Arde Notre Dame, arde Colombia

Por: Álvaro Leyva Durán

Estas líneas las escribo con dolor. Se quema la catedral de Notre Dame de París mientras redacto estos pocos párrafos.

Se inició la construcción de esa joya gótica en el año 1163, en el mismo sitio de la isla de La Cité en la que varios siglos antes los celtas adoraron a sus dioses y los romanos a Júpiter. El mismo lugar en el que un rey franco elevó la primera iglesia cristiana de la ciudad en el año 528, en honor a San Estaban (Saint-Etienne), protomártir de la cristiandad, muerto por lapidación en Jerusalén en el año 34. Allí, en ese templo maravilloso que trae a la memoria uno de los grandes clásicos de la literatura universal, Notre-Dame de París, de Víctor Hugo, tuvo lugar la coronación de Enrique VI de Inglaterra en 1429, mientras corría la Guerra de los Cien Años; la coronación de Napoleón Bonaparte en 1804, en presencia de Pio VII; la beatificación de Juana de Arco en 1909; la visita de su santidad Juan Pablo II en 1980, entre otros eventos de forzosa recordación. Sus arcadas y naves fueron testigos de la presencia de las mejores corales conocidas y escucharon las nota de los máximos organistas del mundo. Doy gracias por haber podido pasar horas enteras entre esos muros de la historia (porque eso ha sido la Catedral de Notre Dame), deleitándome de su significado y embelesándome con voces y sonidos de la más hermosa música.

No sé si es que me dejo impresionar muy fácilmente. Lloro la destrucción de Notre Dame como hoy lo hace el mundo entero. Pero más allá de sentir como propia esa tragedia colectiva —su destrucción, tragedia para la humanidad entera—, proyecto la imagen del incendio de la catedral hacia Colombia para sentir la misma tristeza, viendo que de la noche a la mañana mi patria se prende en llamas: los valores están en llamas. La dignidad de Colombia está en llamas. Comienza a derrumbarla las llamas del odio, las llamas del miedo a la verdad, de la pasión, del asesinato sin tregua. Las llamas de la intolerancia, de la incompetencia y del sectarismo. Las llamas de la ignorancia. Las llamas que expele el supuesto gran dragón. La llamas que emanan para mal y sin contemplación mentes y fauces de ídolos de barro, nacionales y algunos extranjeros.

La dignidad de Colombia está en llamas.
Comienza a derrumbarla las llamas del odio, las llamas del miedo a la verdad,
la pasión, el asesinato sin tregua. La intolerancia, la incompetencia, el sectarismo

Notre-Dame inicia su construcción 329 años antes del descubrimiento de América. Faro de historia. Lumbre prodigiosa. Testigo del renacimiento de valores y de la libertad. A pocas cuadras de La Cité, la Asamblea Nacional Constituyente francesa aprobó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano el 26 de agosto de 1789: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común; la finalidad de cualquier asociación política es la protección de los derechos naturales e imprescriptibles del Hombre. Tales derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión; el principio de toda Soberanía reside esencialmente en la Nación. Ningún cuerpo ni ningún individuo pueden ejercer autoridad alguna que no emane expresamente de ella; la libertad consiste en poder hacer todo lo que no perjudique a los demás. Por ello, el ejercicio de los derechos naturales de cada hombre tan sólo tiene como límites los que garantizan a los demás miembros de la sociedad el goce de estos mismos derechos. Tales límites tan solo pueden ser determinados por la ley; (…)”.

De lo anterior hemos querido aprender, crecer, imitar. Pero qué difícil ha sido. De Notre Dame tomamos la lección de cómo de la historia se recogen múltiples enseñanzas, para condenar lo malo y construir lo bueno. Lo bondadoso. Por el repique de sus campanas, de ciento de miles de repiques, entendimos el significado de la palabra grandeur: grandiosidad, majestuosidad. Algo que encierra el sentido de lo sublime y lo inmortal como creación del hombre histórico. Tristemente, de lo que en nuestra patria algunos nos quieren apartar.

Y tal como estas líneas las inicio con dolor, las finalizo con más dolor aún. Porque en tanto no se demuestre lo contrario, el incendio de Notre Dame ha ocurrido por azar mientras los incendios nacionales son obra de pirómanos.

Nuestra catedral, la catedral de la paz, está en peligro. Y quien fuera escogido para lo que algunos consideraron sería algo grande, se encogió. Se volvió chiquito. Terminó siendo humillado por locales y por un grandulón de afuera, a la manera que lo hacen los matones con los menores a la salida del colegio; y engañado por sus maestros. Por quienes además piensan que la función de Estado se confunde con sus propios intereses en razón de que un destape histórico los puede desnudar; por quienes creen que los descendientes de los pueblos originarios son una manada de indios y no más. Y los negros son eso y nada más. Y que el progreso se logra a plomo. Y que los Acuerdos de La Habana son hechura de los amigos de los guerrilleros, castrochavistas mamertos y pare de contar. Y que lo que hay que hacer es estrellarse contra las instituciones para salvar a alguno o algunos así muera Sansón de Sorah, con todos su filisteos.

Doctor Duque: usted, hasta donde he de suponer, conoce el sentido y alcances de la Semana Santa: oración, ayuno, abstinencia, reflexión. Trascendencia. Es el momento de elevar su corazón, de pensar en todo el pueblo de Colombia, de buscar el alma de la patria y encontrar los alcances de la palabra grandeur: reto mayor por alcanzar por quien tiene la obligación de conducirnos hacia las mejores metas. Asuma ese reto, señor: la única manera de apagar usted los incendios que hasta la fecha, a lo mejor, sin darse cuenta, ha ayudado a provocar.

Fuente: https://www.las2orillas.co/arde-notre-dame-arde-colombia/

Foto: Rtve.es