaza con perjudicar seriamente la acumulación del capital, aparece la urgencia de buscar soluciones. Sin embargo, según esa perspectiva, estas deben respetar la lógica de base: mantener el nivel de tasas de ganancias, sin tomar en cuenta las externalidades, lo que no entra en el cálculo del capital y que debe ser soportado por las colectividades e individuos. Es el caso de los agrocarburantes y sus consecuencias ecológicas: destrucción por el monocultivo de la biodiversidad, de los suelos y de las aguas subterráneas, y sus consecuencias sociales: expulsión de millones de campesinos que van a poblar los cinturones de miseria de las ciudades y a empeorar la presión migratoria.

La crisis climática, de la cual la opinión pública mundial no ha tomado conciencia en toda su gravedad, es según el GIEC (Grupo Internacional de Expertos del Clima), resultado de la actividad humana. Nicolas Stern, antiguo colaborador del Banco Mundial, no vacila en decir que: “los cambios climáticos son el mayor fracaso de la historia de la economía de mercado”. En efecto, aquí como en la situación anterior, la lógica del capital no conoce “las externalidades”, menos cuando estas empiezan a reducir las tasas de ganancia.

La era neoliberal que hizo crecer las tasas de ganancias, incidió igualmente en el incremento de la emisión de gases de efecto invernadero y del calentamiento climático. Tanto el incremento de la utilización de materias primas y del uso de los transportes, como la desregulación de las medidas de protección del ambiente, aumentaron las devastaciones climáticas y disminuyeron el potencial de regeneración de la naturaleza. Si nada se hace en un futuro cercano, entre el 20% y el 30% de todas las especies vivas podrían desaparecer en el próximo cuarto de siglo. El nivel y la acidez de los mares aumentará peligrosamente y se registrarán entre 150 y 200 millones de refugiados climáticos a partir de la mitad del siglo XXI.

La crisis social se ubica en este contexto. Es más provechoso para la acumulación privada a corto y mediano plazo, desarrollar al máximo el 20% de la población mundial, la que es capaz de consumir bienes y servicios con alto nivel de valor añadido, en vez de responder a las necesidades de base de los que tienen un poder de adquisición reducido o nulo. En efecto, estos son incapaces de producir valor añadido, tienen poca capacidad de consumo y son tan solo una multitud inútil, a lo sumo, susceptible de ser objeto de políticas asistenciales. El fenómeno se ha acentuado con la predominancia del capital financiero. Una vez más, la lógica de acumulación se ha impuesto sobre las necesidades de los seres humanos.

Todo este conjunto de disfuncionamientos desemboca en una verdadera crisis de la civilización; caracterizada por el riesgo de un agotamiento del planeta y de la extinción del ser vivo, lo que significa una crisis de sentido. Entonces, regulaciones? Sí, mientras estas constituyan las etapas de una transformación radical y permitan una salida de la crisis, que no sea la guerra. No, si ellas solo prolongan una lógica destructiva de la vida. La humanidad que renuncia a la razón y abandona la ética, pierde el derecho a existir.

Una Convicción

Desde luego, el lenguaje apocalíptico no es portador de acción. Pero una constatación de la realidad puede conducir a reaccionar. La búsqueda y la puesta en marcha de alternativas es posible, pero no sin condiciones. Suponen, en primer lugar, una visión a largo plazo, la utopía necesaria; después medidas concretas, escalonadas en el tiempo, y finalmente, actores sociales portadores de proyectos, en el marco de un combate cuya dureza será proporcional al rechazo del cambio.

La visión de largo plazo puede articularse alrededor de unos ejes mayores. En primer lugar, un uso renovable y racional de los recursos naturales, lo que supone otra filosofía de la relación con la naturaleza: no más explotación sin límites de una materia, el objeto en este caso de la ganancia, sino el respeto de lo que es fuente de vida. Las sociedades del socialismo llamado real, poco innovaron en esta materia

En segundo lugar, privilegiar el valor de uso sobre el valor de cambio, lo que significa otra definición de la economía: no más producción de un valor añadido, fuente de acumulación privada, sino la actividad que garantiza las bases de la vida, material, cultural y espiritual de todos los seres humanos en todo el mundo. Las consecuencias lógicas son considerables. Desde este momento, el mercado sirve de regulador entre la oferta y la demanda, en vez de incrementar las tasas de ganancias de una minoría. El derroche de materias primas y de energía, la destrucción de la biodiversidad y de la atmósfera, son enfrentadas, tomando en consideración las “externalidades” ecológicas y sociales. Las prioridades de la producción de bienes y servicios cambian de lógica.

