A propósito de Plinio Apuleyo Mendoza

No hay mucho de nuevo o mejor más de lo mismo. El artículo de Plinio Apuleyo Mendoza, vuelve a repetir lo que siempre ha escrito o dicho en la radio, la televisión y la prensan en los últimos 17 años. A fuerza de repetición sus mentiras se han hecho creíbles en su conciencia, ya no existe la capacidad de la autocrítica, y por eso el número de sus lectores es menor o han dejado de leerlo, porque no hay mucho que creer. Su lectura ciega del valor absoluto del uso de la fuerza los ha llevado a construir imaginarios, fantasmas con los cuales recrea una realidad bipolar, demoníaca, que le imposibilita percibir la irracionalidad en el uso de la fuerza que deriva en sistemáticas, permanentes y graves violaciones de derechos humanos.


El escritor, valorado por muchos círculos como tal, ha dado paso a ser un reproductor acrítico de ideas a las cuales ajusta la realidad o fuerza a la realidad a ser comprendida en su marco ideológico, sin matizar, sin distinguir, sin diferenciar. Para algunos es la decadencia intelectual, la degeneración de la escritura postrada en los círculos empalagados del poder. Su tránsito de las ideas y la sensibilidad puestas en el papel se han hecho adoración del poder, militarización de las letras y opresión del alma.

Antes de salir, como embajador del Presidente Uribe en Portugal, Apuleyo Mendoza, escribió: “La Despedida”. Allí lanzó nuevamente sus diatribas contra las organizaciones de derechos humanos, las mismas que viene haciendo, rehaciendo o refritando desde la publicación del Proyecto Paramilitar en el Carmen y San Vicente de Chucurí.

La labor legítima de defensa, de promoción y de exigencia en el marco de los derechos humanos han sido por él interpretadas como parte de la estrategia jurídica de las guerrillas, cuando no del Ejército de Liberación Nacional, ELN; de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC. Ha sido imposible hacerle comprender, que el crimen no se puede combatir con crimen, que el Estado es garante, es responsable de los Derechos Humanos. En este sentido, ha sido un pésimo lector de los centenares de escritos y de informes de las organizaciones de derechos humanos que él cuestiona. Y comprender no significa adherirse, significa ubicar el lugar desde el que él otro habla de la realidad, ahí si debatir.

Apuleyo Mendoza es incapaz de comprender que exigir, afirmar y propiciar el respeto de los derechos de los ciudadanos por parte de los Estados, en este caso el colombiano, es solamente, el simple ejercicio de una tradición humanista construida en las calles, incluso en las que el vivió en París. No es tradición guerrerista sino humanista, de dignificación de la dignidad humana, de limitación del uso de la fuerza. Para él, la Doctrina de la Seguridad Nacional, es la razón de su pensamiento, es decir, la sin razón. Es la misma que alienta y ánima el espíritu de los militares en los campos colombianos, con las que se comenten y justifican las torturas, las ejecuciones extrajudiciales, las detenciones arbitrarias, los desplazamientos forzosos. Es la misma práctica de persecución justificada en el escrito de Apuleyo Mendoza, no ahora, sino desde hace muchos años. No existe distinción entre combatientes y no combatientes, entre alzados en armas y civiles, entre el Derecho y el Estado de hecho, entre el Estado de excepción y el Estado Social de Derecho. Acude a la especulación y a la redacción creando figuras en las que asocia el derecho a exigir a disentir con la acción terrorista o subversiva.

Por eso su reciente escrito en el diario El Espectador, titulado “Santos: la guerra que se gana…. y la otras” es más de lo mismo, la combinación de la propaganda militar con la publicidad política.

En la primera parte idealiza los logros de la seguridad “democrática”, el efectismo de la lucha antiterrorista, la militarización cotidiana. En la segunda parte, encarna los logros estratégicos militares con el nombre de Juan Manuel Santos. Y allí inicia su carrera de adulación para lograr, en un mediano plazo, si Uribe no vuelve a repetir su candidatura a la presidencia, que uno de los fervientes seguidores de su doctrina y su proyecto, sea su descendiente en el palacio de Nariño… y en recompensa pueda lograr un nuevo cargo de representación pública…. Tal vez, sus escritos para el mercado no han logrado ni el impacto ni las ventas deseadas, ni siquiera son citados por sus contradictores, porque tal vez: “idiotas, no somos todos”, como el soberbiamente pretende hacer ver las opciones por la justicia. Su actitud es coherente con lo que ha ido tejiendo en tantos años de mentalización de la irracionalidad. Lo importante es que lo dice, lo más grave es lo que no se dice. Y lo novedoso es que se refiere a Peace Brigades Internacional y la Red de Hermandad, todo lo demás es lo mismo de antes, ubicado en las estrategias de la seguridad uribista y en las nuevas fases de la guerra de guerrillas.

Como lo señalan las organizaciones de Estados Unidos, en el artículo que adjuntamos, que saben de la otra realidad, la que muchas y muchos de ellos conocen; la que no propiamente se conoce en los batallones y brigadas militares ni desde el aire en los helicópteros militares, sino en el contacto con millares de desplazados, con millares de víctimas y cuando no siendo testigos directos, es que en su pretensión de construir las argumentación en la propaganda militar, pretende desconocer los fallos judiciales y la verdad real de las víctimas, y desinformar es atentar contra la verdad, contra el derecho a saber y el derecho a la memoria.

La preocupación de esa libertad de expresión, que se desarrolla en particular en la tercera parte, es que se trata de la libertad que protege la impunidad, que la avala y que le pretende dar legitimidad a pesar de los fallos judiciales.

¿Para quién puede ser cuestionable el atentado criminal de las Fuerzas Militares en Santo Domingo Arauca, en el que existe la responsabilidad de sectores de seguridad estadounidense? ¿Para quién puede quedar dudas de la responsabilidad militar en los crímenes de los Sindicalistas de Arauca? O ¿la responsabilidad institucional en la masacre de San José? Y eso para nombrar, la responsabilidad de su amigo Rito Alejo del Río Rojas en el desarrollo de la operación Génesis”? o del Harold Bedoya en el proyecto paramilitar en Santander. O para no traer a cuento, la responsabilidad estatal en las ejecuciones extrajudiciales que han ocurrido recientemente en el Putumayo en la zona rural de la Hormiga?

Las dudas solo para aquellos que quieren ajustar la realidad a sus cánones ideologizados en el unanimismo y el espejismo autoritario o que quieren sustentar la violación de derechos humanos como obras justas o de dignidad nacional. Por eso efectivamente hay que preocuparse por los que matan el alma

Adjuntamos la carta dirigida al diario El Espectador, divulgada el pasado 22 de diciembre en réplica al artículo del 15 de diciembre de Plinio Apuleyo Mendoza y publicado por el diario El Espectador