Bioeconomía y biodesarrollo

Entonces, por primera y definitiva vez en Occidente, el remedio político y económico tiene el desafío de una relación no instrumental con la naturaleza y, por tanto, con la vida en general sobre el planeta. Un vehículo y ayuda lo permiten las ciencias de la vida, la ecología, las ciencias de la tierra, la teoría de la evolución y las ciencias de la complejidad. La comprensión de la bioeconomía y el biodesarrollo atraviesan de manera necesaria por estas áreas. El proceso económico transforma baja entropía en desechos, y con esto genera una alta entropía que no solamente es ya insostenible sino, además y peor aún, invivible.


La crisis no es únicamente financiera o comercial, económica o política. Es de concepción de la vida y de forma de vivir. El diálogo entre economía y complejidad es la bioeconomía que dará lugar a la “economía ecológica”. Una cara cuya contrafase es la “ecología política”. Tres maneras distintas éstas de pensar procesos radicales alternativos a los modelos económicos (y políticos) dominantes. A la vez, una vía para el estudio y la propuesta del biodesarrollo, que en esta edición presentamos, y sus principios: respeto y promoción de los derechos humanos, soberanía alimentaria, equidad, solidaridad, felicidad, gratificación y exaltación de la existencia, calidad de vida y dignidad. Son calidades que el sistema de libre mercado poco y nada sabe ni puede.

“Cuanto más rápidamente se desarrolla el proceso económico, más rápidamente se acumulan los desechos nocivos”, afirma el rumano N. Georgescu-Roegen, uno de los primeros en trabajar el cruce entre complejidad y economía, con La ley de la entropía y el proceso económico (1). Así, las razones del triunfo de un sistema son exactamente las mismas de su (eventual) desaparición, realidad que explica una categoría de las ciencias de la complejidad: la entropía, que es la medida del grado y el modo de organización de un fenómeno o sistema. A mayor organización, mayor entropía genera dicho fenómeno a su alrededor.

Entonces, por primera y definitiva vez en Occidente, el remedio político y económico tiene el desafío de una relación no instrumental con la naturaleza y, por tanto, con la vida en general sobre el planeta (2). Un vehículo y ayuda lo permiten las ciencias de la vida, la ecología, las ciencias de la tierra, la teoría de la evolución y las ciencias de la complejidad. La comprensión de la bioeconomía y el biodesarrollo atraviesan de manera necesaria por estas áreas. El proceso económico transforma baja entropía en desechos, y con esto genera una alta entropía que no solamente es ya insostenible sino, además y peor aún, invivible.

Una opción alternativa al modelo económico significa ver una opción alternativa a la historia habida y actual. Al respecto, cabe recordar una distinción fundamental. Se trata de las diferencias entre: estilos de vida, formas de vida y estándares de vida (3). El sistema de libre mercado a través del marketing y el diseño, la publicidad y la propaganda, los medios masivos de comunicación y la propia libertad del mercado, nos ofrece numerosos productos que no necesitamos. Peor aún, entrega productos de ciclos de vida cortos.

Cuatro posturas de un mismo modelo económico social

El capitalismo consiste en la producción de bienes de ciclo corto a partir de un valor de cambio y de uso reducido. Al cabo, como señalan Deleuze y Guattari, el capitalismo produce seres esquizofrénicos, pues ya no queremos la cosa (“el producto”) sino, mejor aún, el deseo mismo del otro que quiere la cosa. La enajenación se hace total e irreversible. Envidiamos o deseamos, según, (otros) estilos de vida y otros estándares. El agujero negro del consumismo no es sino el otro nombre del crecimiento en toda la extensión de la palabra.

El capitalismo o sistema de libre mercado se funda, históricamente hablando, en cuatro modelos económicos. Estos son: el modelo clásico (Adam Smith, David Ricardo, Stuart Mill, etcétera), el modelo neoclásico (notablemente los Chicago boys y el neoliberalismo), las economías de escala (M. Max-Neef, G. Bank, etcétera) y el desarrollo sostenible (en especial, los distintos informes del Club de Roma), llamado igualmente, en ocasiones, “desarrollo humano sostenible”. Hay, desde luego, diferencias y matices entre estos modelos.

Sin embargo, los cuatro modelos coinciden absolutamente en una sola y misma cosa, a saber: son modelos antropocéntricos, antropomórficos o antropológicos. Esto es, se trata de modelos económicos –sociales y políticos– que se fundan, abierta o tácitamente, en una tesis filosófica, así: el ser humano es ontológicamente distinto, separado y superior a la naturaleza, y puede referirse a ésta en función de sus propios intereses y necesidades. Ésta, sin embargo, no es sino la expresión abstracta de una idea que en el plano económico, en el social, en el político, en el sociológico o en el antropológico, notablemente, se traduce en desigualdad e inequidad, en violencia y racismo, en egoísmo y consumismo.

Las consecuencias de los cuatro modelos se pueden resumir en dos puntos centrales: no existe crítica alguna de fondo al modelo de producción capitalista, y afirman, por acción o por omisión, al consumo y el consumismo como forma de vida.