Un tercer eje es la generalización de la democracia, no solo aplicada al sector político por una democracia participativa, sino también dentro del sistema económico, en todas las instituciones, y entre los hombres y las mujeres. Una concepción participativa del Estado se deriva necesariamente de esto, así como una reivindicación de los derechos humanos en todas sus dimensiones, individuales y colectivas. La subjetividad vuelve a encontrar un lugar.

Finalmente, el principio de multiculturalidad entra a complementar estos tres ejes. Se trata de permitir a todos los saberes, aún tradicionales, de participar en la construcción de alternativas, a todas las filosofías y las culturas, quebrando el monopolio de la occidentalización, a todas las fuerzas morales y espirituales capaces de promover la ética necesaria. Entre las religiones, la sabiduría del hinduismo en su relación con la naturaleza, la compasión del budismo en sus relaciones humanas, la búsqueda permanente de la utopía del judaísmo, la sed de justicia en la corriente profética del islam, las fuerzas emancipadoras de una teología de la liberación en el cristianismo, el respeto de las fuentes de vida en el concepto de la madre tierra de los pueblos autóctonos de América Latina, el sentido de solidaridad expresado en las religiones de Africa, constituyen las contribuciones potenciales importantes, en el marco evidentemente de una tolerancia mutua garantizada por la imparcialidad de la sociedad política.

Utopías solo utopías! Pero el mundo necesita utopías, a condición que estas se traduzcan en la práctica. Cada uno de los principios mencionados es susceptible de aplicaciones concretas, que ya han sido objeto de propuestas de parte de numerosos movimientos sociales y de organizaciones políticas. La nueva relación con la naturaleza significa, entre otros, la recuperación por los Estados de la soberanía sobre sus recursos naturales y la no apropiación privada; el cese de monocultivos y la revalorización de la agricultura campesina, la ratificación y la intensificación de las medidas de Kyoto y de Bali sobre el clima.

Privilegiar el valor de uso conlleva a la no mercantilización de los elementos indispensables para la vida: las semillas, el agua, la salud, la educación; el reestablecimiento de los servicios públicos; la abolición de los paraísos fiscales; la supresión del secreto bancario; la anulación de las deudas odiosas de los Estados del Sur; el establecimiento de acuerdos regionales, no sobre la base de la competitividad sino de la complementariedad y de la solidaridad; la creación de monedas regionales, el establecimiento de multipolaridades y muchas otras medidas todavía. La crisis financiera constituye una ocasión única de poner en práctica estas medidas.

Democratizar las sociedades pasa por la organización de la participación local desde la gestión de las materias económicas y hasta la reforma de las Naciones Unidas. La multiculturalidad se expresa por la abolición de las patentes sobre el saber, por la liberación de la ciencia del dominio de los poderes económicos, por la supresión de los monopolios de la información, por el establecimiento de la libertad religiosa.

Pero quien será el portador de este proyecto? Es verdad que la genialidad del capitalismo es que transforma sus propias contradicciones en oportunidades. How global warming can make you wealthy?, (como el calentamiento global puede hacerle rico?) se podía leer en una publicidad del US Today al principio de 2007. El capitalismo podría llegar a renunciar a sus propios principios? Es evidente que no: solo una nueva relación de poderes lo logrará, lo que no excluye que actores económicos contemporáneos se adhieran. Pero una cosa es clara: el nuevo actor histórico portador de proyectos alternativos es hoy plural. Son los obreros, los campesinos sin tierra, los pueblos indígenas, las mujeres primeras victimas de las privatizaciones, los pobres de las ciudades, los militantes ecologistas, los migrantes, los intelectuales vinculados a movimientos sociales: su conciencia de ser actor colectivo empieza a emerger. La convergencia de sus organizaciones esta apenas empezando y a menudo faltan todavía relaciones políticas. Algunos Estados, especialmente en América latina, han creado ya condiciones para que las alternativas nazcan. La duración y la intensidad de las luchas de estos actores sociales dependerán de la rigidez del sistema vigente y de la intransigencia de sus protagonistas.

Ofrezcanles entonces, dentro de las Naciones Unidas, un espacio para que puedan expresarse y presentar sus alternativas. Eso sera su contribución a la inversión del curso de la historia, indispensable para que el género humano vuelva a encontrar un espacio de vida y pueda, de esta manera, reconstruir la esperanza.

