Al perro lo capan varias veces

Habrá quien desafíe el término: no, se trataba simplemente de oponerse a la “ideología de género”. Pues es característico de ciertos extremismos avanzar sus causas de manera sibilina, por medio de embrollos, sugerencias e insinuaciones. Pero hubo quien se encargara de hablar claro. El objetivo de los líderes que promovían las movilizaciones era un linchamiento público de una minoría, en este caso sexual, y de uno de sus supuestos personeros.

Se trata de un evento —uno más, pero con un matiz particularmente nocivo— que les está diciendo a todos los amigos de la democracia y las libertades públicas en Colombia que la elección del próximo procurador es un asunto absolutamente trascendental. El diseño de la figura, tal y como quedó consignado en la carta de 1991, es fatal. Las atribuciones constitucionales del procurador son amplísimas y vagas, y en cambio sus controles débiles y difusos. Cuenta con una burocracia gigantesca, y con una enorme capacidad de intimidación y castigo contra quien se le oponga. Esto lo ha aprovechado Ordóñez para lanzar una ofensiva en cuatro grandes direcciones. Primero, saboteo sistemático al proceso de paz en curso. Segundo, destrucción del personal político que le estorba (la izquierda, algunos políticos modernizantes, los amigos de la paz). Tercero, demanda de cogobernar en temas críticos. Cuarto, imposición de la moral católica ultra-montana en asuntos relativos a la vida sexual de la ciudadanía y las políticas reproductivas. En desarrollo de esta agenda, Ordóñez no ha intentado siquiera construir una fachada de imparcialidad. Es un botafuegos de extrema derecha, que usa sin reatos todo el poder concedido a su cargo por la Constitución de 1991. Como una de sus víctimas, tengo que decir que es también un calumniador impenitente que, por no haber recibido castigo por su proceder miserable, persiste con entusiasmo en esa práctica.

Uno esperaría que un personal político que está parado mal que bien en el terreno de la democracia y que aspira a construir la paz no le entregara aquellos poderes enormes y pésimamente delimitados a un personaje de su calaña. Pero lo hizo. Y después, cuando ya todo el mundo sabía con qué clase de fulano los colombianos estábamos lidiando, lo reeligió. Mediaba la esperanza de que un bárbaro con la boca llena gruñiría mucho menos. El cálculo falló miserablemente, con costos enormes para el país. Cero y van dos capadas. Y ahora quizás nos estemos dirigiendo a la tercera. Porque en los mentideros políticos se cuenta que Juan Hernández suena como firme candidato para la Procuraduría.

La idea detrás de esta candidatura nefasta es transparente. Se trata de montar al bus a los conservadores que quieren la paz, y de paso (quizás) neutralizar a Pastrana. Aunque yo no gastaría un esfuerzo que valiera más que un tinto o un tiquete de Transmilenio para lograr lo segundo, lo primero sí es un objetivo serio e importante, al que tendré que referirme muy pronto. Pero lo único que no se puede hacer para obtenerlo es rifar la Procuraduría de esa manera. Eso correspondería a la figura —seguramente “falta gravísima”— de “cánido masoquista”.

En la Procuraduría se necesita una persona calificada, competente y casada con la paz. Así es como se hace política en serio. Si los conservadores tienen a alguien de ese perfil, magnífico. Pero no pueden aspirar a poner procurador, por un lado, y al mismo tiempo tolerar o promover la grotesca orgía de pánico moral homofóbico que se despliega entusiasta ante nuestros ojos. Creada, por supuesto, a partir de una fabricación, una supuesta cartilla titulada “Jonathan y David”, que resultó ser porno belga. Aquí y ahora, la parejita peligrosa no son Jonathan y David, sino Álvaro y Alejandro.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/al-perro-capan-varias-veces