En efecto, en el primer caso, se trata consecutivamente de modelos que suavizan, por así decirlo, las tesis más radicales del liberalismo económico y su relación hacia la naturaleza, y las consecuencias sociales y políticas que acarrean. En el segundo caso, se trata del tránsito desde el laissez-faire y el laissez-passer, con todo y el reconocimiento acerca de las llamadas imperfecciones del mercado, hasta el aprovechamiento de la naturaleza en términos de lo que en ecología se conoce como “preservacionismo” –aun cuando las tesis de la sostenibilidad no se refieran a él de manera explícita y directa. Son, en síntesis, cuatro posturas de un mismo modelo económico, social y político, que, en realidad, se traducen en explotación, enajenación, utilitarismo y consumismo. Sólo que, en su gradación histórica, son cada vez más graduales, más “humanas”, en fin, menos “capitalismo salvaje”.

Nacimiento de la bioeconomía

La bioeconomía nace a partir del reconocimiento explícito de los límites de la economía y la producción incesante de entropía en el planeta, con los conflictos sociales que siguen y resultan necesariamente de ese sistema de producción y consumo. Y consiste en una acusación acerca de la irracionalidad de los modelos económicos imperantes y su fe ciega en el crecimiento económico como la única respuesta a las necesidades de los pueblos y las sociedades. Concomitante con el estudio acerca de las relaciones entre entropía y economía, Georgescu-Roegen es también el padre del “decrecimiento” (4). A esta idea la acompaña un debate sistemático y de uso habitual entre los sindicatos, las organizaciones sociales y algunos partidos políticos en España, Francia e Italia.

El “decrecimiento” económico no coincide, en manera alguna, con las tesis relativas al “crecimiento cero”. Antes bien, consiste en la apuesta abierta, a plena luz del día, acerca de dos tiempos diametralmente opuestos: el tiempo de la aceleración de la producción, la innovación tecnológica y la producción económica de un lado, y, de otro, el tiempo de la naturaleza que se expresa en la agricultura, y en los ritmos y procesos naturales y biológicos. Pues, bien, dada esta profunda asimetría, el decrecimiento surge como un componente central alternativo al capitalismo.

En otras palabras, el “decrecimiento” implica una concepción misma de la vida, de que es, que puede, lo que le pudiera acaecer. El decrecimiento no es única y llanamente un problema económico –acaso financiero, de comercio u otro. El “decrecimiento” desplaza la mirada del sistema y el aparato y el modo de producción hacia la forma de vida que implica reconocer que el proceso económico conduce, inexorablemente, al agotamiento de la naturaleza, a la producción de bienes innecesarios y de ciclo corto de vida, a la eventual desaparición del ser humano en general de la faz del planeta, en fin, a la violencia en todas sus formas por la supervivencia.

‘Vivir bien’, como alternativa para la humanidad

Decrecer implica saber qué se quiere y qué se necesita, y cómo podemos vivir bien. ¡Eso!: ¡vivir! Así, el trabajo, de un lado; y de otra parte la antinomia capital-trabajo se desplazan del foco hacia consideraciones de tipo mucho más antropológico y sociológico, filosófico incluso. La economía deja de figurar como actriz estelar. Pasa, en el mejor de los casos, a convertirse en una actriz de reparto. Pues el papel protagónico es el de las relaciones armoniosas de los seres humanos con la naturaleza y consigo mismos. “Pobre no es quien nada tiene sino quien no sabe qué necesita y lo hace feliz”, si se prefiere.

El sistema de libre mercado destaca, de mil maneras, la idea de estándares de vida, así como el de estilos de vida. Pero el concepto de forma de vida introduce aspectos más globales o integrales que aquellos simplemente referidos a ingresos, gustos, consumo, relaciones sociales y demás. Es imperativo, entonces, enmarcar el problema de las formas de vida (o de vivir) en otro contexto. El de la definición acerca de la vida y del quehacer de los sistemas vivos. El principal defecto de los modelos económicos tradicionales y vigentes estriba en su desconocer los fundamentos y la naturaleza de la vida, vacío que tiene consecuencias a la hora de explicar la naturaleza (que Georgescu-Roegen escribe con mayúscula) y nuestra relación con ésta y con la Tierra.

Biodesarrollo

Para comenzar, no existe aún trabajo alguno acerca de las relaciones entre complejidad y desarrollo. De aquí este texto. El núcleo de la bioeconomía es el biodesarrollo, cuyo concepto no aparece en toda la literatura sobre bioeconomía, incluido, desde luego, Georgescu-Roegen.

El biodesarrollo no consiste en otra cosa que en gratificar la vida, exaltarla, posibilitarla cada vez más. Esto se traduce en saber vivir –una idea que se dice fácil pero que es extremadamente difícil de llevar a cabo. Por razones culturales y sociales, por condiciones económicas y estructuras de pensamiento, por situaciones políticas y de otra índole. El “vivir bien” consiste simple y llanamente en una potenciación de la vida. Ahora bien, el vivir bien se puede traducir en una serie de ejemplos prácticos o cotidianos, entre los cuales se destacan prácticas locales como trueque, intercambio, economía verde, consumo responsable, crítica del hiperconsumismo. Las contribuciones aquí de la etnografía y la sociología (urbana y rural), de la antropología e incluso del trabajo social, son altamente significativas.

