¿A quién le importa?

Me pregunto a quién le interesa lo que nos pasa en Colombia. En la presidencia de Belisario Betancur se hizo un esfuerzo excepcional para lograr que el 90 por ciento de los niños menores de un año estuvieran inmunizados contra seis enfermedades. Todo el país se movilizó en tres jornadas, en las que se vacunó a los niños. En ese esfuerzo participaron los organismos internacionales, los gubernamentales y no gubernamentales, las comunidades, el sector privado y los medios de comunicación social, en forma masiva y desinteresada.

Se hicieron sacrificios, donaciones, incontables horas de trabajo voluntario y de horas extras sin remuneración, todo para llevar las vacunas a los sitios en las condiciones de conservación adecuadas, estimular a las madres, asegurar el transporte, lograr la alimentación de los vacunadores y de los registradores de la actividad. No hubo diferencias políticas. Hasta la guerrilla se comprometió a respetar las jornadas de vacunación.

El país logró su cometido, aumentó su cobertura inmunológica a los niveles aceptados mundialmente y se volvió un ejemplo mundial de cómo lograr inmunizaciones masivas, cómo lograr un mayor respeto por los niños y cómo aumentar el conocimiento de los padres y madres para prevenir las enfermedades y la muerte de sus hijos.

Esa fue la última vez en la que todo el país se mostró unido y generoso. Desde entonces no ha habido un intento de unir a la nación. Las cosas no han evolucionado de manera que se haya elevado el espíritu colombiano. En los años sucesivos vinieron toda clase de calamidades, aunque las más desastrosas, además de los cataclismos de la naturaleza, fueron las que nos dividieron y nos siguen separando. El narcotráfico, la exacerbación de la guerrilla, el paramilitarismo y la corrupción que corroe nuestras instituciones. Hoy parece ser que a nadie le importa la suerte del vecino. No sirvió de mucho que el Estado se volcara a una concepción de privatización, mercado libre y globalización. Con ello se valoró más la teoría económica que el bienestar de la población.

La actual palabrería oficial sobre la seguridad democrática, la confianza inversionista y las tímidas referencias al bienestar social ocultan la triste realidad del país, más caracterizada por mediocres tasas de inmunización, escandalosa desnutrición de los niños, campante maltrato infantil, embarazo precoz y una mortalidad infantil que en ciertas zonas del país sigue siendo similar a las de países africanos.

El interés del Gobierno por estos factores, todos ligados a la pobreza, no habla bien de su preocupación por el pueblo colombiano. En nada le ayudan las cínicas sonrisas, risas, carcajadas del ministro y ex ministro de Agricultura cuando se burlaron de la opinión nacional después de ese remedo de exoneración por las operaciones del Ingreso Agrario Seguro.

Muchas son las anécdotas que se contaban sobre la experiencia de la vacunación masiva. Una de ellas no deja de ser reveladora. Cuando un helicóptero aterrizó en una población perdida del Baudó, con vacunas y vacunadores, salió a recibirlo la comitiva municipal encabezada por el alcalde. Lo primero que hizo el burgomaestre fue agradecerle todo ese esfuerzo al presidente Julio César Turbay. Es decir, el alcalde no sabía quién era el presidente de la república, a pesar de que era el que lo había nombrado. Claro, no había consejos comunitarios y el resultado del esfuerzo nacional era independiente de quién gobernara.

Para todos aquellos que nos preocupamos por la política, por su choque de trenes, por la pérdida de la institucionalización y por toda la gravedad de los hechos que ocurren en el país, no podemos perder de vista el que a la mayoría no le importa quién gobierne. Como ahora no hay propósitos nacionales, sino de grupo, ¿se usará la guerra para unir el país y lograr que se preste atención al gobernante?
Carlos Castillo Cardona