Texto en Francés:

Avant l’élection de Barak Obama comme président des Etats-Unis, François Houtart, a été invité par L’Organisation des Nations Unies au sein de l’Assemblée à New York, où on examinait le sujet de la Crise Financière. Dans sa présentation, le prêtre belge, directeur du CETRI, membre du Tribunal Permanent des Peuples, de la Commission Morale de la Vérité en Colombie, a présenté une brève analyse de l’actuelle situation de la mondialisation et ses conséquences graves qui ne sont pas seulement bancaires, mais humaines, sociales et environnementales.

Assemblée générale des Nations Unies
Panel sur la crise financière
par François Houtart
(30 octobre 2008)
Mesdames et Messieurs les Délégués, Chers Amis,

Le monde a besoin d’alternatives et pas seulement de régulations. Il ne
suffit pas de réaménager un système, il s’agit de le transformer. C’est un
devoir moral et pour le comprendre, adopter le point de vue des victimes
permet à la fois de faire un constat et d’exprimer une conviction ; le
constat que l’ensemble des crises, financière, alimentaire, énergétique,
hydrique, climatique, sociale, relèvent d’une cause commune, et la
conviction que nous pouvons transformer le cours de l’histoire.

Le constat
Quand 850 millions d’êtres humains vivent sous la barre de la pauvreté et
que leur nombre augmente, quand chaque vingt quatre heure, des dizaines de
milliers de gens meurent de faim, quand disparaissent jour après jour des
ethnies, des modes de vie, des cultures, mettant en péril le patrimoine de
l’humanité, quand le climat se détériore et que l’on se demande s’il vaut
encore la peine de vivre à la Nouvelle Orléans, au Sahel, dans les Iles du
Pacifique, en Asie centrale ou en bordure des océans, on ne peut se
contenter seulement de parler de crise financière.

Déjà les conséquences sociales de cette dernière sont ressenties bien au
delà des frontières de sa propre origine : chômage, chèreté de la vie,
exclusion des plus pauvres, vulnérabilité des classes moyennes et
allongement dans le temps de la liste des victimes. Soyons clairs, il ne
s’agit pas seulement d’un accident de parcours ou d’abus commis par
quelques acteurs économiques qu’il faudra sanctionner, nous sommes
confrontés à une logique qui parcourt toute l’histoire économique des deux
derniers siècles De crises en régulations, de dérégulations en crises, le
déroulement des faits répond toujours à la pression des taux de profit :
en hausse on dérégule, en baisse on régule, mais toujours en faveur de
l’accumulation du capital, elle-même définie comme le moteur de la
croissance. Ce que l’on vit aujourd’hui n’est donc pas nouveau. Ce n’est
pas la première crise du système financier et certains disent que ce ne
sera pas la dernière.

Cependant, la bulle financière créée au cours des dernières décennies,
grâce, entre autres, au développement des nouvelles technologies de
l’information et des communications, a surdimensionné toutes les données
du problème. L’économie est devenue de plus en plus virtuelle et les
différences de revenus ont explosé. Pour accélérer les taux de profits,
une architecture complexe de produits dérivés fut mise en place et la
spéculation s’est installée comme un mode opératoire du système
économique. Cependant, ce qui est nouveau, c’est la convergence de logique
entre les dérèglements que connaît aujourd’hui la situation mondiale.

La crise alimentaire en est un exemple. L’augmentation des prix ne fut pas
d’abord le fruit d’une moindre production, mais bien le résultat combiné
de la diminution des stocks, de manouvres spéculatives et de l’extension
de la production d’agrocarburants. La vie des personnes humaines a donc
été soumise à la prise de bénéfices. Les chiffres de la bourse de Chicago
en sont l’illustration.

La crise énergétique, quant à elle, va bien au delà de l’explosion
conjoncturelle des prix du pétrole. Elle marque la fin du cycle de
l’énergie fossile à bon marché (pétrole et gaz) dont le maintien à un prix
inférieur provoqua une utilisation inconsidérée de l’énergie, favorable à
un mode de croissance accéléré, qui permit une rapide accumulation du
capital à court et moyen terme. La surexploitation des ressources
naturelles et la libéralisation des échanges, surtout depuis les années
1970, multiplia le transport des marchandises et encouragea les moyens de
déplacement individuels, sans considération des conséquences climatiques
et sociales. L’utilisation de dérivés du pétrole comme fertilisants et
pesticides se généralisa dans une agriculture productiviste. Le mode de
vie des classes sociales supérieures et moyennes se construisit sur le
gaspillage énergétique. Dans ce domaine aussi, la valeur d’échange prit le
pas sur la valeur d’usage.

