Las cicatrices ocultas que todos los refugiados llevan

Permanecerán cicatrizados por su historia. Es entendible que algunos no quieren hablar de sus cicatrices y quieren hacer de cuenta que no son refugiados. Es más glamoroso ser un exiliado, más comprensible ser un inmigrante, y más deseable ser un expatriado. La necesidad de pertenecer puede cambiar a los refugiados mismos tanto consciente e inconscientemente, como ha sucedido conmigo y otros.


Muchas personas han caracterizado mi novela, “El Simpatizante” como una historia de inmigrante. No. Mi novela es una historia de guerra y yo no soy un inmigrante. Soy un refugiado quien, como muchos otros, en algún rincón de su mente nunca ha dejado de ser un refugiado.

Los inmigrantes son más reconfortantes que los refugiados porque hay un final para su historia; sea como sea que hayan llegado, si son documentados o no, sus deseos por una nueva vida pueden ser absorbidos por el sueño americano o la narrativa europea de civilización.

En contraste, los refugiados son los zombies del mundo, los muertos vivientes que se elevan desde sus Estados moribundos para marchar o nadar hacia nuestras fronteras en olas interminables. Se estima que existen unos 60 millones de estas personas sin Estado, 1 de cada 122 personas que viven hoy. Si formaran su propio país, sería el vigésimo cuarto país más grande del mundo, más grande que Sudáfrica, España, Irak o Canadá.

Mis verdaderos recuerdos empezaron pronto después de que llegamos al campamento de refugiados en Fort Indiantown Gap, Pensilvania, en el verano de 1975. Solo aquellos refugiados con patrocinadores podían dejar el campamento. Pero ningún patrocinador quería recibir a nuestra familia de cuatro personas, entonces mis padres fueron a un hogar, mi hermano de diez años a otro, y yo a un tercero. Mi separación de mis padres duró solo unos meses, pero la sentí como mucho más. Esta separación forzada, lo que mi ser de niño vivió como abandono, permanece como una marca invisible entre mis hombros.

Unos años después nos mudamos al otro extremo del país. Mis padres, comerciantes en su tierra natal, no tenían deseo alguno de hacer el trabajo no especializado que se esperaba de ellos en Harrisburg, Pensilvania, donde nos habíamos organizado.

En cambio abrieron un mercado en un sector deprimido del centro de San José, trabajando entre 12 y 14 horas, siete días a la semana, excepto Navidad, Pascua, y Año Nuevo.

Hoy, cuando muchos americanos piensan en los vietnamita-americanos como una historia de éxito, se nos olvida que la mayoría de los americanos en 1975 no querían aceptar a los refugiados vietnamitas. (Un aviso colgado en la ventana de una tienda cerca del mercado de mis padres: “Otro americano obligado al desempleo por los vietnamitas”). Para un país que se enorgullece del sueño americano, los refugiados simplemente son anti-americanos, a pesar del hecho de que algunos de los colonizadores de este país, los puritanos, eran refugiados religiosos.

Hoy, los refugiados sirios enfrentan una reacción similar. Para algunos europeos, estos refugiados parecen ser antieuropeos por razones de cultura, religión e idioma. Y en Europa y los Estados Unidos, los ataques en París, Bruselas, San Bernardino, California, y Orlando, Florida, tienen a las personas con miedo de que los refugiados sirios podrían ser islámicos radicales, olvidando que aquellos refugiados son algunas de las primeras víctimas del Estado Islámico.

Es importante que quienes somos refugiados le recordemos al mundo lo que significa nuestra experiencia.

Yo fui -soy- el tipo de refugiado afortunado que fue cargado por sus padres y no tiene memoria del cruce. Para personas como mis padres y los sirios hoy, sus viajes a través de tierra y mar son mucho más peligrosos que los que hacen astronautas o Cristóbal Colón. Para aquellos que ven las noticias, los refugiados podrán ser amenazantes o lamentables, pero en realidad son nada menos que heroicos.

Permanecerán cicatrizados por su historia. Es entendible que algunos no quieren hablar de sus cicatrices y quieren hacer de cuenta que no son refugiados. Es más glamoroso ser un exiliado, más comprensible ser un inmigrante, y más deseable ser un expatriado. La necesidad de pertenecer puede cambiar a los refugiados mismos tanto consciente e inconscientemente, como ha sucedido conmigo y otros.

Un colega vietnamita una vez charlando se refirió a su viaje de “refugiado a burguesía”. Cuando le dije que yo también era refugiado, él dejó de bromear y dijo, “No parece uno”.

Tenía razón. Podemos ser invisibles incluso unos a otros. Pero es precisamente porque no luzco como refugiado que tengo que proclamar que lo soy, incluso aunque quienes fuimos refugiados preferiríamos olvidar que hubo un tiempo cuando el mundo pensó que éramos menos que humanos

Fuente: http://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/las-cicatrices-ocultas-que-todos-los-refugiados-llevan-XX4918055