Los niños palestinos

Por estos días, en que se cumplieron cien años del estallido de la Gran Guerra, he vuelto sobre varias novelas que hablan de estos desastres humanos; de la caída de la razón y de la erección de la infamia, como un norte de la incivilización.


He vuelto a estremecerme con los millones de jóvenes muertos en el Marne, en toda Francia, en el frente oriental, con la Europa destruida, con su cultura vuelta trizas. Con su fracaso.
Y de pronto, ahora que Israel bombardea la Franja de Gaza, me he detenido a memorar lo que les pasaba a los niños hebreos en las “ciudades prohibidas” o guetos, como el de Varsovia. Y he caminado de la mano de Curzio Malaparte para asomarme al horror y la crueldad de la Segunda Guerra Mundial. Los muchachitos del ghetto son espantosos, quizá como los niños palestinos de hoy, cubiertos de pústulas, devorados por los insectos y el hambre. En el ghetto de Varsovia, según se narra en Kaputt, la magna obra de Malaparte, la mortalidad de los niños hebreos era del ciento cuatro por ciento. ¿Cuál es hoy la de los niños palestinos?
Para los alemanes de entonces, enceguecidos por la ideología nazi, los niños hebreos pertenecían a “una raza enfermiza y decadente”. Los niños alemanes eran limpios; los hebreos, schmutzig. “Los niños hebreos viven en casas cochambrosas, en habitaciones frías (…); duermen sobre montones de trapos y de papeles junto a las camas donde yacen inertes los muertos y los agonizantes”.
En contraste, y según la visión de esta novela perturbadora, los niños alemanes jugaban, tenían pelotas, muñecos, caballos de cartón, soldados de plomo, fusiles de aire comprimido y “todo cuanto necesita un niño para jugar”. Los niños hebreos no jugaban, carecían de juguetes. ¡No sabían jugar! “Su única diversión es la de seguir a los carros fúnebres cargados de muertos, ir a ver fusilar a sus padres y a sus hermanos (…); en realidad, una diversión muy propia para niños hebreos”.
No sé cómo jugarán hoy los niños israelíes en su país. Pero sí llegan algunas noticias de la suerte trágica de los niños palestinos, llorando en medio de los bombardeos de la aviación de Israel; en las calles, observando los cadáveres de sus padres y hermanos. Y aun los de otros niños. ¿Qué está ocurriendo en Palestina? ¿Crímenes de guerra? ¿Un genocidio?
Dicen hoy que los israelíes que habitan en la región de Sderot sufren el fuego de cohetes palestinos lanzados desde Gaza. Pero hay una pregunta, a la que ayuda a responder el periodista inglés Robert Fisk: “¿Cómo es que todos esos palestinos, millón y medio, resultaron hacinados en Gaza? Pues resulta que sus familias vivieron en lo que hoy se llama Israel. Y fueron expulsadas (o huyeron para salvar la vida) cuando se creó el estado de Israel”. Los que vivieron en esa zona eran árabes palestinos. No eran enemigos de Israel, puesto que ayudaron a esconder del ejército británico a miembros destacados de la Haganah judía, antes de 1948.
Volvamos a Kaputt. La palabra procede del hebreo kopparoth, que significa víctima. Y precisamente, los hebreos, que fueron víctimas de muchas persecuciones, pogromos, carnicerías y de los terribles campos de exterminio nazi, ahora pasaron a ser victimarios. Israel, una avanzada de los Estados Unidos en el Oriente Medio y con uno de los ejércitos más poderosos del mundo, masacra a los palestinos, que no tienen aviación, ni barcos de guerra, ni infraestructura militar.
Ah, creo que los niños palestinos sí juegan. Porque, según las noticias, que tampoco abundan al respecto, había un poco de ellos en un parque infantil, cuando de pronto llovió fuego celestial: la aviación israelí bombardeó casas, escuelas, hospitales y, claro, un lugar donde jugaban unos muchachos.
“Mis niñas jugaban hace minutos en la calle con otros chicos de Al Bureij, el campo de refugiados donde vive mi familia, cuando un avión israelí bombardeó un automóvil, las personas dentro murieron de inmediato, mis dos pequeñas hijas fueron alcanzadas por la explosión y están muy graves”, dijo un acongojado refugiado palestino, refiriéndose a bombardeos recientes de Israel.
Mientras sucedía el Mundial de Fútbol, Israel bombardeaba la franja de Gaza y mataba, entre otros, a niños palestinos. Los goles ahogaron los gritos de horror de los sufridos habitantes de esa parte del mundo.