Aujourd’hui, cette crise risquant de nuire gravement à l’accumulation du
capital, on découvre l’urgence de trouver des solutions. Elles doivent
cependant, dans une telle perspective, respecter la logique de base :
maintenir le niveau des taux de profit, sans prendre en compte les
externalités, c’est à dire ce qui n’entre pas dans le calcul comptable du
capital et dont le coût doit être supporté par les collectivités ou les
individus. C’est le cas des agrocarburants et de leurs conséquences
écologiques : destruction par la monoculture, de la biodiversité, des sols
et des eaux souterraines, et sociales : expulsion de millions de petits
paysans qui vont peupler les bidonvilles et aggraver la pression
migratoire.

La crise climatique, dont l’opinion publique mondiale n’a pas encore pris
conscience de toute la gravité, est, selon les experts du GIEC (Groupe
international des experts du climat) le résultat de l’activité humaine.
Nicolas Stern, ancien collaborateur de la Banque mondiale, n’hésite pas à
dire que “les changements climatiques sont le plus grand échec de
l’histoire de l’économie de marché.” En effet, ici comme précédemment, la
logique du capital ne connaît pas les “externalités”, sauf quand elles
commencent à réduire les taux de profit.

L’ère néolibérale qui fit croître ces derniers, coïncide également avec
une accélération des émissions de gaz à effet de serre et du réchauffement
climatique. L’accroissement de l’utilisation des matières premières et
celui des transports, tout comme la dérégulation des mesures de protection
de la nature, augmentèrent les dévastations climatiques et diminuèrent les
capacités de régénération de la nature. Si rien n’est fait dans un proche
avenir, de 20 % à 30% de toutes les espèces vivantes pourraient
disparaître d’ici un quart de siècle. Le niveau et l’acidité des mers
augmentera dangereusement et l’on pourrait compter entre 150 et 200
millions de réfugiés climatiques dès la moitié du 21° siècle.

C’est dans ce contexte que se situe la crise sociale. Développer
spectaculairement 20 % de la population mondiale, capable de consommer des
biens et des services à haute valeur ajoutée, est plus intéressant pour
l’accumulation privée à court et moyen terme, que répondre aux besoins de
base de ceux qui n’ont qu’un pouvoir d’achat réduit ou nul. En effet,
incapables de produire de la valeur ajoutée et n’ayant qu’une faible
capacité de consommation, ils ne sont plus qu’une foule inutile, tout au
plus susceptible d’être l’objet de politiques assistentielles. Le
phénomène s’est accentué avec la prédominance du capital financier. Une
fois de plus la logique de l’accumulation a prévalu sur les besoins des
êtres humains.

Tout cet ensemble de dysfonctionnements débouche sur une véritable crise
de civilisation caractérisée par le risque d’un épuisement de la planète
et d’ une extinction du vivant, ce qui signifie une véritable crise de
sens. Alors, des régulations ? Oui, si elles constituent les étapes d’une
transformation radicale et permettent une sortie de crise qui ne soit pas
la guerre, non, si elles ne font que prolonger une logique destructrice de
la vie. Une humanité qui renonce à la raison et délaisse l’éthique, perd
le droit à l’existence.

Une conviction
Certes, le langage apocalyptique n’est pas porteur d’action. Par contre,
un constat de la réalité peut conduire à réagir. La recherche et la mise
en ouvre d’alternatives sont possibles, mais pas sans conditions. Elles
supposent d’abord une vision à long terme, l’utopie nécessaire ; ensuite
des mesures concrètes échelonnées dans le temps et enfin des acteurs
sociaux porteurs des projets, au sein d’un combat dont la dureté sera
proportionnelle au refus du changement.

La vision de long terme peut s’articuler autour de quelques axes majeurs.
En premier lieu, un usage renouvelable et rationnel des ressources
naturelles, ce qui suppose une autre philosophie du rapport à la nature :
non plus l’exploitation sans limite d’une matière, en l’occurrence objet
de profit, mais le respect de ce qui forme la source de la vie. Les
sociétés du socialisme dit réel, n’avaient guère innové dans ce domaine.

Ensuite, privilégier la valeur d’usage sur la valeur d’échange, ce qui
signifie une autre définition de l’économie :non plus la production d’une
valeur ajoutée, source d’accumulation privée, mais l’activité qui assure
les bases de la vie, matérielle, culturelle et spirituelle de tous les
êtres humains à travers le monde. Les conséquences logiques en sont
considérables. A partir de ce moment, le marché sert de régulateur entre
l’offre et la demande au lieu d’accroître le taux de profit d’une
minorité. Le gaspillage des matières premières et de l’énergie, la
destruction de la biodiversité et de l’atmosphère, sont combattus, par une
prise en compte des “externalités” écologiques et sociales. Les priorités
dans la production de biens et de services changent de logique.