El biodesarrollo es, consiguientemente, un modelo alternativo al desarrollo económico y con él, entonces, a la idea de crecimiento económico. Es un modelo alternativo a la economía de mercado como un modelo de vida (antes que, simplemente, un modelo económico). La idea de base es que no por cambiar los modelos económicos se cambia la forma de vida de los seres humanos, mientras que lo contrario sí puede suceder. La tesis, como se aprecia, es bastante más radical, si bien aquí queda expuesta de forma aún muy filosófica.

Desde otro punto de vista, la economía, en toda la acepción de la palabra, es una ciencia del presente (Wallerstein). Poco o nada sabe de largos tiempos, largos plazos. La bioeconomía y el biodesarrollo invierten radicalmente el panorama: se trata de determinar si queremos una vida intensa y breve, o una larga y algo más aburrida. La historia de la modernidad no tiene duda alguna acerca de la respuesta. Pero esa respuesta es equivocada.

1 Texto publicado por primera vez en inglés en 1971 y traducido al español en 1996.

2 Hay áreas que confluyen: la etología, la biología comparada, los estudios sobre inteligencia de enjambre y el enfoque (o la ciencia del) Evo-Devo –que implica y reúne las dos escalas básicas de la vida: la del desarrollo, eminentemente orgánica u organísmica– y la evolutiva (en el lugar de especie e interespecies). Una aproximación más orgánica y menos instrumental de la naturaleza la ofrece –por otro camino, pero convergente con la bioeconomía y el biodesarrollo– la teoría, primero, y luego la ciencia de Gaia, desarrolladas originariamente por J. Lovelock y L. Margulis. Gaia ya no es el planeta (que es un concepto físico) sino un organismo (un concepto biológico) que está vivo (no “hay” vida en él) y al que le sucede exactamente lo mismo que a los seres vivos, incluidos los humanos.

3 Esta distinción procede de diversos trabajos constitutivos del libro La calidad de vida, editado por M. Nussbaum y A. Sen, por la Universidad de las Naciones Unidas por primera vez en 1993 (e impreso por Oxford University Press en inglés).

4 Sin embargo, él no lo desarrolla y, por el contrario, se convierte en la bandera particularmente de S. Latouche y, con él, de la escuela francesa.

* Profesor Titular Universidad del Rosario.

Bioeconomía

Ciencia y lenguaje

El primer objeto de trabajo en la ciencia como en la vida no es la naturaleza, el ser humano o el objeto de que se trate. Por el contrario, en ciencia de punta, el objeto primero es el lenguaje. En verdad, se trata del problema de cómo decir lo nuevo con el lenguaje ya conocido y habido, que opera esencialmente como un fijador (en lenguaje del cine y la fotografía). Pues, bien, en el concepto de bioeconomía, “economía” funge como un sufijo cuyo núcleo es el “bios”, es decir, la vida. Asimismo, en el concepto de biodesarrollo, “desarrollo” opera como sufijo cuyo eje es el “bios”. En otras palabras, se trata de un modelo económico y un modelo de desarrollo no ya en función de la producción per se, y el crecimiento, sino en función de la vida. En pocas palabras, la economía y el desarrollo son ciencia y modelo del y para el buen vivir (eupraxein). “Me apresuro a añadir que la innovación y la expansión no son un fin en sí mismas. La única razón para este ajetreo es un mayor placer de vivir”, decía el autor rumano.

La bioeconomía: papel y definición

La bioeconomía resulta del intercambio y la puesta en común de dos áreas antes aisladas: la economía y la termodinámica clásica, particularmente a partir de la ley de la entropía, que es el segundo principio de la termodinámica. Existe, incipiente, un desarrollo posible a partir de la bioeconomía hacia la termodinámica del no-equilibrio; pero este desarrollo no lo lleva adelante en rigor el autor rumano, aun cuando sí hay claros elementos que permiten trazar el puente.

Existen relativamente numerosos trabajos acerca de las relaciones entre complejidad, esto es, ciencias de la complejidad y economía*. Es decir, trabajos, exploraciones, investigaciones y estudios de caso acerca de condiciones de economía, mercado, internacionalización, producción, finanzas, comercio y consumo, por ejemplo, enfocadas en aspectos tales como turbulencias, inestabilidades, fluctuaciones, no-linealidades, procesos de autoorganización y emergencia, redes complejas, sinergias y bucles de retroalimentación positivos y negativos, entre otros atributos de los sistemas complejos.

Desde sus comienzos en los años 80, estos trabajos se han fundado en el diálogo cruzado entre ciencias y disciplinas a primera vista disímiles, notablemente la economía y la física, la economía y la biología, la economía y las ciencias de la computación, principalmente. Posteriormente, otras ciencias y disciplinas vienen sumándose al diálogo abierto, contribuyendo así a trabajar problemas de frontera de diversa índole en el marco de las preocupaciones económicas.

* Ver en el libro Biodesarrollo y complejidad, de próxima publicación.