Un troisième axe est constitué par une généralisation de la démocratie,
pas seulement appliquée au secteur politique, par une démocratie
participative, mais aussi au sein du système économique, dans toutes les
institutions et entre les hommes et les femmes. Une conception
participative de l’Etat en découle nécessairement, de même qu’une
revendication des droits humains dans toutes leurs dimensions,
individuelles et collectives. La subjectivité retrouve une place.

Enfin, le principe de la multiculturalité vient compléter les trois
autres. Il s’agit de permettre à tous les savoirs, même traditionnels, de
participer à la construction des alternatives, à toutes les philosophies
et les cultures, en brisant le monopole de l’occidentalisation, à toutes
les forces morales et spirituelles capables de promouvoir l’éthique
nécessaire. Parmi les religions, la sagesse de l’hindouisme dans le
rapport à la nature, la compassion du bouddhisme dans les relations
humaines, la soif de justice dans le courant prophétique de l’islam, les
forces émancipatrices d’une théologie de la libération dans le
christianisme, le respect des sources de la vie dans le concept de la
terre-mère des peuples autochtones de l’Amérique latine, le sens de la
solidarité exprimé dans les religions de l’Afrique, sont des apports
potentiels importants, dans le cadre évidemment d’une tolérance mutuelle
garantie par l’impartialité de la société politique.

Utopies que tout cela ! Mais le monde a besoin d’utopies, à condition
qu’elles se traduisent dans la pratique. Chacun des principes évoqués est
susceptible d’applications concrètes, qui ont déjà fait l’objet de
propositions de la part de nombreux mouvements sociaux et d’organisations
politiques. Le nouveau rapport à la nature signifie, entre autres, la
récupération par les Etats de la souveraineté sur les ressources
naturelles et leur non appropriation privée ; l’arrêt des monocultures et
la remise en valeur de l’agriculture paysanne, la ratification,
l’approfondissement des mesures de Kyoto et de Bali sur le climat

Privilégier la valeur d’usage entraine la non-marchandisation des éléments
indispensables à la vie : les semences, l’eau, la santé, l’éducation ; le
rétablissement des services publics ; l’abolition des paradis fiscaux ; la
suppression du secret bancaire ; l’annulation des dettes odieuses des
Etats du Sud ; l’établissement d’alliances régionales, sur base non de
compétitivité, mais de complémentarité et de solidarité ; la création de
monnaies régionales, l’établissement de multipolarités et bien d’autres
mesures encore. La crise financière constitue l’occasion unique de mettre
ces mesures en application.

Démocratiser les sociétés passe par l’organisation de la participation
locale, y compris dans la gestion de matières économiques et va jusqu’à la
réforme des Nations unies. La multiculturalité s’exprime par l’abolition
des brevets sur le savoir, par la libération de la science de l’emprise
des pouvoirs économiques, par la suppression des monopoles de
l’information, par l’établissement de la liberté religieuse.

Mais qui sera porteur de ce projet ? Il est vrai que le génie du
capitalisme est de transformer ses propres contradictions en opportunités.
How global warming can make you wealthy ?, (Comment le réchauffement
terrestre peut vous enrichir ?) lisait-on dans une publicité de US Today
du début 2007. Le capitalisme pourra-t-il aller jusqu’à renoncer à ses
propres principes ? Évidemment non. Seul un nouveau rapport de pouvoir y
parviendra, ce qui n’exclut pas le ralliement de certains acteurs
économiques contemporains. Mais une chose est claire : le nouvel acteur
historique porteur des projets alternatifs est aujourd’hui pluriel. Ce
sont les ouvriers, les paysans sans terre, les peuples indigènes, les
femmes premières victimes des privatisations, les pauvres des villes, les
militants écologistes, les migrants, les intellectuels liés aux mouvements
sociaux. Leur conscience d’acteur collectif commence à émerger. La
convergence de leurs organisations en est seulement à ses débuts et manque
encore souvent de relais politiques. Certains Etats, notamment en Amérique
latine, ont déjà créé des conditions pour que les alternatives voient le
jour. La durée et l’intensité des luttes de ces acteurs sociaux dépendront
de la rigidité du système en place et de l’intransigeance de ses
protagonistes.

Offrez-leur donc au sein de l’Organisation des Nations unies un espace
pour qu’ils puissent s’exprimer et présenter leurs alternatives. Ce sera
votre contribution au renversement du cours de l’histoire, indispensable
pour que le genre humain retrouve un espace de vie et puisse ainsi
reconstruire l’espérance.